Mentiras de Verano, Bernhard Schlink
Mentiras
de verano, de Bernhard Schlink, es una colección de
cuentos con un claro hilo conductor: en todos los relatos que lo integran los
personajes mienten; mienten en relación
a quienes son, a quienes fueron, a quienes desean ser, y lo hacen en verano, en
sus vacaciones.
El ambiente veraniego es especialmente
interesante; tratándose de las vacaciones podemos pensarlo como un espacio que
sirve como el reverso a la vida cotidiana, pautada por las obligaciones, el
trabajo, el lugar en el que se habita. En el primero de los cuentos, “Temporada
baja”, el protagonista está de vacaciones en una playa remota y relativamente
vacía en las semanas entre el verano y el otoño; nadie lo conoce, y en ese
sentido él no “pertenece” al espacio que recorre con la curiosidad y el
aburrimiento latente de un turista. A la vez, en tanto extraño al lugar puede
fácilmente inventarse, presentarse como más le convenga. El espacio de las
vacaciones, entonces, favorece esa reinvención, esa creación de ficciones a la
hora de vincularse ante los demás, a otros extraños.
Las vacaciones también pueden ser
compartidas entre familiares, y la relación entre quienes las disfrutan juntos
(o las padecen) quizá recibirá una nueva luz. El protagonista de “Johann
Sebastian Bach en Rügen”, por ejemplo, viaja con su padre a una ciudad de
Alemania en la que se celebrará un festival dedicado a la música de Bach, por
la que siente una pasión que es uno de los poquísimos puntos de contacto que
tiene con su padre. En el viaje y ya en el festival el diálogo se profundiza:
viejas mentiras salen a la luz y cada uno adquirirá una nueva visión de quién
es el otro.
En “La casa en el bosque” la mentira
aparece en relación a un hombre que le es infiel a su pareja; sin embargo, a
medida que avanza el cuento, empezamos a entender que la situación es más
compleja, que hay más mentiras: para
empezar, las que el protagonista se dice a sí mismo para convencerse de que
ciertas “aventuras” extramaritales carecen de verdadera importancia. Uno de los
mejores cuentos del libro, “El último verano” también presenta a un hombre que
intenta sentirse en control de sus emociones: sabe que no tiene más de unos
pocos meses de vida y cree haberse resignado. Invita a sus hijos y sus nietos
para pasar un último verano juntos en una casa de campo, y concluye que la
mejor manera de contaminar lo que planea se convierta en las mejores vacaciones
de su vida (y de la de sus hijos) es ocultar que está aguardando al punto
álgido del verano (el momento en que sienta más plena la felicidad, digamos)
para suicidarse.
El nivel de todos los relatos es
notablemente uniforme: en todos ellos Schlink narra con un pulso seguro y
sobrio, con un estilo que por momentos parece tender a cierto minimalismo frío,
a cierta distancia entre quien cuenta la historia y los personajes convocados,
lo cual aporta a la construcción de un clima tenso y de permanente sospecha. En
“Temporada baja”, por ejemplo, no dejamos de sentir que los protagonistas están
escondiéndose hechos fundamentales de sus vidas, y a medida que se acercan el
uno al otro y empiezan a soñar planes para después del verano, ese vacío que
percibíamos, esa ausencia de información, parece ser el verdadero motor de los
acontecimientos y, en especial, del desenlace. Los personajes de Mentiras de verano, entonces, parecen
resignados a sus fallas, a las barreras que los apartan de los demás, a la
necesidad de mentir, de reinventarse para esconder los monstruos (o las manchas
de humedad) en el sótano. En esta línea de lectura, quizá el cuento más logrado
sea “El viaje al sur”, en el que las vacaciones de una chica le permiten
acercarse a su abuela y descubrir ciertos asuntos de su pasado hasta entonces
celosamente escondidos.
Uno de los aciertos del libro es que
siempre logra transmitirnos la sensación de que de no tratarse del verano y de
las vacaciones estas mentiras de las que se nos habla no podrían haber surgido,
que es necesaria esa ruptura en la rutina diaria para convocar a la sutil
mezcla de imaginación, vergüenza y deseo que mueve a mentir a casi todos los
personajes. Este juego de ficciones y encubrimientos es un tema que atraviesa
la obra de Bernhard Schlink, en especial El
lector, novela con la que Mentiras de
verano también comparte ese clima frío y opresivo. Es cierto que el aliento
más largo de la novela diluye la sensación que nos dan los cuentos de Schlink
de estar ante un diorama, una cuidadosa miniatura tramada con elegante
sobriedad y perfección, a la vez que nos aporta la visión de un mundo más
amplio y más rico. En cualquier caso, la lectura de ambos libros (que pueden
pensarse como complementarios) confirma a Schlink como un narrador sólido,
seguro de su arte, entre los más interesantes de la literatura europea
contemporánea.
Publicada en Leedor.com el 28 de mayo de 2012
Publicada en Leedor.com el 28 de mayo de 2012
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