Predicamento para conversos (sobre "Ciencia ficción capitalista", de Michel Nieva)

(Publicado originalmente en semanario Brecha #2062, 16 de mayo de 2025)



La primera sección de Ciencia ficción capitalista. Cómo los multimillonarios nos salvarán del fin del mundo, de Michel Nieva (Buenos Aires, 1988), es sugerente. Su observación central es que buena parte de los multimillonarios de Silicon Valley han declarado en algún momento de sus carreras una relación especial con la ciencia ficción: sea que la lectura de este género los puso en marcha para emprender sus propios caminos de especulación tecnológica o, simplemente, que las ideas encontradas en la lectura de ciertas novelas y cuentos los animaron a llevarlas a la realidad.

Uno de los ejemplos aportados es el «metaverso» propuesto por Neal Stephenson en su novela Snow Crash (1992): un entorno de realidad virtual en que cada persona conectada está representada por su avatar y puede participar en juegos, negocios, citas, etcétera. El término metaverso sería reciclado por Mark Zuckerberg, del mismo modo que espacios virtuales o redes sociales como Facebook, Instagram y TikTok ofrecen, más o menos –falta todavía el componente de presencia virtual e inmersión sensorial, claro está–, los mismos entornos descritos en la novela de Stephenson. En esta línea, Nieva reseña algunas sugerencias tecnológicas pensadas por autores como Arthur C. Clarke y Robert Heinlein, además de Julio Verne y H. G. Wells, y señala que la ciencia ficción ha inspirado tanto a los millonarios de la tecnología como a buena cantidad de científicos.


Hasta ahí el punto está claro, pero en las páginas siguientes las cosas empiezan a borronearse. Así, ya para la segunda sección, la operación retórica pasa de dar cuenta de ciertos «capitalistas inspirados por la ciencia ficción» a dar por sentada la idea de una «ciencia ficción capitalista», como si el género mismo fuera intrínsecamente procapitalista o una suerte de aparato ideológico del capitalismo. En cierto sentido, la tesis podría ser tan simple como el viejo recurso a los discursos literarios que se construyen a partir de, que reflejan, apuntalan y replican ciertas ideologías de la clase dominante, pero Nieva quiere ir más allá. No hay, sin embargo, una verdadera atención al proceso histórico del género, y a Nieva no solo parece darle lo mismo hablar de Verne que de Stephenson, sino que además confunde fechas y períodos, y atribuye, por ejemplo, a Larry Niven –un autor que comenzó a publicar en la década del 60 y vio su consagración en la siguiente– la pertenencia a un grupo que «alcanza su apogeo en los años cincuenta» (págs. 39-40). Pero la afirmación más tajante que termina por formular es la constatación, abrumadoramente generalizadora y evidentemente falsa, que sugiere que «todas [estas ficciones de ciencia ficción capitalista] están protagonizadas por un héroe libertario e individualista» (pág. 25).

Si su tesis central es que la ciencia ficción es intrínsecamente capitalista, el libro se derrumba. Hay dos razones bastante evidentes para esto: la primera, que no hay argumentación propuesta alguna que permita pasar de «millonarios inspirados por autores de ciencia ficción» a «la ciencia ficción es siempre capitalista»; la segunda, que incluso admitiendo que cierta ciencia ficción pueda «ser capitalista» (y sin preguntarnos demasiado qué quiere decirse con esto), los ejemplos de lo contrario no solo abundan, sino que son tan canónicos para el género que es como mínimo llamativo que Nieva (incluso si su tesis fuese una versión moderada de la propuesta al comienzo de este párrafo) no los mencione: sin ir más lejos, salta a la vista la ausencia de un referente tan consabido como la novela Los desposeídos, de Ursula K. Le Guin (por no mencionar otras tantas ficciones de Octavia Butler, Joanna Russ, Cory Doctorow o China Miéville).

La objeción de que podría haber una ciencia ficción no capitalista –o incluso anticapitalista– es demasiado fuerte como para que Nieva no la tome en cuenta, pero, en vez de buscarla entre los ejemplos más evidentes, lo hace a partir de una anécdota (por otra parte, fascinante) que reúne a H. G. Wells y a Lenin. En ella, este último sostiene que los aliens, de existir y encontrarse en un estado de desarrollo cultural y tecnológico superior al nuestro, deberían ser comunistas. Nieva lleva esta sugerencia a los territorios del trotskista argentino J. Posadas y su discípulo Dante Minazzoli, quien en el libro Por qué los extraterrestres no toman contacto públicamente. Cómo ve un marxista el fenómeno ovni desarrolló la tesis de aliens comunistas desde la ufología (a la que, según Nieva, rescató del «estatuto de pseudociencia marginal a la que la relegó el capitalismo», pág. 86). Por otro lado, sin embargo, no parece tomárselo del todo en serio o como otra cosa que un buen «hermoso sueño loco» (ídem). Curiosamente, poco y nada se habla de la ciencia ficción producida desde el bloque soviético o la misma URSS, y para este momento la pregunta de si Nieva conoce (o está dispuesto a nombrar) a los autores implicados –o a sus antepasados, los cosmistas rusos– se vuelve pertinente o sintomática.

Otra alternativa a la ciencia ficción capitalista queda esbozada desde una incorporación de los saberes de los pueblos originarios de América Latina –aquí comparecen Viveiros de Castro (pág. 94), Ailton Krenak (pág. 96) y una «Pachamama extraterrestre» (pág. 104)–, pero Nieva no conoce o no quiere nombrar autores que hayan desarrollado esta opción, por más que la nómina de estos es fácilmente rastreable en el prólogo y en la selección preparada por el escritor y crítico colombiano Rodrigo Bastidas para la antología de ciencia ficción latinoamericana El tercer mundo después del sol (2021). También figura en Visiones 2022 (2023), la selección de la escritora cubana Maielis González basada –¡precisamente!– en la propuesta de explorar desde la ciencia ficción futuros sustentables y no capitalistas.

El libro concluye con el resumen borgesiano de un cuento propio, casi como si se dijera medio en broma y medio en serio que, al final, el único autor de ciencia ficción no capitalista es Michel Nieva; sin embargo, en tanto ciencia ficción, estas últimas páginas se vuelven tan leves como el resto del libro, sobre todo por su incapacidad (similar al gesto de pensar a los aliens como criaturas necesariamente «comunistas») para tratar el tema de lo no humano y lo extraterrestre desde una alteridad radical como la de Solaris, texto escrito en el bloque socialista que sería demasiado aventurado suponer que Nieva no leyó.

Ciencia ficción capitalista… se alinea con lo que muchos de nosotros creemos, así sea algo tan simple como que Elon Musk (la última línea del texto es: «Fuck you, Elon») es un personaje repelente y pernicioso; por supuesto, esta coincidencia ideológica no basta, ni tampoco que el objetivo real del libro sea nada más que señalar con el dedo el tecnocapitalismo de Silicon Valley. Quizá la única opción realmente viable es pensar que Ciencia ficción capitalista… en el fondo no se propone (o no considera necesario) argumentar, que su extensión breve va a la par de una ambición limitada y que no se trata de otra cosa que predicar para conversos, haciendo de paso las muecas de una erudición deficiente. 

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