Jonathan Franzen, Libertad
Las amenazas de nuestro mundo
Desarrollo sustentable, calentamiento global, emisiones de CO2, cambio climático, crisis, modelos económicos, business as usual, recesión, deterioro ambiental y social… es fácil seguir añadiendo tópicos a esta lista y así armar una aproximación nebulosa a un zeitgeist o “espíritu de los tiempos” posible para estas primeras décadas del siglo XXI, en tanto yuxtaposición de los asuntos que suenan importantes e ineludibles, que compromenten a cualquier persona que guste de considerarse interesada en el camino que está tomando el mundo. En esa línea, es tentador leer Libertad, la cuarta novela de Jonathan Franzen (1959), como una aproximación a la “gran novela americana”, en el sentido de una narrativa capaz de dar cuenta y ofrecer un modelo a escala satisfactorio de la sociedad estadounidense (y también, tenue pero ineludiblemente, globalizada) en un momento dado, de, precisamente, un zeitgeist, del que el texto se vuelve “representativo”; una novela que “construya” la historia reciente, que diseñe el presente y vuelva legibles a nuestros contemporáneos; una épica nacional; una novela “social”.
El tema de la posibilidad (y necesidad) de una narrativa con esas características preocupó a Franzen desde mediados de la década de 1990, y un texto conocido como “el artículo del Harper’s”, por la publicación en la que apareció originalmente bajo el título hamletiano de “Tal vez soñar” (luego reescrito y titulado “¿Para qué molestarse?”, recogido en el compilado de ensayos Cómo estar solo, que publicara en castellano la editorial Seix Barral), da cuenta de su visión problematizada del posible género “novela social” (en el que son referentes claros Philip Roth y cierto DeLillo, así como también la célebre Catch 22, de Joseph Heller) y sus problemas personales a la hora de abordarlo o pretender abordarlo. En cualquier caso, la novela Las correcciones, que Franzen publicó en 2001, pocos días antes del atentado del once de septiembre, fue recibida como uno de los aportes contemporáneos más ambiciosos y logrados a esa categoría narrativa. De ahí que parezca inevitable, también, comparar Libertad con su predecesora inmediata, y es fácil notar que ambas construyen un acercamiento a las vidas de los integrantes de una familia clase media o media-alta, que ambas se apoyan resueltamente en un trabajo de caracterización, ofrecen un recorrido histórico-familiar (desde la década de 1950 en Las correcciones, desde los años setenta en Libertad), atienden a problemáticas específicas de los tiempos de los que dan cuenta, etcétera y son, además, novelas de largo aliento, con una importante complejidad de sub-tramas y un extenso reparto; en ese sentido, ofrecen un desafío para nada deleznable al lector, y también lo recompensan.
Fuimos los Berglund
Libertad se centra en una familia de clase media, los Berglund, y comienza presentándolos desde los ojos de sus vecinos en la ciudad de Saint Paul, Minesotta, adelantándonos que algo grave ha sucedido con la carrera de Walter, un abogado sumamente preocupado por la causa medioambiental (y el desarrollo sustentable, las emisiones de CO2, la deforestación, etc). Pronto el foco se mueve hacia su esposa Patty, y la novela ofrece un relato de los primeros años de la pareja, cuando el barrio en el que viven estaba apenas urbanizado y Patty hacía las compras con su hijo mayor, Joey. Y es Patty quien estructura la siguiente sección de la novela, presentada como una suerte de “autobiografía” escrita por ella en tercera persona, presuntamente por encargo de su analista. Este texto nos permite retroceder aún más en el tiempo y enterarnos de que Patty había sido violada en su adolescencia (a lo que sus padres respondieron con indiferencia), que había tenido una relación un poco extraña con una compañera de universidad, que se había enamorado de un guitarrista de punk rock y que, finalmente, resignadamente, se casó con el mejor amigo de este último; de ahí que jamás sintiera una verdadera “pasión” por Walter, una idea a la que se vuelve en reiteradas ocasiones a lo largo del libro. La relación de Patty con el punk Richard (quien más tarde se pasa a una variante under y garage del country) y el deterioro de su matrimonio con Walter se proyectan como el eje del libro, pero también hay espacio para las historias de sus hijos Joey y Jessica, de sus hermanas, de sus padres, de la familia de la novia de Joey y, especialmente, de los proyectos ambientalistas de su marido.
Es a partir de los capítulos dedicados a Walter que la novela convence como representación de un zeitgeist: Walter está especialmente preocupado por la superpoblación, un tema que es descrito convincentemente como al borde de lo políticamente incorrecto a la vez que ineludible, y desde sus reflexiones sobre el asunto la novela parece cristalizar y volverse más legible, más fácilmente interpretable en tanto indagación sobre las libertades individuales, la soledad y las complejas relaciones entre la identidad y el entorno socio-político-económico-ecológico. Y, a la vez, menos arriesgada en tanto novela, dotada de trama sólida, narración competente y personajes “bien” tramados.
