Madmaxismo, Fernando López Lage


Hecha la excepción de ciertas referencias a la filosofía de Nick Land descifrables en Anástrofe, el último libro de Sandino Núñez, no es fácil encontrar en la producción teórico/literaria local una atención a las filosofías del siglo XXI, en particular a las corrientes o ideas agrupables bajo la etiqueta de “posthumanismos”; por el contrario, lo más extendido parecería ser una cierta lealtad a modos humanistas —o humanizantes— de pensar los sujetos, las artes, la naturaleza, la economía, la historia y la política. En este contexto, entonces, resulta especialmente bienvenida la publicación de Madmaxismo, de Fernando López Lageen tanto representa un compendio amplio y cuidado de ideas y puntos de vista posthumanistas o, para decirlo de otra manera, un abanico de oportunidades capaz de poner en marcha un pensamiento informado por la pretensión de ir más allá de los humanismos consabidos o incluso agotados. 

Los diversos posthumanismos surgen, naturalmente, del rechazo al humanismo tradicional en tanto esquema antropocéntrico, excepcionalista o incluso esencialista de lo que nos hace humanos. El humanismo, en términos esquemáticos, da por sentada alguna forma dada de lo humano (sea una naturaleza, una esencia, una excepcionalidad, un telos evolutivo, un proyecto, una vocación), mientras que los posthumanismos suelen abordar el problema bajo la idea de una producción histórica de lo humano. Donde los humanistas (o casi todos los humanistas) se esfuerzan por limitar el alcance de la tecnología bajo la amenaza de la “inhumanización”, un posthumanista crítico señalaría que, en el fondo, nunca fuimos humanos: sea porque siempre estuvimos intervenidos genética, económica, culturalmente por otras formas de vida (desde las especies vegetales que hemos domesticado y a las que hemos extendido por el planeta hasta los virus que han sido incorporados a nuestro genoma y las bacterias que viven en nuestros cuerpos, pasando por los animales que consumimos y con los que llenamos el mundo), sea porque esa tecnología es pensable como un elemento esencial de lo que cabe pensar como la “humanización” de ciertas especies de primates. Del mismo modo, el humanismo antropocéntrico establece o bien una suerte de responsabilidad excepcional de los humanos para con otras formas de vida (y para con la biósfera como un todo) o, en las variantes más digamos de derecha, produce la noción de una naturaleza como aquello que está a la mano del ser humano y puede ser usado para el desarrollo o “progreso” de este último.

Hay tantos posthumanismos como humanismos, en última instancia, pero ambas nociones tienen centros definidos y en oposición, que son expuestos claramente en Madmaxismo. A la vez, López Lage no teoriza por su cuenta, no prefiere (o esa preferencia no se desprende de su escritura) una concepción particular del posthumanismo ni deja entrever una opción tomada al respecto, pero (además del hecho de que, por supuesto, no está en modo alguno “obligado” a hacerlo) sí ofrece no solo un cuidado manual para empezar a transitar esas avenidas sino también, y esto es sin duda lo más interesante de su propuesta, una reflexión sobre asuntos acuciantes de los debates contemporáneos desde un punto de vista en el que los diversos posthumanismos pueden servir de núcleo irradiante o de disparadores. 

Por ejemplo, buena parte del libro trabaja con la noción de antropoceno, que para la comunidad científica designa ya de manera consensuada la época geológica en la que vivimos (marcada por extinciones masivas y procesos geológicos en los que una agencia concebiblemente “humana” juega un papel preponderante) pero que suscita a la vez una serie de discusiones sobre el estatus de eso “humano” involucrado, su agencia, su incidencia en los procesos del clima global. Hablar de la “época de lo humano”, en última instancia, y López Lage nos lo recuerda, lleva a interrogarnos por la naturaleza de esa humanidad en juego: el discurso del humanismo tradicional, que da por sentada la agencia individual y colectiva de la “humanidad”, construye al ser humano como “sujeto” de ciertos cambios pensables históricamente y, de paso, como una entidad singular o privilegiada en el contexto de la naturaleza, capaz de ejercer voluntariamente una forma de “presión” influyente o deformante sobre los ecosistemas a pequeña, mediana y gran escala; esto, en las formulaciones más ingenuas de la noción humanista del antropoceno, comporta una forma de antropocentrismo oportunamente criticada por pensadores posthumanistas como David Roden, Timothy Morton y Louis Armand, por nombrar unos pocos. El libro de Lage da cuenta de este debate y lo vincula a problemas como el especismo, el extractivismo, el cispatriarcado del “hombre blanco” y el colonialismo/imperialismo, siempre con un tono panorámico de manual que, en el contexto local aludido en el primer párrafo de este texto, se siente como la proverbial entrada repentina de una corriente de aire fresco en una casa cerrada (y con tufo a moho y humedad) desde hace demasiado tiempo.

Otro de los aciertos de Lage es la conexión de estas posthumanidades con la escena del arte contemporáneo, en particular la local, y así encontramos sugerentes referencias a la obra de Sebastián Sáez, Carlos Barea, Sergio Porro y Mayra Da Silva. Del mismo modo, los eventos del último año y pico en relación a la pandemia de COVID-19 también informan al libro, y si bien el tratamiento no es (ni se propone serlo) exhaustivo, las reflexiones (o conexiones) de López Lage son sugerentes. 

