Fogwill, Un guión para Artkino

Alternativas de la ucronía

 
Desde que en 1962 Philip K. Dick reclamara el género de las ucronías o historias alternativas para la ciencia ficción, con la escritura de El hombre en el castillo, poco cambio ha operado sobre el modelo digamos clásico de estas ficciones. Es posible que algunos textos, como El sindicato de policía yiddish (Michael Chabon, 2007) o La conjura contra América (Philip Roth, 2004), estén construidos con mayor abundancia de detalles que, digamos, Las islas del verano (2005), de Ian R. Mcleod o incluso La máquina diferencial (William Gibson y Bruce Sterling, 1990), y que en ese sentido sean más satisfactorias como historia alternativa (no necesariamente como ficciones a secas, por supuesto) y que, por tanto, sea pensable una suerte de escala lineal o “progreso” de la ucronía atendiendo a ciertas variables esenciales, pero lo cierto es que ninguna de las citadas aportan una variación significativa del procedimiento original (tómese un hecho concreto de la historia y reviértase o altérese lo suficiente como para obtener resultados que puedan presentarse como significativos, desarrolle la historia que va entre ese hecho concreto –al que pasará a llamarse “punto de inflexión” o “punto jonbar”­– y el presente de la ficción que se busca escribir, atienda lo más que pueda a las consecuencias de los hechos que en esa historia se diferencian de la “real” y disponga una anécdota que será el eje de la narrativa y convertirá a la historia alternativa en “telón de fondo”).
En ese sentido, la primera “vuelta de tuerca” significativa (al menos dentro de la serie canónica de la ciencia ficción) sobre el concepto original de ucronía fue El sueño de hierro (Norman Spinrad, 1972), donde se retoma el tema consagrado por Dick (pensar la historia del siglo XX si Alemania vence en la Segunda Guerra Mundial) y se lo invierte: Hitler no sólo no venció sino que jamás luchó; emigró a Estados Unidos en 1919 y se convirtió en escritor de ciencia ficción. Entre sus obras la más relevante es El señor de la esvástica (1953), que, en clave de ciencia ficción, elabora el sueño y proyecto del nazismo hasta sus últimas consecuencias. El procedimiento de Spinrad es tomar la ucronía (la Segunda Guerra Mundial no existió como la conocemos) y desplazarla: lo que se nos ofrece de ese mundo alternativo no es un relato sino un ensayo, el “prólogo” que precede a una edición de El señor de la esvástica, anotando un mínimo de detalles sobre esa otra historia (en lugar de abundar en ellos, como sería el ideal propuesto por el modelo clásico), minimizando precisamente lo que perseguían las ucronías clásicas –la construcción de un mundo– para ceder todo el espacio disponible a una ficción escrita en ese mundo, relato sobre un futuro ambientado 1142 años después de una catástrofe bélica que ha alterado el genoma humano y permitido la diferenciación clara entre “humanos genéticamente puros” y una serie de criaturas mutantes e híbridas. El lector de El sueño de hierro, entonces, reconstruye la cosmovisión nazi desde la novela de este Hitler ficticio y proyecta de alguna manera nuestro mundo sobre el mundo alternativo en el que la Segunda Guerra Mundial no existió. Es, claramente, un procedimiento más complejo que el que aparece en la ucronía “clásica”.
Un guión para Artkino, de Fogwill, está a mitad de camino entre ambos modelos. La ficción está instalada en un mundo en el que la Argentina ha pasado a integrar el bloque socialista, que, en esa versión de la historia, está en camino a volverse el hegemónico a nivel mundial. Se nos presenta una buena cantidad de detalles, generalmente permitiendo una lectura irónica o humorística (el Borges de este mundo, por ejemplo), y se ofrece siempre la posibilidad de sacar en limpio un conjunto de observaciones de corte político, muchas de ellas apuntando a las miserias del mundillo de los escritores (presentes tanto en un mundo capitalista como en uno socialista); en ese sentido, si bien no está del todo claro el momento exacto en el que podríamos instalar el punto de divergencia (en El hombre en el castillo tampoco lo está, sí en El sindicato de policía yiddish), Artkino se parece a una ucronía de corte clásico.
Sin embargo hay un factor que socava esa idea. Desde el título se hace referencia a una escritura, a una ficción, el “guión” que el protagonista (el Fogwill de ese mundo alterantivo) debe escribir para una productora soviética de cine. Ese texto, que nunca llegamos a leer pero que aparece como un eje posible de la novela (recordemos que el guión es terminado al final: la novela es presentada como el relato de su escritura), del mismo modo que en El sueño de hierro, es una ficción instalada en el futuro:
“La acción del film debe transcurrir en el año 2018, cuando derrotados todos los focos de resistencia imperialistas y capitalistas la Argentina concluye por integrarse al Nuevo Orden Mundial, establecido por el plazo de un siglo a partir de un inteligente sistema de prerrogativas y prohibiciones que dota a cada ex-país de una diferenciación arbitraria, tan arbitraria como antes fueron las diferencias de frontera, lenguaje, y costumbres (…) El film deberá ser hablado en la particular lengua que la sociedad argentina ha elegido, para que, por medio de la adulteración del español, su pueblo vaya educándose en los conceptos de la relatividad lingüística necesarios para asumir sin resistencia su próxima conversión a la lengua mundial…” (p.49).
Las referencias a una nueva lengua, por supuesto, pueden leerse como guiños a 1984 (George Orwell, 1948) y a La naranja mecánica (Anthony Burgess, 1962), ambas ficciones distópicas con no poca relación rastreable con el bloque socialista. Pero, en cualquier caso, lo interesante es leer el guión ficcional como una proyección de los sueños de esa Argentina socialista o, mejor dicho, los sueños de un escritor inmerso en esa Argentina. En ese sentido, el procedimiento es similar (una versión simplificada, digamos) al de Spinrad, lo que gira el centro de atención de la novela lo suficiente como para que la pensemos como una suerte de modelo híbrido entre la presentación clásica de las ucronías y la variante –por llamarla de alguna manera– metatextual o metaliteraria. Si Spinrad desnudaba el nazismo –de hecho psicoanalizaba al nazismo– y confrontaba al lector con sus propias y reprimidas fantasías racistas y fascistas, Fogwill propone una deconstrucción del modelo soviético que genera efectos similares: cmo El sueño de hierro, Un guión para Artkino es, ante todo, un texto lúcido, provocador, bizarro y tremendamente divertido.

Publicado en Leedor.com el 1 de marzo de 2012



Comentarios

Entradas populares de este blog

César Aira, El marmol

Finnegans Wake, James Joyce (traducción de Marcelo Zabaloy)

Los fantasmas de mi vida, Mark Fisher