Liberal (en el sentido estadounidense) convencido, Walter sufre el giro hacia la derecha de las convicciones de su hijo Joey, que se enreda en una serie de negocios turbios e “insustentables”; sus grandes proyectos, además, fracasan, del mismo modo que fracasa su matrimonio a partir de la lectura de la autobiografía terapéutica de su esposa. Hay, de hecho, en los capítulos más centrados en Walter una sensación de calvario que fácilmente podría leerse en un sentido alegórico: el camino que ha tomado el mundo debido a la codicia de los países industrializados ya no podrá enderezarse jamás. De hecho, todas las actividades ecologistas de Walter están profundamente marcadas (manchadas) por la política, y por momentos parece que su pensamiento es ante todo maquiavélico, en particular cuando se asocia a una empresa de explotación minera para crear –como manera de pasar el examen de sustentabilidad ambiental al que el negocio está sometido– un santuario de la vida salvaje. Él mismo parece al borde de confesar que sus emprendimientos, por bien intencionados que parezcan, están de alguna manera ensombrecidos, y que por esa razón no es de extrañar que fracasen, como si no hubiera salvación posible dadas las condiciones presentes, como si el error estuviese tan lejos en el tiempo que ya es imposible mitigar sus consecuencias. Es tentador también leer desde esa perspectiva el relato de su matrimonio, que comenzó bajo el signo poco auspiciante de la resignación de Patty a ser capaz de crear un futuro con Richard, por quien jamás deja de sentirse fascinada, y que se hunde de un modo en apariencia irremediable más o menos al mismo tiempo que el proyecto de Walter fracasa. Pero si apostamos por equiparar el camino de la civilización occidental con el del matrimonio de Walter y Patty quizá la propuesta final de Libertad sea más esperanzadora, o un poco más esperanzadora, o esperanzadora de la única manera en que cabe pensar en 2010 o 2011 que las cosas pueden mejorar. En ese sentido, la novela no es el conjunto de pronósticos terribles que cabría esperar para una narrativa que intente abordar los problemas medioambientales y económicos que enfrentamos a nivel mundial y que enfrenta Estados Unidos en particular.
Historia bien reciente
Quizá el gran acierto de Franzen desde el pensamiento político-ecológico (y en este sentido Libertad es más interesante que Solar, la reciente novela de Ian McEwan que aborda el tema del cambio climático) sea su manera de evidenciar el vacío que se ha hecho en cuanto al debate sobre la superpoblación, un tema que preocupaba especialmente en la década de 1970 (Isaac Asimov, por ejemplo, escribió al respecto en su libro Las amenazas de nuestro mundo) pero que ahora parece haber cedido paso a la preocupación por el cambio climático o por lo inadecuado de los modelos de desarrollo extractivistas, la mega-minería y la deforestación. A la pregunta de por qué ya no se habla tanto de superpoblación Franzen responde que porque el tema roza la cuestión de las libertades individuales, un tema “sagrado” en Estados Unidos. ¿Pero de qué libertad estamos hablando? ¿Cómo definimos la libertad? ¿Y quiénes somos en tanto individuos, aparentemente “libres”? Las historias de Patty, Joey y Walter son, a su manera, hipótesis arriesgadas, respuestas tentativas; en ese sentido, Libertad pertenece también a la larga (y a veces vilipendiada) tradición de la “novela de ideas”.
Otro elemento digno de atención es la maestría con la que Franzen estructura su libro y dosifica la información. Si bien la línea principal jamás se pierde de vista, la riqueza de las tramas adventicias es impresionante, y no faltarán lectores que se sientan más fascinados por el relato del under musical de fines de la década de 1970, o de las presiones sobre los “jóvenes emprendedores” a la hora de concebir el negocio que los haga millonarios antes de los treinta años, que por la soledad a toda prueba de Patty o las aparentes seriedad, responsabilidad y mediocridad de Walter. Lo especialmente logrado es que ninguna de estas subtramas es desglosable de la novela como totalidad, y que los nexos entre ellas y el eje principal del libro son frecuentes y muy visibles, como si fuesen parte de un rastro de migas de pan. En ese sentido, Libertad es más amigable con el lector que Las correcciones, y quizá una lectura más disfrutable. Su manera de lidiar con la historia reciente de Estados Unidos (el libro termina el primer año de la administración Obama) y con una serie de preocupaciones contemporáneas lo vuelven altamente satisfactorio como “novela social”, como el tipo de libro, de hecho, que nadie dudaría en calificar de “serio” o de “pertinente”, hasta el punto de que algunos críticos han comparado Libertad con La guerra y la paz, por ejemplo. Sin embargo, a la vez puede acaso resultar un poco arduo para quienes prefieran una literatura más fresca, más imaginativa, más irreverente, no tan consciente de su presunto papel en la sociedad y la cultura contemporáneas (y para ellos la opción es clara: leer Chronic City, de Jonathan Lethem, o The four fingers of death, de Rick Moody); sin embargo, la excelencia literaria de Franzen no falla en abrirse camino incluso para ese tipo de lector.
Publicada en La Diaria el lunes 5 de diciembre de 2011
Publicada en La Diaria el lunes 5 de diciembre de 2011
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