Dengue, Santullo - Bergara
No me molestes mosquito
Dengue
(guión de Rodolfo Santullo y arte de Matías
Bergara) llama la atención por varias razones. Para empezar, desde su lujosa
edición a color contrasta marcadamente –en cuanto a esplendor visual–con la
gran mayoría del trabajo de los historietistas locales recientes; otra razón
sería su género: se trata de la primera incursión de Santullo y Bergara en la
ciencia ficción. Y otro importante llamador de atención es el prólogo del
británico Ian Watson, uno de los autores del género más relevantes en los
últimos treinta años.
La ficción de Dengue se instala en una Montevideo de futuro cercano en la que una
plaga de mosquitos propagadores del dengue toma la ciudad y diezma a gran parte
de la población. Esta situación queda presentada en la primera sección de la
novela, que culmina con la introducción de una nueva fase en la epidemia: la
aparición de mutantes con forma de monstruosas criaturas antropomórfico/insectoides.
El narrador señala que “nadie sabe bien cómo empezó”, pero el lector puede
plantearse hipótesis relacionadas con el cambio climático (se dice también que
“el calor y la humedad constante transformaron al Río de la Plata en un lugar
tan tropical como Managua”) o, por qué
no, con la creación de armas biológicas (como propone Watson en su prólogo). En
cualquier caso, el final de la primera parte nos introduce en el principal
motor del libro: la interacción entre la nueva especie de mosquitos/humanos y
los montevideanos que han sobrevivido a la epidemia.
Esa relación entre las comunidades de
humanos y mosquitos mutados, entonces, es uno de los puntos fuertes del guión:
cuando un alto funcionario del Ministerio de Defensa establece (en el capítulo cuarto) que “tenemos cubierto
el centro y los barrios importantes: Punta Carretas, Pocitos, Punta Gorda, etc.
Nuestro objetivo es simple: expulsarlos de la ciudad hacia los suburbios”
(p.33) es fácil leer guiños a la “realidad” económica y demográfica de nuestro
país; Santullo es consciente de esa lectura posible, y no en vano ubica la guarida
del líder de los mutantes en el complejo Euskalerría.
Otro elemento interesante es el trabajo
sobre los dos personajes principales, el sargento Pronzini y la periodista
Valeria Bonilla; el primero, en particular, permite a Santullo incorporar una
dimensión metanarrativa a la ficción, a través de un buen número de comentarios
que no sólo construyen a Pronzini como una suerte de cinéfilo (remite a series
de televisión y a películas clásicas como Aliens
o la serie de James Bond) sino que permiten desahogos humorísticos bien
espaciados y un acercamiento al lector desde cierta estilización de género y un
claro juego con sus expectativas y reacciones ante los sucesos de la trama.
Es desde esa perspectiva que se vuelve
especialmente visible en Dengue una
filiación importante con el género policial, el tipo de policial estilizado que
Santullo ya construyera en Los últimos
días del Graf Spee. Desde el punto de vista de la ciencia ficción, además,
la hibridación con el policial no deja de ser un punto de interés, y de esta
manera Santullo se inscribe en una tradición iniciada nada más y nada menos que
por Isaac Asimov, con sus novelas policiales del ciclo de los robots.
Una objeción posible al guión de Santullo
es que el segundo capítulo se siente como un añadido no del todo necesario a la
historia, que queda a medio camino entre la presentación del entorno en el
capítulo primero y la instalación a pleno de la narrativa en el tercero. Su
mayor aporte a la trama, en todo caso, es el diálogo entre los personajes Pronzini
y Gomensoro, pero más allá de esa secuencia, la historia narrada en este
episodio parece ligeramente desubicada, como si fuera un remanente de una
versión anterior Dengue, más larga,
en la que se permitía la abundancia de “casos” más o menos autoconclusivos
(cosa que sugiere el remate del episodio, que funcionaría bien como final a una
historia más o menos cerrada en sí misma) en lugar de reducir la trama a su
mínimo indispensable.
Gran parte de la riqueza de Dengue, en todo caso, es tributaria de
la imaginación visual y el buen hacer de Matías Bergara, que muestra en su
trabajo aquí que, para su talento, el cielo es el límite. Su trabajo atrapa al
lector en el mundo ficcional de la novela, irremediablemente; la expresividad
de todos los personajes, además, es especialmente
destacable, así como el aprovechamiento del ritmo visual y la composición.
Merece, además, especial atención el trabajo sobre el color, que vira
radicalmente a tonos cálidos en el último capítulo, ya pasada la “tormenta” de
la trama.
En síntesis, una publicación para aumentar
el ya grande –y merecidísimo– prestigio del sello Belerofonte y de su dupla
creativa estelar; a la vez, junto a Las
partes malas (de Pablo “Roy” Leguisamo y el entrerriano Nahuel Silva) y Cardal (de Martín Bentancor y Dante
Ginevra), Dengue es una gran muestra
del excelente momento en que se encuentra la historieta nacional.
Publicada originalmente en La Diaria el miércoles 30 de mayo de 2012
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