True Detective, Nic Pizzolatto
Detectives
cósmicos
En su ensayo Contra el mundo, contra la vida, Michel Houellebecq habla de cierto
efecto que ha ejercido la obra de H.P.Lovecraft sobre otros creadores de ficción; “al menos quince escritores”,
dice en la página 24 de la preciosa edición de Siruela, “han consagrado toda su
obra, o parte de ella, a desarrollar y enriquecer los mitos creados por HPL. Y
no furtivamente, a escondidas, sino de modo confeso (…) En una época que
aprecia la originalidad como valor supremo en las artes, el fenómeno no deja de
sorprender. De hecho (…) no habría noticias de algo semejante desde Homero y
los cantares de gesta medievales (…) Nadie se ha propuesto continuar a Proust.
A Lovecraft, sí. Y no sólo se trata de una obra menor bajo el signo del
homenaje o la parodia, sino de una verdadera continuación. Lo cual es un caso
único en la historia literaria moderna”.
Ahora bien, ¿cómo pensar este fenómeno?
Quizá valga la pena pensar que Lovecraft, a su vez, también había continuado, a su maneta, la obra de
otros escritores. Por ejemplo, en At the
mountains of madness (“En las montañas alucinantes” según la floja
traducción de Minotauro, “En las montañas de la locura” para casi todas las demás
traducciones) es retomado explícitamente el final de La narración de Arthur Gordon Pym, de Poe; a la vez, buena parte de
la narrativa temprana de Lovecraft (el llamado “ciclo onírico”) es una
reelaboración de las ficciones de Lord Dunsany y la idea de criaturas
ancestrales que reclaman su usurpado lugar en el mundo puede ser rastreada a
algunos cuentos de Algernon Blackwood y, especialmente, Arthur Machen.
En cualquier caso, podría hablarse de un (o
quizá de varios) géneros o subgéneros del terror. Es común, entonces, referirse
al “horror cósmico” como el gran aporte de Lovecraft a la literatura, su
actualización, por decirlo de alguna manera, del cuento clásico de terror,
ahora desprovisto de espectros ululantes que arrastran sus cadenas por una
abadía gótica, ahora pleno de “criaturas innominadas del espacio exterior”, por
citar al propio Lovecraft. Además, en tanto género, la narrativa lovecraftiana
(también cabe incorporarla a la categoría más amplia de ficción weird) ha evolucionado y se ha diversificado; en años
recientes ha cobrado cierto relieve, por ejemplo, el término new weird, referido a las ficciones de
escritores que retoman la herencia de Lovecraft y la incorporan a un contexto
de ciencia ficción de corte ominoso y slipstream.
De hecho, dado que los géneros son ante
todo una manera de leer, es interesante pensar la reciente y exitosa serie True Detective desde los parámetros de
la ficción lovecraftiana, el horror cósmico, la weird fiction y el new weird.
Tenemos, entonces, una serie de crímenes horribles y un asesino movido por
propósitos ritualísticos que, en el último episodio, nos dice que gracias a su
labor ya está siendo capaz, algunas mañanas, de ver “el plano infernal”;
confrontado por los detectives protagonistas de la serie, señala incluso que su
“trabajo” “todavía no está terminado”, y en una escena clave, en la que ha
conducido a uno de los detectives al centro de su laberinto, por llamarlo de
alguna manera, podemos ver una suerte de vórtice huracanado que deja adivinar
los brazos de una galaxia espiral en un paisaje cósmico.
No es difícil, entonces, leer en clave
lovecraftiana el esfuerzo del asesino por llevar a cabo ciertos rituales que
desatarán males ancestrales en el mundo: de hecho, Lovecraft describe a una de
sus antiquísimas deidades, Azathoth, como una criatura sin mente que “blasfema
en el centro del universo” “más allá del tiempo y el espacio”, del mismo modo
que buena parte de sus ficciones remiten a los esfuerzos de ciertos seres
humanos por invocar esos horrores.
Esta lectura, que podrá parecer rebuscada,
se apoya, en rigor, en la notoria cantidad de referencias a los clásicos del
horror cósmico que incorpora la serie. Ya en su primer episodio se habla de
“Carcosa”, del “Rey amarillo” y de las “estrellas negras”, que remiten a la
obra de Ambrose Bierce y Robert W. Chambers, dos “precursores” de Lovecraft en
el sentido borgesiano –derivado del ensayo “Kafka y sus precursores”– pero
también si seguimos la argumentación del español Rafael Llopis en su antología Los mitos de Cthulhu, que ofrece los
relatos que habrían inspirado a Lovecraft junto a trabajos centrales de su
mitología –como por ejemplo “En la noche de los tiempos”– y a cuentos escritos
por quienes continuaron sus ficciones.
En cuanto a Bierce, su “Carcosa” es una
localización ficcional que aparece en el cuento “Un habitante de Carcosa”, publicado
originalmente en 1886 y recogido, en castellano, en la ya mencionada antología Los mitos de Cthulhu (además de en Un habitante de Carcosa y otros cuentos de
terror, de la editorial española Valdemar, especializada en ficción weird). El protagonista del cuento,
originario de Carcosa, vaga hasta
encontrarse en una ciudad en ruinas; pronto descubre entre ellas su propia
tumba y la certeza de que ha retornado a su Carcosa natal, en lo que para él es
un futuro lejanísimo.
