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Mostrando entradas de 2020

Nuestra parte de noche, Mariana Enríquez

  Comida.  La vida como aquello que crece y se multiplica: el cosmos como la gran circulación de la comida, el combustible de la replicación. Las plantas la producen a partir de la fuente más ubicua de energía sobre la tierra, con el añadido de oxígeno, dióxido de carbono y otros nutrientes; los animales, desconectados filogenéticamente del sol desde hace miles de millones de años, obtienen su energía comiéndose a las plantas o a otros animales que comieron plantas; los hongos descomponen plantas y animales y de ahí obtienen su energía. Todo suena muy didáctico, muy escolar. En realidad los animales están hechos también de bacterias, y es en conjunto con estas bacterias que las plantas o esos otros animales son devorados. Pero, además, cada célula animal guarda en su interior mitocondrias, encargadas de metabolizar, de asegurar ese crecimiento y esa energía para la reproducción: antiguas bacterias asimiladas, endo-simbiontes que se instalaron allí   dentro  cuando la gran catástrofe de

Distancia de rescate, Samanta Schweblin

El artículo, aquí .

Gabriel Peveroni, Los ojos de una ciudad china

Publicada originalmente en Montevideo por la editorial HUM, allá por 2016,  Los ojos de una ciudad china  ha logrado viajar en el tiempo. De hecho, podría decirse que ha invadido el pasado, como los  terminators,  en tanto ha retroformateado la obra anterior del uruguayo  Gabriel Peveroni  para producir algo nuevo, una macro-novela. En ese sentido, las últimas novelas de Peveroni (debe agregarse la segunda parte del «Proyecto Shanghai»,  Viajar no lleva a ningún sitio,  publicada en 2019) son ante todo una horda de replicantes que bajan de la puerta de Tannhauser y del Hombro de Orión para tomar por asalto al Parque Jurásico de la literatura en tanto institución. El término replicante no es inocente:  Los ojos de una ciudad china  habla de clones, hace de un grupo de clones y clonadores el eje más claro de su trama y, por cierto, desafía el orden literario y sus formas sancionadas de (re)producción ofreciéndonos un texto pensable tanto desde la noción de autofagia (el autor que devo

Cuatro escenas de una cuarentena en Montevideo

1 Sábado 14 de marzo. Mediodía. Mi esposa Fiorella y mis hijas Amapola y Margarita se han ido hace unas horas a pasar el fin de semana con mi suegra y yo tengo que hacer unas compras, así que camino las pocas cuadras que separan mi casa del centro comercial más cercano. Anoche, el presidente y su equipo de ministros anunciaron las primeras medidas de respuesta a la pandemia global por el COVID-19: todas las reuniones numerosas quedan canceladas, incluyendo cines, teatros, fútbol y discotecas. Como por “numerosas” se entiende superiores a veinte personas, mi grupo de lectura en una librería amiga podría seguir adelante; sin embargo, algunas de las participantes manifestaron de inmediato su preocupación. Es por esto que, mientras camino, voy pensando en qué hacer: ¿suspender hasta nuevo aviso?, ¿reformatear al grupo bajo una plataforma virtual? Las clases en las escuelas no han sido canceladas aún, sin embargo; Amapola, que había comenzado primer año de primaria apenas dos semanas

Ediciones Minotauro

La reciente decisión de Editorial Planeta de relanzar el sello Minotauro es un buen pretexto para recorrer la historia de esa colección que fue punta de lanza en más de un sentido. Hacerlo equivale a conocer buena parte de la historia de la fantasía y la ciencia ficción, ya que si figuras señeras de esos géneros —como Ray Bradbury, William Gibson, J. G. Ballard y J. R. R. Tolkien—, no fueron introducidas en ámbitos de lengua castellana por esa editorial, sin duda sí recibieron la difusión extensiva y rigurosa que las inscribió como indispensables en Hispanoamérica. Ediciones Minotauro fue fundada en 1955 por Francisco Paco Porrúa (1922-2014), quien además se desempeñó a partir de 1958 como asesor de Editorial Sudaméricana, donde propició la publicación de Cien años de soledad y Rayuela. El primer libro publicado bajo el sello Minotauro fue Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, un autor entonces desconocido en castellano. El estadunidense llevaba publicando cuentos en revistas p

Susanne Bier, Bird Box (Virus, pandemias y el afuera)

1. En la película Bird Box (Susanne Bier, 2018) la civilización como la conocemos queda destruida por un contagio. La naturaleza de esta pandemia no queda expuesta explícitamente pero entendemos que su propagación se basa más en una transferencia de información que en la acción de un organismo infeccioso o un virus. De hecho, el contagio opera a través de la vista: hay algo que vemos y que nos contagia, instantáneamente. La enfermedad contamina al huésped y le hackea el sistema nervioso; la gran mayoría de los casos ponen fin a su vida de la manera más sencilla y veloz que tengan a mano. En última instancia, es un virus “informático” que invade nuestra “programación mental”. La respuesta instantánea de los no contagiados es encerrarse. En sus casas, cierran puertas y tapian ventanas, de manera que nada de lo que haya afuera pueda ser visto. Las salidas en busca de alimentos deben ser pautadas cuidadosamente, en equipos de cuantía mínima pero suficiente, con vendas en los ojos y e

Watchmen

Es tentador comparar la versión de “I am the walrus” (a cargo de Spooky Tooth) que sonó al final del último episodio de Watchmen con la propia Watchmen, y a partir de ahí preguntarnos cómo es posible que alguien se las arregle para hacer sonar aburrida, deslucida y pobre una canción de The Beatles, del mismo modo que el final de la serie se las arregló para que tantas premisas interesantes fueran desarrolladas hasta un desenlace tan inane, trivial y reaccionario. Es tentador, pero quizá sea una opción tan facilista como despachar Watchmen (“nada termina nunca”) en un final más o menos abierto. Después de todo, no es difícil pensar en términos de huevos y promesas, de nacimientos y finales, de easter eggs dispersos a lo largo de la serie, y reparar en que la letra de “I am the walrus” habla de volar y también de policías. Es tentador, pero también está claro que juzgar una serie ante todo por lo logrado o malogrado en su último episodio es arriesgado en el mal sentido del término y,