Capital, John Lanchester



Transparencia urbana

 
Quizá una manera interesante de abordar Capital, la última novela del periodista y escritor John Lanchester (Hamburgo, 1962), pueda hacerlo desde el viejo concepto de literatura pop. Se trata, claro está, de un abordaje complicado, en tanto lo pop en la literatura ha sido trabajado desde enfoques marcadamente diversos y ha conocido, incluso, una suerte de proceso dividido en pop propiamente dicho (aquella narrativa que abraza la cultura popular, digamos, y que elude la tiránica y perimida división entre “alta” y “baja” literatura) y afterpop como derivación ulterior y más contemporánea, más autoconsciente, más irónica o incluso snob (digamos que, a grandes rasgos, la actitud pop maneja entidades simbólicas reconocibles por cualquier lector –en Uruguay podríamos decir Maracaná, el carnaval, el Canto Popular, etc– mientras que la actitud afterpop invoca referencias eruditas decodificables únicamente por geeks o nerds fanáticos de las historietas o las series de TV). La narrativa uruguaya reciente, de hecho, podría encontrar su momento más pop en la obra de narradores como Dani Umpi y Nacho Alcuri, mientras que un perfil más afterpop asoma tímidamente en la narrativa de escritores más recientes –como Agustín Acevedo Kanopa– o en cierta producción de militantes noventeros de la ciencia ficción y la fantasía, como por ejemplo Pablo Dobrinin (con sus relatos folletinescos) y Roberto Bayeto (con sus policiales paródicos en homenaje al Bukowski de la novela Pulp). En cuanto a Lanchester, su posicionamiento está formateado por elementos de lo que podríamos llamar el pop de la vieja escuela, en tanto su novela hace uso de recursos de la narrativa más típicamente best-seller (capítulos cortos, narración ágil, lenguaje coloquial) y se plantea como una escritura ante todo amigable con el usuario y pensada bajo los códigos de una comunicación lo más fluida posible.
 
La premisa de la trama es simple: hay una calle de Londres y hay un conjunto de personajes y sus historias, que van enmarcadas por un asunto más o menos misterioso que parecería inmiscuirlos a todos. Cada uno de los capítulos de la novela está narrado desde el punto de vista de uno de esos personajes y aporta a un gran mural de la vida en la Londres del siglo XXI. Aquí, como correspondería a una actitud pop, Lanchester no busca sorprender ni extrañar: lo que se nos cuenta de la Londres contemporánea es, más o menos, lo que cualquier lector medianamente informado puede imaginar de la Londres contemporánea (o, en otras palabras, maneja el concepto de “la Londres contemporánea” facilitado por los medios más masivos). Así, nos encontramos con la crisis económica de 2008, con una clase media-alta obsesionada por el ascenso en la “escala social” y por la “seguridad”, y con una muestra de “diversidad” tan notoria, predecible y certera que incorpora a una familia de paquistaníes, un albañil polaco, una niñera húngara, un padre senegalés y su hijo prodigio del fútbol, un joven banquero inglés y su esposa hiperconsumista, una inspectora de tránsito oriunda de Zimbabue, un artista conceptual del Londres más cool, su abuela y su madre. 
 
El vínculo entre todos estos personajes es la calle en la que viven (Pepys Road, aunque el autor, en varias entrevistas, ha señalado que la construcción del lugar es más bien ficcional), pero se trata, paradójicamente, de un escenario apenas compartido, en tanto las historias transcurren más bien independientemente y de puertas adentro o en otras zonas de Londres. Y quizá ahí esté uno de los defectos de Capital, ya que Lanchester apenas entreteje las historias y no las propone en una variedad de interconexiones que pueda desearse laberíntica: por el contrario, lo suyo es la imagen de una calle transparente, donde nada está oculto, y, a la vez, una calle vacía, que, en sí misma, apenas tiene algo que aportar a la trama más allá de un posible criterio de selección (se trataría de una calle abundante en propiedades cuyo valor monetario escaló tremendamente en las últimas décadas).
Su apuesta, entonces, no es la de generar complejidad: como buen escritor pop lo que pretende es comunicar sin fisuras ni extrañamientos, por lo que las historias de los personajes quedan limpiamente compartimentadas y en ningún momento se le plantea una dificultad de comprensión al lector. 
 
Esto puede verse, claro está, como la pérdida de una riqueza potencial. En cualquier caso, Capital, novela que no dice nada nuevo –que no busca hacerlo–, que no sorprende –no le interesa, parecería, esa estrategia– y que no desafía  –pese a su extensión un poco atemorizante y a su premisa–, se lee con placer, entretiene, divierte y, casi siempre, hace reír, todo esto con una notoria inteligencia, una soltura de palabra más que atendible y una generosidad narrativa no carente de sutileza.
 
A la vez, si bien tampoco se trata de exigirle a Lanchester ese verso viejo de la “profundidad” de los personajes, está claro que su novela es poco más que ligera y fluida y que sus vecinos de Pepys Road parecen sacados de una sitcom más o menos intrascendente. Pero, para pasar un buen rato, vale la pena. Quizá su mejor momento esté en las subtramas del banquero Roger (donde Lanchester evidentemente saca a relucir sus conocimientos del mundo financiero londinense, que describió en su libro de divulgación Whoops! Why everyone owes everyone and no one can pay –algo así como por qué todo el mundo le debe a todo el mundo y nadie puede pagar) y del futbolista senegalés Freddy Kamo (se nos dice en la solapa de portada que Lanchester ha sido periodista futbolístico); lo peor, por otro lado, estaría en la apresurada y tonta resolución de la trama pseudopolicial –la que intenta servir de marco a las historias de los vecinos– y en los personajes más inanes, entre ellos el artista conceptual Smitty, trabajado a un nivel notoriamente inferior al de los otros vecinos de Pepys Road.

Publicada en La Diaria el 29 de agosto de 2013

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