"El inmortal" y otros textos, Jorge Luis Borges
Procedimientos
Tengo para mí –y no creo estar diciendo
algo especialmente original– que El
factor Borges, de Alan Pauls, está entre los mejores libros jamás escritos
sobre la obra de Jorge Luis Borges. Y de sus nueve ensayos o capítulos vale
siempre la pena volver al séptimo, “Segunda mano”, donde Pauls moviliza la
noción de “manipular contextos” como un elemento esencial de la escritura de
Borges.
Comienza recordando una reseña
especialmente negativa que le infligiera un tal Ramón Doll a Discusión, el libro de 1933; el crítico
señala que los textos de Borges allí recogidos “pertenecen a ese género de
literatura parasitaria que consiste en repetir mal, cosas que otros han dicho
bien; o en dar por inédito a Don Quijote
de la Mancha y Martín Fierro, e
imprimir de esas obras páginas enteras”. Es bastante certero, “nítido” dice
Pauls, y basta con haber recorrido más o menos atentamente la obra de Borges
para ver de qué manera retorcida el crítico dio en el clavo. Borges después
usaría esas ideas casi al pie de la letra pero dándolas vuelta: lo que para
Doll era un defecto, “algo que tal vez sea un vicio (la pereza) o un delito (el
plagio)”, escribe Pauls, Borges lo convertirá en un eje posible de su obra. Los
valores implícitos que determinan la condición de defecto o falta son
subvertidos: el contexto, entonces, pasa a generar una virtud.
Y Borges insiste en repetir. Traduce y parodia (y vamos a volver después a esta
condición de “parodista”) textos de diversa procedencia en Historia Universal de la infamia y se pone del lado de los
traductores (otros subalternos, otros repetidores) al decir que prefiere la
versión de Néstor Ibarra de El cementerio
marino a la original de Valéry. Añade, además, para mayor provocación, que
leyó el Quijote primero en inglés y
que es ocioso comparar las versiones de Las
mil y una noches para determinar “la mejor”.
Es en Historia
universal de la infamia donde ese programa aparece definido por primera vez;
el libro incluye un clásico borgesiano, “El
acercamiento a Almotásim”, en un contexto que nos mueve a leerlo como una
reseña. Después queda claro que la novela reseñada –que se llama igual que la
reseña y es atribuida a Mir Bahadur Alí– “no existe”, que es un libro
“ficticio”; acá, entonces, la figura del crítico o reseñista –otro subalterno,
siempre asumida su condición como la de un productor de discursos de segunda
fila, tributarios o incluso serviles– es subvertida: se convierte en el
productor, digamos, y el libro sólo existe en tanto el crítico lo construye.
Después el texto apareció en El jardín de senderos que se bifurcan, un
compilado de cuentos. Esa inclusión mueve a leerlo como narrativa, ya no tanto
como una reseña. Lo leemos de otra manera, entonces, porque el contexto ha
cambiado. El texto es “el mismo” (en el sentido de que está hecho de los mismos
caracteres ordenados exactamente de la misma manera) pero significa otra cosa.
En el cuento “Pierre Menard, autor del Quijote” esa noción es explicitada:
Menard reescribe el Quijote y su
texto, idéntico al de Cervantes, adquiere un significado diferente. Hay que notar, por cierto, que Menard
no copia, no transcribe: del número inmenso de textos posibles en castellano,
de todas las secuencias posibles de palabras, él produce una idéntica a la escrita
siglos atrás por Cervantes. Pero por esos siglos no sólo pasaron determinados
acontecimientos (la historia, digamos) que modulan las connotaciones del texto
sino que, además, se sucedieron generaciones de lectores del Quijote. Lectores que lo reconstruyeron, lo reformatearon. Menard, es decir, vive en
un mundo en el que el Quijote es un
hecho (el centro del canon narrativo, nada más y nada menos), mientras que
Cervantes, naturalmente, vivió buena parte de su vida en un mundo libre del
gran libro. Ambos textos, entonces, son por fuerza diferentes.
Input/Output
En 1975 Brian Eno y Peter Schmidt
publicaron un set de 113 cartas llamado Estrategias
Oblicuas. Fueron propuestas como ayuda para artistas bloqueados o que
enfrentan un callejón sin salida: se saca una carta al azar y se sigue el
consejo ofrecido en ella, diga lo que diga. En algunos casos las indicaciones
son sencillas y en cierto modo fáciles de seguir (“trabaja a una velocidad
diferente”), pero en otros el proceso de indagar qué significan es,
probablemente, lo que termina por desbloquear o por favorecer el pensamiento
lateral.
Una de las cartas parece acercarse a la
manipulación borgesiana de contextos: “la repetición es una forma de cambio”, y
sugiere una confluencia entre el pensamiento de Borges y las teorías de
sistemas de Eno, informadas por la cibernética. Se trata de un contexto
interesante para (re)pensar a Borges, –escritor cuya imagen, después de todo, es
la de un artesano supremo de la palabra–, pero más que desde una perspectiva
del “resultado” (es decir la prosa, eso de hacer frases espectaculares en sí
mismas) o el “producto” implica leer a Borges desde una perspectiva del
“proceso”: copiar, traducir, resumir, mutar contextos, citar, repetir.
