Cosmos: a spacetime odissey, Ann Druyan, Steven Soter
Hacia fines de la década de 1970, Carl
Sagan (1934-1996) había contribuido decisivamente al conocimiento de las
condiciones climáticas en el planeta Venus, aventurado la hipótesis –luego
verificada– de que Titán, el mayor satélite de Saturno, posee acumulaciones de
líquido en su superficie –es decir, océanos–, propuesto un modelo –luego
verificado– que explicaba los cambios en Marte de acuerdo a un ciclo de
estaciones, colaborado con las misiones Voyager
de exploración del Sistema Solar y, además, reflexionado sobre el cambio
climático y la posibilidad de que la emisión industrial de dióxido de carbono y
otros gases generasen un galopante efecto de invernadero en nuestro planeta.
Estos logros, en sí mismos, habrían sido suficientes para colocar a Sagan entre
los astrónomos más importantes del siglo XX; sin embargo, en 1980 su carrera
dio un giro definitivo. Gracias a la serie Cosmos:
un viaje personal, co-escrita con Anne Druyan y Steven Soter, entonces,
Sagan se convirtió también en el divulgador científico más importante de su
tiempo.
La primera Cosmos ofreció un recorrido por la historia de la ciencia a la vez
que una puesta a punto de los entonces últimos hallazgos en varios campos,
particularmente astronomía y astrofísica. También advirtió de los peligros de
la carrera armamentística y la contaminación atmosférica, y propuso una
especial valoración del método científico (sin entrar en sutilezas
epistemológicas y desde una perspectiva más práctica que filosófica) y, en
general, del pensamiento crítico; la belleza de sus imágenes y la excelente
banda sonora (con música de Bach, Vangelis, Vivaldi) lo convirtieron en un
referente innegable para los documentales de divulgación científica, por no
decir que todas sus virtudes lo volvieron el mejor en esa categoría.
Desde la muerte de Sagan, Druyan (su viuda,
además) venía manifestando interés por crear una suerte de secuela de la Cosmos original; después de conocer a
Seth MacFarlane (el creador de las series Padre
de Familia, American Dad y The
Cleveland Show) en 2008, los planes se enfocaron considerablemente y la
serie se estrenó el nueve de marzo de este año, con el astrofísico y divulgador
científico Neil deGrasse Tyson como conductor.
Esa elección no fue gratuita, en varios
sentidos. Tyson, por ejemplo, había trabajado muy cerca de Sagan en varios
momentos de su carrera y compartía en líneas generales su cosmovisión (el
primer episodio de la nueva Cosmos incluye
una conmovedora anécdota personal de Tyson con Sagan); además, al igual que
Sagan, Tyson era (es) una figura descollante en el campo de la astrofísica,
con contribuciones en temas como cosmología y la evolución de las estrellas y
las galaxias. Trabajó, por ejemplo, en la investigación de cierto tipo de
supernova (muerte explosiva de las estrellas de mayor masa que el sol) llamado
“Tipo Ia”, lo cual contribuyó al establecimiento de leyes fundamentales para la
cosmología, como la llamada constante o parámetro de Hubble, que equivale a la
pauta de expansión del universo. Su carrera como divulgador científico, además,
incluye una buena cantidad de libros, entre los que destacan Death by black hole and other cosmic
quandaries (2007, algo así como “Muerte por agujero negro y otras
perplejidades cósmicas”), y Cosmic
horizons: astronomy at the cutting edge (2000, podría traducirse como
“Horizontes cósmicos: astronomía de vanguardia”) y apariciones en TV y radio,
entre ellas el buenísimo programa Star
Talk; también colaboró con la DC Comics en una historieta de Superman,
precisando una localización plausible para el planeta natal del superhéroe y,
en 2006, jugó un rol de relieve en el cambio de estatus de Plutón desde planeta
a planeta enano (situación en la que
también fue protagonista el astrónomo uruguayo Julio A. Fernández).
Hasta la fecha han sido emitidos 10
capítulos de Cosmos: una odisea
espaciotemporal (Cosmos: A Spacetime
Oddisey); la comparación con la serie de 1980, acaso inevitable, deja
claros algunos perfiles del trabajo de Druyan, MacFarlane y Tyson, que
comparte las líneas filosóficas y epistemológicas de Sagan y añade un elemento
acaso más confrontacional en algunos temas específicos.
En ese sentido, está claro el esfuerzo de
los guionistas (y del histriónico Tyson, quien contrapone al encanto naive de Sagan una buena gama de dotes
actorales) por argumentar contra visiones del mundo como el creacionismo y el
diseño inteligente. Hay que recordar que el creacionismo, o al menos alguna
forma de creacionismo, es una creencia aceptada por aproximadamente el 40% de
la población estadounidense; así, la discusión en ese país de la validez de la
evolución, de la relevancia y naturaleza del registro fósil y de la edad del
universo, se vuelve de gran importancia incluso a nivel político.
