Bogotá 39, varios autores


El vértigo de las listas



Vamos a empezar por lo más fácil. El mecanismo por el que fueron generados la lista de autores y el consiguiente libro Bogotá 39 (que acá en Uruguay publica Estuario Editora) queda detallado en la solapa del libro: los autores de la primera edición de la lista (2007) recomendaron escritores más jóvenes que ellos a los organizadores del asunto; después, estos mismos organizadores convocaron editoriales, críticos y gestores culturales a lo largo de Latinoamérica para que, a su vez, propusieran más escritores. Después, un jurado compuesto por Leila Guerrero (Argentina), Darío Jaramillo (Colombia) y Carmen Boullosa (México) leyó el material enviado por los escritores y armó la selección definitiva de 39 textos. El resultado de esta operación puede ser desglosado por países (México es el más representado, con siete escritores, seguido por Argentina y Colombia con seis, Chile con cuatro, Perú con tres, Brasil, Ecuador y Uruguay con dos y Venezuela, República Dominicana, Puerto Rico, Bolivia, Cuba, Guatemala y Costa Rica con uno), por género (26 hombres y 13 mujeres, una precisa relación de tercios) y por edades. Si miramos esto último, resulta que el año límite de la lista (1978) es el más representado, con ocho escritores; sigue 1981 con siete, 1979 con seis, 1982, 1983 y 1986 con tres, 1980, 1987 y 1988 con dos, y 1985, 1985 y 1989 con uno.

No tan fácil es sacar conclusiones, pero vale la pena pensar un poco al respecto. Anotemos entonces que la proporción de dos tercios de hombres frente a un tercio de mujeres es bastante llamativa y no menos incómoda, especialmente cuando cuesta más bien poco pensar en escritoras cuyas obras no sólo gozan de cierto consenso crítico en cuanto a su calidad sino que también han alcanzado recientemente una buena visibilidad. Que México y Argentina lideren la cuenta de escritores no parece sorprendente, por otro lado, aunque habría sido deseable contar con una representación más pareja que permitiera que de países como Cuba o Bolivia pudiera el lector de Bogotá 39 encontrar al menos dos voces diferentes; el caso uruguayo es interesante porque los dos seleccionados, Valentín Trujillo (Maldonado, 1979) y Damián González Bertolino (Punta del Este, 1980), están no sólo cerca en cuanto a sus edades sino también geográficamente, nativos como son ambos de Maldonado. Es curioso, de paso, que los siete mexicanos hayan nacido en Ciudad de México, dato que contrasta con la diversidad geográfica ofrecida en la delegación colombiana (de los seis colombianos, sólo 2 nacieron en la misma ciudad, Popayán); lo mismo que en el caso mexicano, con la excepción del platense Castagnet, pasa con los seis argentinos.

La distribución de edades, por otro lado, hace pensar que habría valido la pena dar paso a más voces más jóvenes, quizá porque de ese modo se establecería una distancia más clara en términos de relevo generacional con la entrega 2007 de la lista (cuyo representante más joven, Andrés Neuman, nació en 1977, es decir que es apenas mayor que los autores nacidos en el año más representado de la entrega 2017). En cualquier caso, son objeciones quizá poco importantes (cabría argumentar sin embargo que la relativa a género es la de mayor peso), ya que, como todas las listas, permanece anclada al criterio de sus jurados y, por tanto, no puede sino dar paso a este tipo de propuestas o enmiendas, al igual que el infaltable “y por qué no está fulana y por qué no está mengano”. Pensar en términos de representatividad, de “importancia” o “relevancia” o incluso de “calidad” es mucho más difícil que sumar nacionalidades y años de nacimiento; cada lector más o menos informado sobre la narrativa contemporánea de su país, su región o de Latinoamérica completa podrá armar su propia lista, no necesariamente acotada por los cuarenta años. El caso, con Bogota 39, es ante todo descubrir, es sorprenderse.