La ciudad de Carcosa fue después retomada
por Robert Chambers. En el libro de relatos The
King in yellow (hay varias traducciones al castellano, pero quizá la más
fácil de encontrar es El Rey de amarillo,
publicada en 2011 por Valdemar) esta localización es mencionada
enigmáticamente, así como también el misterioso “Rey amarillo”. En cualquier
caso, el “horror cósmico” acá está más que claro, en tanto Chambers vincula a
Carcosa con las Híades (el cúmulo de
estrellas más cercano al sistema solar, aproximadamente a 153 años-luz de
distancia) y afirma la ciudad está al borde del “Lago Hali”, en un planeta que
orbita alrededor de dos de las estrellas del cúmulo. “Strange is the night where black stars rise”,
leemos en el acápite del libro, “and strange moons circle through the skies /
but stranger still is / lost Carcosa” (algo así como “extraña es la noche en la
que estrellas negras se levantan / y extrañas lunas orbitan los cielos / pero
es más extraña aún / la perdida
Carcosa”). A lo largo del libro (en particular en los primeros cuatro cuentos)
se repite el nombre de Carcosa, vinculado a una obra teatral titulada The King in yellow (“El rey de
amarillo”) y que lleva inevitablemente a la locura a quien lea más allá del
comienzo de su segundo acto, de modo similar al Necronomicon, de Lovecraft, otro célebre libro capaz de producir
locura, o, ya que estamos, a Infinite
Jest, “La broma infinita”, película ficcional aludida en la novela homónima
de David Foster Wallace y capaz de atraer hasta tal punto la atención de su
espectador que éste queda incapacitado para cualquier otra cosa que no sea
seguir mirando la pantalla. En la obra, a su vez, se alude al “rey de amarillo”,
una suerte de entidad sobrenatural de maldad infinita, y al “signo amarillo”,
que identifica a quienes están en contacto con el rey y saben de esa maldad que
mana de Carcosa.
Lovecraft, atento lector de Bierce y
Chambers (les dedica una lectura especialmente lúcida en el ensayo El horror en la literatura) incorporó
referencias al Lago Hali y al signo amarillo en el cuento “The Whisperer in
Darkness” (“El que susurra en la oscuridad”), central a los mitos de Cthulhu.
De hecho, Lovecraft vincula el signo amarillo (y al rey amarillo) a Hastur,
quien después (en la sistematización de los mitos realizada por August Derleth)
sería presentado como uno de los “great old ones” (generalmente traducido como
“dioses primigenios”) y que es mencionado por primera vez en el cuento “Haïta
the shepherd” (“Haïta el pastor”) de Ambrose Bierce. Otros autores que han
referido a Carcosa, el signo amarillo y el rey amarillo incluyen al guionista
de historietas Grant Morrison y a los escritores James Blish, Lin Carter,
Marion Zimmer Bradley y Stephen King. De hecho, el relato de Blish, “More
Light” (“Más luz”) elabora extensivamente el contenido de la obra teatral e
incluye a Lovecraft como personaje. También George R.R. Martin alude a Carcosa
en Song of ice and fire (Canción de hielo y fuego, el ciclo de
novelas adaptado por la serie de TV Game
of thrones), ubicando a la ciudad en el extremo oriental del mapa de su
mundo ficticio.
True
Detective hace un uso si se quiere ambiguo de esta
mitología (y también de las ideas de Thomas Ligotti, acaso el mayor practicante
de ficción weird contemporáneo,
expuestas en el libro The conspiracy
against the human race, algo así como “La conspiración contra la raza
humana”), lo que facilita que en la red abunden lecturas e interpretaciones (el
asesino buscado por los protagonistas intentaría encarnar al rey amarillo, por
ejemplo, así como también el motivo espiral que se repite en casi todos los
episodios podría ser el signo amarillo); lo cierto es que la serie ha
incorporado a su ficción a primera vista realista un apreciable conjunto de
elementos del género weird, hasta el
punto que parece fácil argumentar a favor de la idea de que, en rigor, True Detective es, a su manera, un
ejemplo de horror cósmico, ficción lovecraftiana o ficción weird (en el último episodio uno de los protagonistas, de hecho,
“ve”, como mencioné más arriba, un vórtice espacial y es capaz, además, de
“sentir” el mal que se cierne sobre el lugar donde el asesino ha llevado a cabo
buena parte de sus rituales). Quizá, entonces, las pesadillas de Lovecraft,
Chambers, Dunsany, Machen, Derleth y otros maestros del horror se hayan abierto
camino, gracias a True Detective, hacia
una audiencia verdaderamente masiva; en cualquier caso, está claro que las
pesadillas literarias de H.P. Lovecraft (o, mejor, la línea narrativa en la que
él mismo se incluyó) tienen cuerda para rato.
Publicado en La Diaria el 23 de abril de 2014
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