Los argumentos movidos por la nueva Cosmos están dirigidos particularmente
contra la facción “young Earth” del creacionismo (algo así como “Tierra
joven”), es decir la creencia en que el universo y nuestro planeta cuentan con aproximadamente
6000 años de existencia, que el dios de la Biblia creó a la humanidad tal como es ahora, que las especies
animales y vegetales fueron igualmente creados por esa divinidad (y que por lo
tanto la evolución no ocurrió, más allá de los procesos por selección
artificial) y que la actual distribución de continentes y océanos data del
“Diluvio Universal”.
Los argumentos al respecto que encontramos
en Cosmos son sencillos y
demoledores; en el capítulo número cuatro, “A sky full of ghosts” (“Un cielo
lleno de fantasmas”), por ejemplo, se señala que si la Tierra tuviese la edad
propuesta por los creacionistas la luz de buena parte de las estrellas que
integran nuestra galaxia, la Vía Láctea (y además, por supuesto, la de todas
las demás galaxias) no podría haber llegado a nosotros, dado que todas las
radiaciones electromagnéticas, entre ellas la luz visible, viajan a una
velocidad finita (300.000 km/s) y esas estrellas y galaxias se encuentran a más
de 6000 años luz, entendiendo por año luz la distancia que recorre la luz en un
año. Si la luz partió de esas estrellas o galaxias hace 6000 años,
sencillamente todavía no pasó el tiempo necesario para que llegue a nosotros,
por lo que esas estrellas deberían ser invisibles. Como no lo son (el
telescopio espacial Hubble ha detectado galaxias que se encuentran a más de
13.200.000.000 de años luz), entonces el universo debe ser mucho más antiguo
que 6000 años (de hecho los cálculos más recientes precisan aproximadamente
13.798.000.000 de años desde el Big Bang). La respuesta usual de los
creacionistas es que Dios creó el universo con “luz antigua”, un argumento
llamado “retrocronología” y análogo a señalar –como también han señalado– que
Dios creó la Tierra con rocas repletas de fósiles falsos, que, de alguna
manera, nuestro mundo es una especie de simulacro de un mundo más antiguo,
noción a la que el escritor de ciencia ficción Philip K. Dick seguro le habría
sacado jugo. En cualquier caso, semejante afirmación de fe (en el sentido de
que va contra toda evidencia empírica), está claro, sólo logra detener la
discusión, mientras que los hallazgos científicos –como se dice capítulo tras
capítulo en la nueva Cosmos–, por el
contrario, generan nuevas preguntas y expanden los límites del conocimiento.
Quizá el mejor capítulo hasta la fecha haya
sido el noveno, “The Lost Worlds of Planet Earth” (“Los mundos perdidos del
planeta Tierra”), que ofreció un panorama vertiginoso de la evolución de
nuestro planeta y las diferentes extinciones en masa que se sucedieron como
resultado de catástrofes climáticas. Del mismo modo que en todos los demás
capítulos, para ilustrar los descubrimientos científicos se apela a la historia
y, especialmente, a las vidas de los científicos que estudiaron los temas en
cuestión. Así, en este episodio se nos pone en contacto con la historia de
Alfred Wegener, quien propuso la noción de un supercontinente (“Pangea”) del
que derivaron las formas de los continentes que conocemos.
También hay que destacar el capítulo número
ocho, “Sisters of the Sun” (“Hermanas del sol”), que, además de exponer los
ciclos de vida de las estrellas, narra la dedicación de las “computadoras de
Harvard”, un heroico grupo de mujeres (en su mayoría sordomudas) que trabajaron
con datos espectrográficos de todas las estrellas observables, y también el
capítulo número dos, “Some of the Things That Molecules do” (“Algunas de las
cosas que hacen las moléculas”), que, a partir de una cita de la Cosmos original, detalla los mecanismos
de la evolución. El más flojo hasta la fecha, probablemente, haya sido el
número siete, (“The clean room”), el más monotemático de los diez emitidos y a
la vez –lo cual, por otro lado, le confirió un interés especial– el más
claramente político, en tanto puede leerse como una fuerte acusación a ciertos
científicos que todavía hoy, movidos por intereses económicos, sostienen que el
calentamiento global no tiene un origen humano.
El capítulo diez, último hasta el momento,
se centró en la vida y descubrimientos de Michael Faraday; los tres que faltan
por salir al aire llevarán los títulos “The Inmortals” (“Los inmortales”), “The
World Set Free” (“El mundo liberado”) y “Unafraid of the Dark” (“Sin miedo a la
oscuridad”).
Publicado en La Diaria el 15 de mayo de 2014
Comentarios
Publicar un comentario