Novelas, William Gibson
Historia acelerada
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La consagración de William Gibson se dio con Neuromancer (Neuromante, 1984), para muchos la novela de ciencia ficción más importante de la década de 1980 y momento fundacional de la estética (o el subgénero) ciberpunk. Leída treinta años más tarde la novela sigue siendo brillante, y es interesante encontrarle elementos que después no fueron incorporados a la serie de novelas más estrictamente ciberpunk de su autor, semillas, podría decirse, de una carrera ucrónica o alternativa de William Gibson. Por ejemplo, buena parte de la novela transcurre en una estación orbital, y el tratamiento de esa escenografía (con atención a cosas como la rotación, la fuerza centrífuga, la gravedad artificial, etcétera) es bastante similar al que cabía encontrar en la corriente neo-hard de la ciencia ficción más setentera, la de Larry Niven, por ejemplo. Del mismo modo, hacia el final aparece una referencia a inteligencias alienígenas que parece salirse del ámbito más estricto del ciberpunk, urbano, noir y deliberadamente alejado de las marcas de género más comunes de la ciencia ficción.
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Uno de los clichés más reiterados de la crítica literaria o cultural a la ciencia ficción es que el cambio tecnológico se ha vuelto tan vertiginoso que la noción del futuro ha de reformatearse, y así la ciencia ficción, que había reclamado para sí cierta posición de relieve a la hora de hablar del porvenir, se habría quedado atrás en ese sentido. De ahí que no falten declaraciones del tipo “la ciencia ficción está agotada”, generalmente propuestas por gente –el argentino Pablo Capanna sería un buen ejemplo- que no ha leído ciencia ficción publicada después de 1980. La obra de Gibson, pensada desde esa problematización del concepto de “futuro”, plantea un recorrido bastante claro: su segunda trilogía o “trilogía del Puente”, está ambientada mucho más cerca del presente de su escritura que la primera (de hecho, para 2014, ya pertenece a una historia alternativa, en tanto sus novelas transcurren entre 2006 y 2012 aproximadamente), pero las estrategias para generar significado siguen siendo las de la ciencia ficción, lo cual, en sus mejores momentos, genera una poderosa sensación de extrañeza.
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Este recurso podría pensarse en relación a no detallar las tecnologías o los gadgets en sí mismos sino más bien concentrarse en el “efecto” de la tecnología en las sociedades y los individuos, en la manera en que las tecnologías nos hacen quienes somos y siempre han hecho quienes somos. En ese sentido, se vuelve emblemático el personaje de Cayce Pollard, protagonista de Mundo espejo y personaje secundario de Historia cero, con su capacidad para “analizar tendencias” (en la misma línea del Colin Laney de Idoru y su habilidad para detectar “puntos nodales”) y su “alergia” a las marcas comerciales, que deriva, en Historia cero, en la creación de una “marca secreta” que deconstruye el discurso de la publicidad y resignifica la noción de producto comercial.
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Cabe ponerse a pensar si la ciencia ficción es un género, si es un conjunto de procedimientos, si es un catálogo de temas y figuras; leer la obra de Gibson desde esa discusión también es posible. The peripheral, por otra parte, no sólo está ambientada en el futuro sino que, de hecho, plantea dos futuros alternativos o quizá más. ¿Será el retorno de su autor a la ciencia ficción? ¿O será que realmente jamás se fue.
Publicada en La Diaria en noviembre de 2014
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