Philip K. Dick, La transmigración de Timothy Archer
Con su última novela Philip Dick logró lo que venía persiguiendo desde el principio de su carrera: publicar por fuera del género ciencia ficción. No era la primera vez que lo intentaba; de hecho, novelas como Confesiones de un artista de mierda, Ir tirando y Voces de la calle, publicadas póstumamente, habían sido escritas a lo largo de la década de los 60 y los 70, mientras, para ganarse la vida, PKD escribía (dicen) un cuento por semana y una novela en seis días de escritura sin pausas, con los auriculares llenos de Beethoven y Wagner y una buena dosis de anfetaminas, siempre dentro del género y dinamitándolo desde adentro.
Se ha dicho que estas novelas “costumbristas” carecen del sentido del humor y el ingenio de su producción más canónica (dentro de la CF y también un poco por afuera), como por ejemplo El hombre en el castillo y ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, por nombrar los ejemplos más conocidos y no necesariamente los mejores (en mi opinión personal son ineludibles Ubik, Tiempo de marte, Gestarescala y Fluyan mis lágrimas dijo el policía); sin detenernos en ese punto, La transmigración de Timothy Archer logra de alguna manera inventarse un lugar (como también lo hizo Ballard) a caballo entre la CF y otras literaturas libres de género. Todo lo “fantástico” que sucede en La transmigración es puesto en duda por su narradora, Angel, (es la primera vez –y última, lamentablemente– que Dick da a una mujer la voz principal de una narración), que, en su afán por explicar todo desde la lógica más escéptica, parece la menos cuerda de todos los personajes, que pueden aceptar hechos como la comunicación con el más allá y la validez de las cosmogonías gnósticas.
La transmigración comienza el día en que Mark Chapman mató a John Lennon. Nada parece tener sentido, dice la narradora, a partir de ahí. Y su opción para dar sentido al mundo es contar lo que parecería la historia más insólita posible, la de un muerto que se incorpora a la psique de un esquizofrénico para formar una entidad doble, que a veces habla como uno y a veces como el otro. Contar esa historia implica ir hacia atrás: Angel se había casado con el hijo del obispo Timothy Archer (basado exhaustivamente en un personaje real, el obispo James Pike, de la Iglesia Episcopal de Estados Unidos, quien fuera íntimo amigo y confidente de Dick), teólogo hereje que llega a la conclusión de que la presencia divina que Jesucristo imbuye al pan y el vino en la última cena se apoya en algo tan material como un hongo alucinógeno, llamado anokhi, y que, por lo tanto, Cristo era “meramente” humano. Hacia las tres cuartas partes de la novela, Archer parte a Israel en busca de este hongo, y muere en un accidente en el desierto. Su espíritu, aparentemente –la novela parece dar indicios de que no es posible dudar en la realidad de esta incorporación, aunque su narradora se esfuerza por desmentirlos, casi siempre sin verdadero éxito– se combina, como ya he dicho, al del hijo de su esposa muerta, que es aludido a lo largo del libro a veces como esquizofrénico, otras como autista, y también como hebefrénico (Dick estaba obsesionado con la esquizofrenia y sus derivaciones, y llegó a leer gran cantidad de bibliografía sobre el tema).
Esta novela ha sido incorporada –no por su autor– a la llamada Trilogía de SI.VA.IN.VI. (The V.A.L.I.S. Trilogy), compuesta además por las antepenúltima y penúltima novelas que Dick publicara en vida, SI.VA.IN.VI. (V.A.L.I.S.) y The divine invasión (La invasión divina). La primera comienza como una novela “costumbrista” en el sentido Dickiano (él decía “realistas”), pero rápidamente migra a una trama más asimilable a la CF; la segunda, que transcurre en un futuro lejano, retoma todos los tópicos cienciaficcioneros trabajados por PKD a lo largo de su carrera, conectada claramente a V.A.L.I.S. no sólo por su tema (la ecléctica reelaboración que hiciera Dick del gnosticismo valentiniano, una secta del cristianismo primitivo que floreció hacia el siglo II d.C.) sino también por elementos de sus tramas (la V.A.L.I.S. o SI.VA.IN.VI. del título, una suerte de inteligencia artificial divina). La transmigración, sin embargo, no incluye ninguna de esas estrategias temáticas o argumentales, hasta el punto que, de no ser por su tema “cristiano” o “místico”, sería más que difícil sumarla a la llamada “trilogía”. Se trata quizá no del mejor Dick; es un Dick crepuscular, posiblemente, que ha perdido la imaginación desbordada y deslumbrante de Ubik, por poner un ejemplo; sin embargo, es también un Dick “jugado” al mango, que pone su vida sobre la mesa de disección, que desnuda sus ideas y las debate, las examina desde diversos puntos de vista, desdoblándose, incluso descalificándose y poniendo en duda su razón y sus vivencias.
Publicado originalmente en Club de catadores, 1/9/2010
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