Los peligros de fumar en la cama, Mariana Enríquez
Procesos
oscuros
Acaso sea una segunda lectura la mejor
manera de valorar con más justicia Los
peligros de fumar en la cama, el libro de cuentos que Mariana Enriquez
publicó en 2009 y fue hace poco reeditado por Anagrama. Es decir: si se leyó
primero el posterior y excelente Las
cosas que perdimos en el fuego, se vuelve necesario superar la ansiedad
generada por semejante precedente, y volver a leer Los peligros de fumar en la cama –o al menos algunos de sus cuentos–
sin buscar de la brillantez de Las cosas…
otra cosa que una prefiguración o anuncio, una estación más en el
crecimiento de su autora, termina por dar resultado
Con esto se quiere decir, entonces, tanto
que Los peligros… no está en verdad a
la altura de Las cosas… como que en
sus mejores momentos, si se lo lee sin la mencionada ansiedad, ofrece una
narrativa de interés y, por supuesto, formas de esa inquietud y extrañamiento
(así como una mirada fresca a las convenciones del género y al influjo de
Lovecraft, King y Ligotti) que de manera tan virtuosa convocaba la autora en
cuentos como “La casa de Adela”, “La hostería” o “Bajo el agua negra”.
Si bien sus cuentos fueron concebidos de
manera independiente y publicados en distintas revistas y antologías antes de
su aparición reunida en libro, Las cosas…
se las arreglaba para ofrecer una conexión, una cosa de álbum conceptual,
digamos, que no está presente de manera tan nítida en Los peligros… Esto en principio no debería ser un defecto, pero es
cierto que hay un efecto progresivo o acumulativo en la lectura de cuentos a
los que es dable encontrarle un eje (aunque no sea estrictamente narrativo ni
un procedimiento deliberado de variación sobre ciertos temas), y en Las cosas… Enríquez colocó sabiamente el
cuento que da título al libro al final, logrando el cierre y el paroxismo de
esos elementos en común que iban proyectándose o permitiendo su reconocimiento. Pero en Los peligros… eso no sucede, o al menos
no de una manera tan notoria, y al terminar el libro más que una sensación
general, por llamarla de alguna manera, lo que asoma o es retenido es lo que
ofrecen sus mejores cuentos. Así, hay que destacar “La virgen de la tosquera”
–donde a una rivalidad entre adolescentes se le va superponiendo, como si se
abriera camino sobre el pop de una FM una transmisión intermitente y ominosa
(como esas cuentas de números que, dicen, pueden escucharse en los océanos),
una realidad más antigua y terrorífica–, “Cuando hablábamos con los muertos”
–que emplea también el recurso (casi un subgénero en sí mismo) de relatos de
adolescentes que aceptan más o menos sin problemas, para mayor y kafkiano
extrañamiento del relato– la irrupción
de lo sobrenatural y “Rambla triste”, acaso el mejor, que superpone a la
geografía real de Barcelona un ambiente inquietante poblado por niños extraños
y terroríficos.
Mención aparte merecen “El desentierro de
la angelita”, que juega a dar vuelta una serie de convenciones de los relatos
de fantasmas-con-una-venganza e incorpora también esa suerte de familiaridad
–inquietante para el lector– de los personajes con lo sobrenatural y lo
siniestro, “Carne”, que prescinde de lo sobrenatural, y “Chicos que faltan”;
estos tres textos, si bien todos ellos disfrutables y bien resueltos en cuanto
a lo estrictamente narrativo, no se despegan de cierta cualidad de aprendizaje
en proceso: los tres proponen procedimientos y recursos de interés, pero no
llegan a hacerlo de una manera plenamente lograda. No se trata de textos fallidos,
pero al terminarlos –independientemente ahora del altísimo precedente impuesto
por Las cosas…– es difícil librarse
de una sensación de que la cosa prometía más y la autora no llegó a ver cómo
desarrollar esos elementos. Es interesante, en todo caso, señalar de “Chicos
que faltan” el tópico de “personas que desaparecen y regresan cambiadas”
–central también a “La canción que cantábamos todos los días”, de Luciano
Lamberti–, que admite, qué duda cabe, una lectura desde la historia reciente (y
no me refiero sólo al horror de las dictaduras sino también a los exilios más
recientes) de nuestros países.
Quienes disfrutaron Las cosas que perdimos en el fuego y se sepan ya seguidores de
Mariana Enríquez (me cuento en ambas categorías) no deberían dejar escapar Los peligros de fumar en la cama, así
sea por su condición de documento del progreso de la autora; sus defectos, o
esas cualidades que cabría pensar al menos comparativamente como defectos, no
oscurecen el goce de lectura generado por sus cuentos; o, en todo caso, las
oscuridades vienen por otro lado, ese que los lectores de Enríquez esperamos
con ansias.
Publicada en La Diaria el 2 de mayo de 2017
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