Smith, Gonzalo Paredes



Simulacros

 



Sería interesante escribir una historia de la traducción empleada como recurso ficcional. Uno de sus momentos más importantes, sin lugar a dudas, sería el apéndice F de El señor de los anillos, que comienza señalando que, en el libro precedente, el “inglés” aparece como representación de un idioma conocido como “westron” (“oestron” en la traducción), hablado por “casi todos los pueblos parlantes (salvo los elfos) que vivían dentro de las fronteras de los reinos de Arnor y Gondor” (página 1101 de la edición en un volumen publicada en 1991 por Harper & Collins; la traducción es mía). Más adelante, en el apartado “sobre la traducción”, se anotan particularidades del trabajo (de un autor ficticio detrás del que se escondería Tolkien) de llevar al inglés los nombres y las expresiones westron: se dice, por ejemplo, que el término “shire” (“comarca” en la traducción”) fue derivado del westron Sûza, y que en la traducción se pierde un poco el sentido; a la vez, algunos nombres (“Took”, “Boffin”) fueron creados en imitación fonética (de los originales westron Tûk y Bophîn, respectivamente) mientras que otros buscaron un sentido equivalente (por ejemplo “Merry”, “alegre”, traduce “Kali”, que significa precisamente eso en westron). Todas estas aclaraciones –que son numerosas– permiten, a su vez, contar más historias, y de esa manera la traducción (ficticia) y la narrativa se funden en el vasto relato construido por Tolkien (o, visto desde otro punto de vista, narrativa y traducción desembocan en el vasto océano lingüístico construido por Tolkien).
 
Smith, reciente compilado de cuentos de Gonzalo Paredes, también puede ser incorporado a esa historia de la traducción en la ficción o la ficción en la traducción. Sus páginas se dejan leer como una traducción de una serie de textos originalmente en inglés, con todas las fórmulas consagradas por tanto una literatura (la de las ficciones detectivescas o policiales, por ejemplo) como los doblajes del cine; así, encontramos construcciones recurrentes como “ya sabes” (que en español no suena tan natural como you know para los angloparlantes), la ridículamente literal “muchacho grande” (que remite a la también natural –y lugar común de la oralidad en la novela negra–en inglés big boy), y la recurrencia de “te eché de menos”, que también desplaza el habla desde un posible español rioplatense (“te extrañé” por I missed you) hacia una variante más peninsular o “neutra”, lo cual de paso parece sugerir –si se lo lee desde estas coordenadas– que el tipo de narrativa ofrecida en el libro no tiene necesariamente un anclaje rioplatense y si peninsular o neutro), por anotar unos pocos.
 
El artificio más notorio del libro de Paredes, entonces, es extrañar el español de sus textos para remitir a o sugerir una traducción y una tradición literaria. Esto último es especialmente visible en la narrativa en sí: como bien señaló Gabriel Peveroni en su reseña, Paredes remite a las fórmulas “de los policiales norteamericanos de los años 40 y 50, en los que la resolución argumental sumaba disparates, desatinos y "manotones de ahogado" que los escritores debían dar para resolver la trama y mantener así la atención del lector”; si bien esa línea de trabajo es especialmente clara, también podría leerse en los textos de Paredes y en las aventuras de Smith, su protagonista, una referencia posible al clásico El hombre que fue jueves, de G.K.Chesterton, con sus juegos de máscaras y de identidades relampagueantes. 
 
De hecho, todos o casi todos los cuentos de Smith incorporan algún tipo de simulacro o impostura, tanto en cuanto a la anécdota (en el espléndido relato “Sylvia Rachel” hay una mujer que usa un traje prostético para parecer obesa, por ejemplo) como a referencias literarias (el breve “Smith lee una novela” involucra a Patricia Highsmith y su Extraños en un tren, con su trama de sustituciones, y, en virtud de la mención a la autora, a la serie protagonizada por el personaje de Tom Ripley, notorio impostor e imitador). A la vez que, para continuar con lo dicho más arriba, el libro puede verse como un “simulacro de traducción”.

Extrañas tradiciones
Smith también podría vincularse a la zona más “policial absurda” (estoy inventando la etiqueta: no hay que tomársela muy en serio en tanto tal) de la obra de Levrero, concretamente La banda del ciempiés y Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo, que hace también uso del “español de traducción” y de esos procedimientos detectados por Peveroni, aunque evidentemente carga un poco más las tintas en cuanto a cierto efecto onírico o fantástico, que en el caso de Paredes es más sutil (pero no por ello menos visible).
 
Por supuesto que lo que acá estoy leyendo como una apropiación en clave ficcional de la traducción puede ser pensado también desde otros lugares, por ejemplo la vocación de apartarse de ciertas coordenadas de lo que hace a una tradición literaria “nacional”. Así, no hay detalles localistas en Smith, que transcurre en Estados Unidos o, más importante, no en Uruguay. Como se rehúye remitir a “lo uruguayo” o “lo literario-uruguayo”, la tradición a la que apunta el libro es, deliberadamente, ajena, y ahí podemos volver a la traducción (como marca de extrañamiento en relación a un texto dado) o pensar en ciertas prácticas de escritura que intentaron borrar lo “nacional” de los libros y apartarse, por ejemplo, de cierta narrativa (de la que La balada de Johnny Sosa, de Delgado Aparaín, podría ser un ejemplo, aunque también lo sería, más recientemente y con factura harto más interesante, Las arañas de Marte, de Gustavo Espinosa) consagrada en la o las tradiciones narrativas de nuestro país. Esas prácticas, comunes en la escena under de la década de 1990, también se acercaban a géneros narrativos en cierto modo “extraños” a la visión más oficial de la literatura uruguaya, entre ellos la ciencia ficción. 
 
Los relatos, además, se ensamblan en un totalidad sugerente e interesante (aunque no necesariamente un mundo ficcional con una cronología pasible de ser establecida con certeza), que hace fácil que el lector coincida con el Felipe Polleri del texto de contratapa y pida “más cuentos de Smith”. El personaje que da nombre al libro, entonces, va ganando espesor (o detalle, mejor dicho) texto tras texto, a la vez que van apareciendo temas recurrentes. Además de la impostura y los simulacros, es fácil encontrar una línea que tematiza la imposición y la intolerancia; así, un personaje esencialmente vacío o empobrecido como Smith (no escasean en el libro las formulas negativas o autoanuladoras como por ejemplo “Smith nunca había leído novelas”, que es contradicha por el cuento siguiente, o, en el mismo texto, “Smith nunca había leído la Odisea”) abunda en deseos de censura y prohibiciones, que remiten sin lugar a dudas a una propensión al fascismo. Por ejemplo: “él [Smith] promovería la creación y la escucha de música instrumental… Sería una medida de higiene que a la larga el pueblo, al principio incomprensivo, agradecería” o “estoy pensando que quizás deberían prohibirse las novelas (…) en ocasiones, incluso con un adulto, han de tomarse medidas excepcionales y extremas. Para prevenir males mayores”.
 
Pidamos, entonces, más cuentos de Smith. O, por qué no, unas cuantas novelas.

Publicada en La Diaria el 25 de septiembre de 2014

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