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Oona y Salinger, Frédéric Beigbeder

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Detalles sórdidos a continuación En 1942 Salinger salió unas cuantas veces con Oona O’Neill, la hija del dramaturgo. Al mismo tiempo le escribió a Oona unas cuantas cartas, trabajó en un crucero, empezó a publicar cuentos en The New Yorker y, finalmente, fue reclutado para combatir en la Segunda Guerra Mundial. Estuvo activo durante el Día-D, la Batalla de las Ardenas y la Batalla del Bosque de Hürtgen, y por esas mismas fechas conoció a Ernest Hemingway, entonces corresponsal de guerra. Después de ser asignado a contrainteligencia e interrogar a   unos cuantos prisioneros, y de estar entre los primeros que entraron al complejo de campos de concentración de Dachau, Salinger volvió a Estados Unidos recién en 1946, tras trabajar en la desnazificación y pasar un tiempo en un hospital psiquiátrico, aquejado de fatiga de combate severa. A fines de la década descubrió el budismo y publicó, entre otros textos, el inolvidable “Un día perfecto para el pez banana”. Oona, mientras tant...