La idea de que no haya en el libro una propuesta específica o una posición fuerte tomada por el autor, por otro lado, puede ser tanto un punto a favor como un elemento pasible de crítica; si se avanza en la dirección de esto último, cabría señalar que es llamativa la ausencia en las páginas de Madmaxismo de alguna alusión a los debates más estrictamente contemporáneos entre los diversos posthumanismos (en particular los llamados “especulativos” y “críticos” por David Roden) y la propuesta de “neorracionalismo” llevada a cabo por Reza Negarestani desde textos como “La labor de lo inhumano” (en el compilado Aceleracionismo, publicado en 2017 por la editorial argentina Caja Negra) y su hasta el momento obra más ambiciosa, el tratado filosófico neohegeliano Intelligence and spirit (2018). Negarestani (y sus seguidores, como Thomas Moynihan) proponen una fundación de lo humano a partir de un proyecto racionalista que “limpie” (un debug, en jerga informática) a la Ilustración de sus rémoras colonialistas, racistas, patriarcales y especistas y permita a la humanidad acceder a una “vocación” prometeísta de cuidado de sí, minimización del sufrimiento y, ante todo, precaución ante los riesgos existenciales que podrían llevarla a la extinción. Así, mientras los posthumanistas especulativos prefieren hablar de un futuro en que la noción de lo humano (siempre pensada como producida culturalmente, en oposición a apelar a lo natural o lo esencial) “estalla” en diversas (post)humanidades, cada una separada de la otra por lo que Roden llama la “tesis de la desconexión”, una brecha que vuelve intraducibles los proyectos de una posthumanidad en particular a los de otra, el neorracionalismo, por oposición, busca fundar un proyecto único de lo humano, y en ese sentido, en el contexto de Madmaxismo, podría haber sido pensado en relación a los problemas del colonialismo y el imperialismo. 

Entonces, si tratamos al libro de López Lage como un compendio de propuestas en el ámbito de las posthumanidades, es una pena que el debate recién aludido permanezca ausente, como también lo está la tensión entre los llamados aceleracionismos de derecha contra los de izquierda, los “verdes” (o ecologistas) contra los “adecuados”, y todos estos contra los “absolutos” o incluso los “neoaceleracionismos”. Es cierto que buena parte de estos debates acontecen por fuera de la academia y, por tanto, carecen de su sanción institucional; pero esto, qué duda cabe, también es lo que los hace más interesantes. 

Otras tantas críticas puntuales o específicas son posibles; así, ciertas imprecisiones a la hora de exponer las ideas (que comienzan en los terrenos del realismo especulativo y la ontología orientada a objetos) de Timothy Morton llaman la atención en las primeras secciones del libro. Del mismo modo, es especialmente problematizable la manera en que López Lage remite al discurso científico (en particular la biología); por ejemplo, en la página 58 se habla de “superar la visión hegemónica esencialista de las especies”, lo que en el texto va asociado a la deconstrucción o replanteo crítico de la noción de especie llevada a cabo como contribución novedosa desde ciertas obras de arte (en particular las de la eslovena Špela Petrič), pero que en rigor es algo ya dado por sentado dentro de la comunidad científica desde hace tiempo. De hecho —y esto puede encontrarse incluso en libros de divulgación científica como el excelente The Tangled Tree, de David Quammen—, esa superación de la visión esencialista de las especies ha servido para ir más allá de las nociones de linaje ramificado (la idea del “árbol de la vida” con sus ramas divergentes) para postular una estructura rizomática que, en lugar de fijar la atención en la transmisión sexual/vertical de genes como clave filogenética, da cuenta del intercambio “horizontal” de información genética entre bacterias, arqueas y eucariotas y también entre los virus y estos tres dominios de la vida.

Por supuesto, y para volver al principio de esta nota, las ideas humanistas o humanizantes están llamadas a jugar con ventaja, en tanto contribuyen (como los libros de autoayuda y espiritualidad new age) a apuntalar la noción tranquilizadora o reconfortante de que somos especiales, de que estamos en control (o podemos estarlo si actuamos racionalmente) y de que las reglas que pautan los flujos de energía en los ecosistemas de alguna manera no nos afectan ni nos conforman, en una apelación a una suerte de “excepcionalismo humano”. Así, la idea de la tecnología o el capital como factores que nos alienan de una naturaleza humana esencialmente distinta de lo maquínico o lo animal se ve renovada en formaciones discursivas que abrevan del estanque o charco humanista y dan de comer a “pensadores” como Eric Sadin, en el peor de los casos, o teóricos como Byung-Chul Han, en el mejor. Es fácil, digamos, abrirse las venas en la plaza pública (o aplaudir desde la tribuna) por los viejos valores perdidos de lo entrañable-humano y reclamar un futuro más “humanizado” para nuestros hijos y por eso, a largo plazo, en el sistema a gran escala de la literatura y la filosofía, los humanistas parecen llamados a ganar siempre. Libros como Madmaxismo, que al menos aluden a la hipótesis contraria, parecen correr en cambio con un hándicap que las habilidades retóricas de sus autores podrán ayudar a compensar de un modo u otro. Así, el aporte de Fernando López Lage (y más todavía en el contexto inmediato uruguayo) es sumamente encomiable, y quizá sirva para despejar caminos y abrir posibilidades a propuestas más exhaustivas, radicales o extremas.

Publicada en Afuera el 11 de mayo de 2021

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