Territorios en el mapa
En ese sentido, cabe pensar en el libro como nada más que otra muestra o antología (no hay, en rigor, una pretensión más o menos explícita de establecer un verdadero canon) y leerla como se leen las muestras o antologías de escritores jóvenes o, si vamos al caso, como se lee cualquier colección diversa y variada de voces narrativas. Y del mismo modo que todos tenemos nuestra lista para contrastar con la que se nos ofrece, también armamos nuestra nómina de favoritos y de aquellos que nos interesaron menos. Eso, qué duda cabe, es una manera del uso de este tipo de libros: quizá los mejores momentos en cuanto a experiencia de lectura son aquellos en que un escritor cuya obra no teníamos en alta estima nos ofrece un cuento que nos maravilla o también, por supuesto, los del encuentro con nombres desconocidos por nosotros que nos proponen textos conmovedores; del mismo modo, encontrar confirmaciones de lo que ya sentíamos es o puede ser también una fuente de placer lector.

Este último es el caso de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), cuya inclusión en una lista de estas características es tan predecible como grande su aporte a la calidad general del libro. Pocos lectores dejarían de colocar al de Schweblin entre los mejores textos de Bogotá 39, y esto no debería sorprender a quienes hayan leído El núcleo del disturbio (2002), Pájaros en la boca (2009) o el más reciente Siete casas vacías (2015), del que se extrae el acá incluido “Un hombre sin suerte”. Algo similar, aunque su nombre probablemente suene menos a los lectores uruguayos, pasa con el colombiano Juan Cárdenas (Popayán, 1978), autor de novelas (Zumbido, de 2010, Los estratos, de 2013, El diablo en las provincias, de 2017) de referencia obligada a la hora de pensar la narrativa latinoamericana contemporánea.

De manera similar, los seguidores de Damián González Bertolino y Valentín Trujillo encontrarán plena confirmación del buen hacer de ambos escritores. En el caso de González Bertolino, la propuesta pasa por un capítulo (el primero, de hecho) de su proyecto en marcha El origen de las palabras, que viera un adelanto (el texto relativo a la letra “i”) en Trece que cuentan, editado en 2016 por Banda Oriental; el texto incluido en Bogotá 39, vale la pena señalar, resulta más satisfactorio como texto que se vale por sí mismo, y está entre lo mejor del libro. El de Valentín Trujillo, también de lo más interesante del autor, fue escrito especialmente para la selección e ingresa cómodamente en la preocupación de su autor por actualizar los modos de la narrativa histórica (como sucede en su última novela, ¡Cómanse la ropa!, de 2017).

Pensemos ahora en las sorpresas. La nómina argentina es sin duda llamativa para un lector uruguayo por la ausencia de nombres más conocidos (hecha la excepción de Schweblin), y encuentra en Martin Felipe Castagnet (La Plata, 1986) uno de los pocos textos no evidentemente “realistas” del libro. Su aporte, “¡Soldados, llévense todo de regreso a casa!”, es un sugerente cuento de ciencia ficción neociberpunk, muy en la línea temática de las dos novelas de su autor, Los cuerpos del verano (2012) y Los mantras modernos (2017); si leyéramos el libro en clave de subgéneros narrativos estaría claro que la gran mayoría de los textos caben dentro de una suerte de escritura mainstream realista, con variantes o zonas extremas que van –para seguir con los argentinos– desde la inquietante textura ballardiana de “Physiologus”, de Lolita Copacabana (Buenos Aires, 1980), hasta el juego metanarrativo desde lo cotidiano que atraviesa “Obra en construcción”, de Mauro Libertella (Ciudad de México/Buenos Aires, 1983).

Mapear el libro ensayando zonas y registros de escritura es una tarea que excede los límites que se imponen a un artículo como este, pero un examen de la comitiva mexicana quizá ofrezca los mayores indicios de cierta homogeneidad en la escritura, que propone variantes muy cercanas de cierto realismo minimalista apoyado en la construcción de una oralidad expresiva y algo extrañada, de la que “2004”, de Laia Jufresa (Ciudad de México, 1983) es quizá el mejor ejemplo y “Fictio Legis”, de Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) el más radical, en particular por su fragmentación del fluir del relato en segmentos separados por guiones; en un concebible punto intermedio aparece “Cómo piensan las piedras”, de Brenda Lozano (Ciudad de México, 1981), seguramente entre los mejores del libro.

