César Aira, "El error"
Incomprensión de la máquina
El error, la nueva novela de César Aira, no es fácil de leer. Esta dificultad se da ante todo en contraste con la aparente facilidad de la prosa (que fluye con agilidad desde la primera hasta la última página sin dejar de exhibir cierta elegancia sobria) y asoma cuando el lector comienza a sospechar que no tiene en sus manos una novela en la que se pueda esperar asunto, trama o argumento, y no porque carezca de historias –que de hecho las tiene, y en abundancia (hay al menos cuatro: la de una pareja que atraviesa un momento difícil de su relación y viaja a El Salvador a visitar a unos extraños amigos, la saga de aventuras de un fuera de la ley salvadoreño, la de una mujer que huye tras haber asesinado a su marido y la de otra mujer que escribe cartas desde la cárcel a un escultor)– sino porque esas historias están presentadas a modo de digresión anticlimática, de perpetuo cambio de perspectiva. Es decir: en el momento álgido de cualquiera de ellas el narrador pasa abruptamente a la siguiente, y luego repite el proceso hasta que la última página del libro oficia de final de facto a la novela. El lector que buscaba ante todo entrometerse con trama y personajes termina entonces sabiéndose estafado; piensa que Aira está tomándole el pelo, que ha caído en una monstruosa autoindulgencia o acriticismo –o capricho– o, también, que se perdió en cierta actitud de juego vacío o inocuo; pero ese lector, expulsado del libro, termina por ignorar otro nivel del texto. Porque por encima de la aparente violencia de las digresiones parece configurarse un juego de temas que retornan a modo de variaciones, en el que las cuatro historias se hacen guiños y se comentan entre sí (como si cada una leyera la anterior en un juego metanarrativo que está claro en el título: el personaje de la primera historia “sale” a la novela a través de una puerta en la que está escrito “El error”), en el que “aparece” mágicamente la sensación de que las digresiones en el fondo no son arbitrarias sino que se acercan a una motivación, o a la sospecha de una motivación, un por qué al repentino cambio de asunto. Esta sospecha o paranoia, por supuesto, no encuentra la satisfacción de una respuesta definitiva, pero sugiere la posibilidad de que la lectura de El error deba atender a esos niveles ocultos y no tanto a la trama “en sí”, a los hechos presentados en un orden más o menos cronológico.
Desde otro punto de vista podría decirse de esta nueva novela de Aira que es un mecanismo, una máquina. Pero algo sucede: como en el cuento de Patricio Pron “Incomprensión de la máquina” (del compilado El vuelo magnífico de la noche, de 2001), el visitante a la casa de un inventor observa una serie de máquinas y no entiende su función; todas parecen funcionar, todas parecen implicar un fin concreto, pero ese fin, ese objetivo, permanece desconocido: quizá el propio inventor no lo sepa. Y con El error está clara cierta estructura, son visibles de hecho sus tirantes y refuerzos, hay, claramente, un objetivo, un proyecto; el lector lo siente, sabe qué está allí pero, a la hora de intentar precisarlo, esa finalidad retrocede o avanza, y el lector manotea el aire en la oscuridad hasta que se da cuenta que lo que buscaba sigue estando allí, sólo que a cierta distancia, y la recorre para repetir otra vez la misma situación. Es como si Aira dijera “está bien, una novela es una máquina productora de significados, de interpretaciones, y ésta también lo hace, su funcionamiento está a la vista, pero la naturaleza de su producto es inasible”.
En cualquier caso, podemos pensar que El error plantea un desafío a los lectores que sólo buscan asunto en la narrativa –o a los que, admitiendo que hay más en la literatura que el argumento o asunto, de todas formas lo prefieren bien arriba, bien presentado, bien en el centro, bien visible, para que puedan señalarla y decir “ah, una novela que cuenta una historia”–; les hace creer en sus primeras páginas no sólo que se está contando “una historia” sino que de hecho se está ante una novela en la que eso es lo importante, para de inmediato romper esa expectativa y derivar a otro asunto, y luego otra vez, y luego otra vez, dejando a ese lector, pasada la última página, con nada más que aire en las manos. Es decir: aquí se cuestiona la naturaleza de la trama, el lugar de la trama en las novelas, la construcción de una trama, pero también se cuestiona la linealidad (no sólo en el sentido de presentación cronológica de ciertos hechos), la legibilidad, la capacidad del lector de determinar “de qué va” lo que está leyendo. En ese sentido, aunque por caminos diferentes (o muy diferentes), Aira se vincula tanto al Levrero de París como al Thomas Pynchon de Against the day.
Pero todo esto también puede decirse de otra manera. Y es la siguiente: El error atenta contra los presupuestos del lector, que asume que le contarán una historia de una manera funcional, de manera trabajada, sólida, bien aprendida, de eficacia comprobada; que asume también que podrá entender sin esforzarse, empleando las mismas estrategias con las que ha leído toda su vida. Que espera que le cuenten sin implicarse, relajándose para entretenerse y disfrutar de la emoción de la lectura, después cerrar el libro y guardarlo por ahí y a otra cosa. El error le hace varias zancadillas a ese lector: lo obliga a mirar el libro con el ceño fruncido y decir “¿pero qué es esto?”, lo obliga a desprogramarse, a desformatearse, a dejar de lado las categorías (“historia”, “trama”, “asunto”, “novela”) con las que creía poder entenderlo todo y crear nuevas o flexibilizarle las fronteras a aquellas de las que no puede librarse. En última instancia, ¿no se trata de eso la literatura? Para muchos, supongo, no. Ellos se lo pierden.
El error, la nueva novela de César Aira, entonces, no es fácil de leer: por suerte. Porque nos hace pensar que todavía hay quien busca caminos alternativos y no tiene miedo de arriesgarse.
Publicado originalmente en La Diaria, 14/12/2010
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