Hotel París, Sonia Calcagno; Todos los cuentos, Felipe Polleri
Relatos
que irrumpen
Irrupciones Grupo Editor rompió una
temporada de inactividad con dos libros aparecidos en los últimos meses: Hotel París, nouvelle de Sonia Calcagno
acompañada de una (o mejor dicho dos) selecciones de relatos (cuya extensión
sumada es superior en número de páginas a la de la nouvelle), y Todos los cuentos, que recopila la obra
breve de Felipe Polleri.
Esta editorial, dirigida por el escritor y
editor Gabriel Sosa, ha apostado consistentemente por los libros de relatos: con
la excepción de las novelas Noviembre, de
Daniel Mella, Bicicletas negras, de
Carlos María Domínguez, y Sex Shop no es
pecado, de Mariana Casares, el catálogo de la editorial –al menos en
“Excéntricos”, su colección más nutrida– está dedicado a las ficciones breves (y
al Manual de Parapsicología, de
Levrero, que es una ficción fascinante pero no breve). Se trata, es sabido, de
un formato proverbialmente descuidado por las editoriales, por lo que el gesto
de convertirlo en la columna vertebral de un catálogo permite sin lugar a dudas
aportar a una posible construcción del perfil de Irrupciones, complementando la
observación de que, en sus primeros tiempos, la editorial apeló a reediciones y
apuestas más o menos seguras (Noviembre,
Posmonauta) a la vez que, con el tiempo, se arriesgó con autores de culto
pero apenas visibles (El hombre
olvidado/El corazón reversible, de Tarik Carson) y con primeros libros de
autores nóveles (Escrito en la ventanilla,
de Carolina Bello), además de generar plataformas de visibilidad como la doble
muestra de narrativa breve 22 mujeres
y 22 mujeres más.
Levrero
(casi) involuntario
Recorridas las primeras 10 o 20 páginas de Hotel París es fácil predecir que cierto
tono levreriano terminará por apoderarse del libro. En la nouvelle que da
título a la selección hay, por ejemplo, una narradora minuciosa, obsesiva, un conjunto de personajes que
encastra en situaciones al borde del absurdo y un hotel olvidado del interior
habitado por seres misteriosos y rico en pasillos y puertas que proliferan a la
manera de los laberintos de El lugar
o Desplazamientos; además, en el
prólogo, el escritor Gonzalo Paredes nos comenta que los textos de la autora
fueron en su momento respaldados por “gente como Mario Levrero y Elvio
Gandolfo” (p.9).
Pronto, sin embargo, la sospecha de que nos
encontraremos con una narración al borde de lo fantástico (de ese fantástico
levreriano, digamos, de ese “al borde” también levreriano) se dispersa; también
lo advierte Paredes en el prólogo, pero la desilusión es inevitable. Es cierto que otras líneas de
lectura son más aprovechadas por la autora, pero, cuando se leen algunos de los
cuentos que siguen a la nouvelle, la sensación de estar ante una primera
persona demasiado pobre o restringida (en oposición a escrituras en primera
persona que parecen más “generosas”, más capaces de albergar mundos, más
animadas por una suerte de energía capaz de nombrar a todas las cosas y
asimilarlas al imperio del yo), casi mezquina digamos, que orbita
incesantemente alrededor de la soledad, la entropía y el sartreano infierno de
los otros, se vuelve abrumadora y el interés por la escritura de Calcagno
tiembla al borde del derrumbe.
Afortunadamente algunos momentos de la
nouvelle, y no pocos de los otros cuentos, vienen al rescate. Calcagno, de
hecho, brilla en los relativamente abundantes pasajes oníricos, trabajados
siempre con sensibilidad y en una prosa sugerente que opaca buena parte del
texto circundante. A la vez, los últimos capítulos de la nouvelle y los finales
de algunos de los cuentos (de los más inconclusivos, de hecho) logran rematar
el clima de ligera inquietud, de no comprensión y de vacuidad que impregna a
los textos del libro. Así, entre lo mejor del volumen están los cuentos “Morir
puede no ser verdad”, “Aguas vivas”, “Nieblas” y, un poco en menor medida,
“Piedras viejas y adoquines”, textos que hubiesen representado mucho mejor a su
autora en la muestra 22 mujeres más.