Fracturas y fragmentos
Quince de los textos de Bogotá 39 fueron extraídos de novelas o relatos más largos. En algunos casos opera ahí alguna forma de desilusión, en tanto lo ofrecido no parece cuajar del todo o apenas refugiarse en una suerte de estatus de muestra; son pocos los casos en que esto queda superado por la potencia expresiva del texto en cuestión, y el ya mencionado aporte de Damián González Bertolino es uno de ellos; sin embargo, en mi llamémoslo top 5 de textos de Bogotá 39 el primer o segundo lugar está ocupado precisamente por un fragmento, “La marcha hacia el sur”, del costarricense Carlos Manuel Fonseca (San José de Costa Rica, 1987). Por supuesto que la experiencia de otros lectores podrá ser diferente, pero a diferencia de esos textos –es inútil nombrarlos– en los que la condición de fragmento no va ligada al deseo de leer la obra completa, el aporte de Fonseca puede hacer estallar en el lector (como en mi caso) las ansias de conseguir Museo Animal (2017), la novela a la que pertenece. Esa profusa realidad reconstruida en el relato con trazos limpios y siempre sugerentes convence de su pertenencia a una totalidad aún más fascinante, pero incluso cerrándose en los límites que le impone su aparición en Bogotá 39, el texto se basta a sí mismo y su final, incluso, llega a ser memorable.

Fragmentos aparte, el conjunto de los 24 cuentos ofrecidos –para ceder al impulso de hablar en términos más bien generales– es de un nivel medio lo suficientemente alto como para hacer del libro completo una muy buena experiencia de lectura; es inevitable encontrar algunos puntos más bajos, pero incluso si fuesen más, si fuesen muchos (que no lo son), los mejores relatos ofrecidos sin duda los compensarían. Ya mencioné el de Samanta Schweblin, y en esa línea hay otra no-sorpresa o confirmación: los lectores de la boliviana Liliana Colanzi (Santa Cruz, 1981), cuyos libros lamentablemente no se consiguen con facilidad en nuestro país, sabemos que “Chaco”, recogido en este libro y también en Nuestro mundo muerto (2017), es uno de los mejores cuentos escritos por alguien que nació –por seguir el juego de las fechas en Bogotá 39– después de 1978. Si en Schweblin sobrecoge la perfección técnica y formal, la economía precisa de medios, en el de Colanzi lo asombroso es su potencia expresiva y evocadora acaso más fluida, más weird (es tentador añadir que no en vano Colanzi acaba de traducir para su proyecto editorial Dum Dum Editora el clásico “The color out of space”, de H.P.Lovecraft), más orgánica. Creo que gran parte de los lectores coincidirán en esto conmigo, y por eso parece curioso –o al menos surge como un holograma proyectado por esta lectura personal– que los dos mejores cuentos del libro están escritos por mujeres y que sean precisamente las mujeres las menos representadas en la selección. Ensayo algunas propuestas más para ese top 5 o top 10: además de los ya mencionados, “Un mundo huérfano”, del colombiano Giuseppe Caputo (Barranquilla, 1982), “Raíces”, de Mariana Torres (Brasil, 1981), “Teresa”, del chileno Eduardo Plaza (La Serena, 1982), “Aparato avisador”, de la peruana Claudia Ulloa Donoso (Lima, 1979) y “Familia”, del colombiano Cristian Romero (Medellín, 1988: por cierto, el autor más joven del libro).

Es difícil no dejar caer de vez en cuando una pequeña objeción o una irrupción de diferencia con la nómina y el jurado; como ya he dicho, cada lector podrá tener las suyas. Lo que importa, en última instancia, es la gran oportunidad ofrecida desde Bogotá 39 para descubrir voces narrativas, para enamorarse de escrituras latinoamericanas nuevas, para seguir investigando: no sólo dentro de la obra de los incorporados sino, por qué no, más allá hacia otros escritores recientes y contemporáneos en Latinoamérica.



Publicada en La Diaria el 5 de octubre de 2018


Bonus Track: mi lista personal, a añadir o superponer a la oficial de Bogotá 39 (aclaro que me tomo alguna libertad que otra en relación a la cota superior de 39 años):

De Argentina: Denis Fernández, Paula Vázquez, Pola Oloixarac
De Brasil: Antonio Xerxenesky
De Colombia: Margarita García Robayo, Hank T. Cohen
De Cuba: Legna Rodríguez Iglesias, Jorge Enrique Lage, Maielis González Fernández


De Ecuador: Solange Rodríguez Pappe, Esteban Mayorga
De México: Carlos Velázquez, Claudina Domingo
De Perú: Johann Page, Katya Adaui
De Uruguay: Agustín Acevedo Kanopa, Carolina Bello

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