Hay, de hecho, una reflexión al respecto en
“Pierre Menard, autor del Quijote”:
“el método inicial (…) era relativamente sencillo. Conocer bien el español,
recuperar la fe católica, guerrear contra los moros o contra el turco, olvidar
la historia de Europa entre los años de 1602 y de 1918, ser Miguel de Cervantes. Pierre Menard estudió ese procedimiento
(…) pero lo descartó por fácil. ¡Más bien por imposible! dirá el lector. De
acuerdo, pero la empresa era de antemano imposible y de todos los medios
imposibles para llevarla a término, ése era el menos interesante”; la pregunta
sería, entonces, cómo generar un sistema –no importa acá que lo pensemos como
“un escritor”– capaz de, dado el tiempo suficiente, producir el Quijote. En
una lectura Eno-borgesiana del cuento, la analogía queda establecida con Discreet Music, el álbum lanzado por Eno
en 1975 y generado por un sistema de cintas y regrabaciones. Literalmente, Eno dejó el sistema funcionando, y la música
emergió de las condiciones impuestas y los procedimientos elegidos.
Esta perspectiva –digamos esta
recontextualización– de alguna manera reinserta a Borges en una tradición que
toca a Mallarmé, a los dadaístas, los surrealistas y los músicos de vanguardia
de la segunda mitad del siglo XX. Después de todo, ¿qué podemos decir de
interés ahora que ya no se haya
repetido hasta el cansancio? Digamos entonces que no nos importa tanto la prosa
de Borges como su cibernética.
Borges es fácilmente postulable como el
paradigma del escritor literario. Y
quienes estén dispuestos a pensar que es fácil separar la “literatura” de los
géneros populares (la ciencia ficción, el terror, el policial, la fantasía,
etc) sin duda no tendrán reparo alguno a la hora de ubicarlo –junto a Joyce,
Proust, Kafka, Nabokov et al– del
lado de la literatura. Pero no pocos cuentos permiten o incluso demandan un
desplazamiento de contextos. Tomemos por ejemplo “There are more things”, que aparece en el compilado El libro de arena. En el epílogo a ese libro
Borges incluye una serie de comentarios a los cuentos reunidos; los más largos
remiten al clásico “El otro”, para el que propone el tema del doble, y a “There are more things”. “El destino”,
dice Borges y el énfasis es mío, “no me dejó en paz hasta que perpetré un cuento póstumo de Lovecraft,
escritor que siempre he juzgado un parodista
involuntario de Poe”.
Es curioso el lugar que reclama para sí
Borges: imitador de un parodista involuntario, una suerte de sombra de una
sombra. Porque el original (que para Borges siempre es otro) no sólo es
Lovecraft sino Poe; en última instancia, los dos –como Homero Simpson en aquel
capítulo memorable en que intenta emular a Edison y luego descubre en que tanto
él como su ídolo vivían a la sombra de alguien superior, Leonardo Da Vinci–
parecen hermanados por un procedimiento, en este caso la parodia.
El texto en cuestión es estudiadamente
lovecraftiano: un hombre viaja a un pueblo remoto y descubre un horror
indescriptible en una vieja mansión. Como Lovecraft, Borges no describe acá
sino por la vía negativa, por la apelación a lo “inefable” (“para ver una forma
hay que comprenderla (…) ninguna de las formas insensatas que esa noche me
deparó correspondía a la figura humana o a un uso concebible (…) había muchos
objetos o unos pocos entretejidos (…) algo ascendía por la rampa, opresivo,
lento y plural”). Los lectores de Lovecraft –ese escritor publicado en infames
revistas pulp y de quien todavía
ahora, sin entender gran cosa por cierto, dice el escritor argentino-español
Patricio Pron que “sus relatos breves son notablemente imperfectos desde el
punto de vista formal”– sabrán reconocer esas formas incomprensibles.
El ADN lovecraftiano no sólo está presente
en este homenaje explícito; también se lo puede rastrear (y acá se vuelve
indispensble el libro de Carlos Abraham Borges
y la ciencia ficción), en cuentos tan
centrales al canon borgesiano como “El
inmortal” y “La casa de Asterión”,
donde es fácil encontrar un
procedimiento de reescritura y adaptación (a una serie más “literaria”,
digamos) de temas lovecraftianos. En el primero de los cuentos mencionados
llama la atención especialmente el parecido entre la ciudad de los inmortales y
la antiquísima ciudad alienígena encontrada en la Antártida por los
protagonistas de En las montañas de la
locura: ambas incluyen geometrías no euclidianas, laberintos y apelaciones
a la locura y a un pasado distante y ominoso. En el segundo coinciden la
narrativa en primera persona desde una figura recluida, ignorante del mundo
exterior y que, al aventurarse a la civilización, aterroriza a quienes lo
contemplan; en ambos cuentos, por cierto, se construye muy deliberadamente una
suerte de “piedad por el monstruo”.
¿Cabe leer entones a Borges como otro de
esos tantos escritores (muchos de ellos “de género”, otros más cercanos al mainstream y no pocos dados a las zonas
intermedias) –Neil Gaiman, Robert Bloch, Michael Moorcock, Alan Moore, Thomas
Pynchon, Michael Chabon, Jonathan Lethem, etc– que han deliberadamente
“homenajeado” o “prolongado” la obra de Lovecraft? Houellebecq, en su excelente
ensayo sobre Lovecraft Contra el mundo,
contra la vida, se asombra, precisamente, de ese influjo persistente de
Lovecraft, ese campo magnético que atrapa escritores dispares y los orienta
hacia la producción de una obra indudablemente lovecraftiana. Queda imaginar,
entonces, la publicación de “El
inmortal” en las páginas de Weird
Tales o alguna de las tantas revistas de ficción weird: leer a Borges desde el terror y la ciencia ficción; leer
(intervenir) el canon desde el margen.
Publicado en La Diaria el 17 de junio de 2016
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