Collages
ochenteros, artistas miserables y otras excentricidades
Habría que pensar si valía la pena editar
todos los cuentos de Felipe Polleri; sus seguidores incondicionales responderián
que sí, y a favor de esa idea se podrían jugar varios argumentos: la aparente
homogeneidad entre estos textos breves y los de más largo aliento, las imágenes
recurrentes, eso que llaman “estilo”, etc. Por otro lado, hecha la excepción de
la segunda sección de este libro (que reedita “Vidas de los artistas”, publicado
en 2001 en la levreriana e irregular colección De los Flexes Terpines) y de
algunos momentos de la tercera (titulada “La repetición”), es fácil ver en Todos los cuentos un libro bastante por
debajo del nivel de otros trabajos de su autor.
Lo peor del libro, entonces, es “Nada que
me digas”, título que unifica un primer conjunto de relatos. En ellos está todo
o casi todo lo que hace a la narrativa de Polleri, sus crueldades tiernamente
infantiles, su humanismo grotesco, su romanticismo torturado que fluctúa más
lejos y más cerca de la ironía, pero también hay facilidades, detalles
envejecidos (dibujos horribles, collages que no habrían desentonado en el más
abyecto fanzine ochentero y que ahora serían apenas graciosos si estuvieran
acompañados de –por ejemplo– un discurso más o menos autobiográfico que los
integrase a un núcleo de sentido mejor trabajado, cosa que por desgracia no
sucede en este libro), caprichos (incluso para un escritor notoriamente
“caprichoso” como es el idiosincrático Polleri) y, por todas partes, páginas
ante todo injustificables que no son salvadas por los mejores momentos de la
sección.
“Vidas de los artistas”, en cambio, da
limpiamente en el blanco en todas sus páginas. Habría que pensar en este
pequeño bestiario polleriano como en una clave o mapa del resto de su obra,
pero, más allá de esa apreciación, es indudable que los pequeños textos
incorporados a esta sección son brillantes en sí mismos. Dado que la edición
original de estos textos (acompañada por El
rey de las cucarachas, hace unos años reeditado por HUM bajo la propuesta
trilogía El dios negro) es casi
inconseguible, el que este Todos los
cuentos los incluya justifica plenamente la publicación del libro.
“La repetición” parecería ubicarse en una
suerte de punto medio: sus peores momentos son tan terribles como los de “Nada
que me digas”, pero en sus mejores páginas encontramos todo aquello que fascina
desde “Vidas de los artistas”. De hecho, volviendo a la pregunta inicial de si
valía la pena compilar todos los esfuerzos de Polleri en la narrativa breve –y
dejando de lado la conclusión indudable pero conservadora de que “Vidas de los
artistas” justifica la edición– los lectores interesados en pensar más en
detalle la obra del autor de Gran ensayo
sobre Baudelaire encontrarán que buena parte de los textos de la tercera
sección de este libro aportan no pocas claves para semejante tarea.
La uniformidad o aparente monotonía de la
obra de Polleri, la circulación perpetua en torno a ciertos temas y la
recurrencia de ciertas estrategias de sentido y marcas de escritura, por
ejemplo, son tematizadas en “La repetición”, hasta el punto que leemos
“Escribió la misma novela una ocena de veces (…) Su enfermedad es la repetición.
Una rara, muy rara, variedad de la amnesia regresiva. Cada tres o cuatro años
escribe la misma novela. O fragmentos de una novela anterior. Usted, claro, mi
amigo, cree que está escribiendo una nueva obra. Siempre es la misma. Es la
Repetición” (p.165). El contexto de lo dicho es el de la casi literal
reescritura (o repetición) de un texto de “Vidas de los artistas” (“El ángel
exterminador”), pero está claro que lo de escribir “la misma novela” es
fácilmente aplicable –a la hora de pensar una suerte de mecanismo analógico o
imagen representativa de los mecanismos por los que prolifera la obra de
Polleri– a esa línea que van armando los libros de su autor. Acá, entonces, en
estos textos hasta el momento inéditos, es donde se visibiliza al máximo el
procedimiento, la maquinaria autodigestiva: necesariamente, entonces, se trata
de un punto privilegiado en el mapa de la literatura de Felipe Polleri (quizá
el “excéntrico” por excelencia de la literatura uruguaya reciente), ineludible
para sus lectores.
Publicada originalmente en La Diaria el 16 de agosto de 2013.
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