Terceto, Ramiro Guzmán
No es fácil entender a Ramiro Guzmán:
entender quién es, quién quiere ser y cómo elige presentarse. Es difícil
pensarlo, de hecho, sin apresurar hipótesis que pronto se revelan como
insuficientes o inútiles. Su blog, por ejemplo (del que se nos dice que es el
“oficial”, como si hubiera una legión de posibles falsificadores conspirando en
las sombras) incluye fotografías suyas de niño y de adolescente, poemas (llenos
de ripios y facilidades) dispuestos en pequeñas imágenes de paisajes, ramos de
flores y mujeres hermosas, invitaciones a visitar la “casa museo Ramiro
Guzmán”, elogios a su obra no firmados, una extensa bibliografía, tributos a
artistas como Jaime Ross, Luis Alberto Spinetta y José Saramago, y más.
Evidentemente, al tratarse del blog personal de un escritor, la autopromoción
es esperable y saludable, como lo son los movimientos destinados a visibilizar
su obra y a vender sus libros. Pero lo que vuelve difícil abarcar el perfil de
Guzmán es la suerte de ruido blanco que propone lo heterogéneo de los elementos
convocados; no sabemos con certeza si Guzmán es un poeta ramplón, si tiene un
amor deliberado por lo kitsch o lo sencillamente cursi, si el hecho de que
viene ejerciendo su arte desde hace más de una década no debería importarnos,
si su gesto de “hágalo usted mismo” no ha de entenderse como una tomada de
partido por la necesidad de pensar al escritor por fuera del circuito editorial
o si se propone consciente y reflexivamente a sí mismo bajo la figura del outsider. Quizá Guzmán no haya pensado
en las evidentes fallas de lo que presenta como su acervo: evidentemente no hay
manera de saberlo y debemos asumir que, al menos, así es como gusta de
presentarse. A la vez, las virtudes que cabe señalar terminan fácilmente por
hablar más de quien las señala que de la obra del aludido, que permanece unos
cuantos metros por debajo (y en la oscuridad) del –por decirlo de un modo
cursi– misterio esencial a todo creador.
Terceto, uno de sus últimos libros, publicado en Argentina en 2012,
presenta esencialmente el mismo acertijo que su blog. Se puede empezar por la
portada amateur y por el increíble texto de contraportada, donde leemos “Ramiro
Guzmán Zuluaga es un escritor prolífico e ingenioso, con una carga creativa
cuya expansión sin límites lo hace formidable (…) En este acabado conjunto nos
presta su caldero infinito y nos regala escenas que cincela con finura de
artífice”, y fácilmente pensar que la ausencia de una firma vuelve inevitable
preguntarse quién está entendiendo al escritor como “formidable” y a sospechar
que acaso sea el mismo Ramiro Guzmán. Y ahí, inevitable, triste, incómodamente,
se siente algo de lástima, como si se nos hubiese revelado algo bastante patético
sobre alguien a quien queremos, alguien, en todo caso, a quien tendemos a ver
como una buena persona.
La lectura del libro, sin embargo, puede
pintar otro panorama, más alentador. Se trata de dos largos poemas en prosa
(“Baile entre el mestizo y la diosa” y “La filmación”) y una selección de
viñetas (“Eros fulgurando según la astronomía”) que por momentos parecen
atrapar algo de narrativa, aunque sin dejar escapar a la vez un evidente lustre
poético. Lo primero que se puede constatar es que la comparación entre los
poemas en verso de Guzmán (“Vamos en la nave, / vamos a pasear, / no llevamos
tele, / no queremos premio, / vamos en la nave / sólo para vernos // Hicimos la
nave / como tantos otros / creyendo el milagro / de este cielo hermoso; / vamos
en la nave, / vamos a tentar / de risa a la llave / de la libertad”) y los
poemas en prosa beneficia notoriamente a los últimos. En los dos textos
incorporados a Terceto hay una fuerza
evidente, una expresión idiosincrática, una hábil disolución (y reaparición
obsesiva) de lo narrativo y un juego sumamente inteligente con lo
autobiográfico (incluso con lo que –si no conocemos la vida de Guzmán ni sus
discursos previos sobre ella– se nos dice
que es autobiográfico). Por ejemplo, en “Baile entre el mestizo y la diosa”,
leemos “La mañana mide mi ser. Alinear en la búsqueda lo que quiero, que es
inexpresable, que cae del llanto al nacer como de una gloria, glorieta del
Madrid excelso, donde roer es lo mío, y me lleva injustamente la policía pero
eso fue en otro tiempo. Cada día canto peor… Pero sigo siendo mejor que Gardel”
(p.26).
Un tema interesante a abordar desde Terceto podría ser el del retrato
esbozado por Guzmán de cierta zona de su generación (la de los nacidos entre
1966, digamos, y 1973, o los nacidos en la primera mitad de la década de 1970),
con su diálogo entre tópicos y referentes uruguayos y rioplatenses (Mateo,
Charly García, Spinetta) y cierta fascinación por la espiritualidad new age. La zona neohippie, podríamos
llamarla, con su conjunto de lealtades al rock local y a ciertas figuras del
canon rockero internacional –Jim Morrison como figura infaltable– además de lo
que podríamos llamar la “vena surrealista”, que diseña una suerte de “modo de
empleo” de la poesía. En todo Terceto,
entonces, abundan referencias al
tarot y a la astrología, y también a una búsqueda espiritual salvaje y por
momentos gnóstica (un poco a la Philip K. Dick pero sin la razón vertiginosa y
paranoica); a la vez, es en el segundo de los textos incorporados (“Eros
fulgurado por la astronomía”) donde la construcción de ese grupo generacional parece
más visible. Algunas de las viñetas que lo integran –quizá cabría añadir “las
mejores”– suenan a pequeños ensayos o reseñas (por ejemplo “Charly” y “Carlos Solari”, páginas 80 y 88
respectivamente); algunas exploran el tono de poema en prosa de los otros dos
textos (“Angelaciones”, p.100), otras parecen propuestas como tributos
(“España”, “A Jorginho Gularte” y “Canto a Rubén Rada”, páginas 93, 107 y 110
respectivamente) y la mayoría construyen pequeñas anécdotas, en lo que podría
pensarse como la sección más fácilmente legible del libro.
En cualquier caso, cierta “seguridad” (a
falta de un mejor término) evidente en las tres secciones (o libros) de Terceto termina por volverse capaz de
sostener y animar el encadenamiento de imágenes y extrapolaciones, en los
poemas en prosa especialmente. Esa misma seguridad es notoria en el blog del
autor, e invita a aceptar las ingenuidades y desprolijidades y cursilerías como
parte –deliberada– del paquete, de la propuesta. En ese sentido, Guzmán suena
como un convencido que por momentos también convence, y a partir de ahí su
lugar en la literatura uruguaya reciente (donde no son pocos los grises –y no
en el sentido UFOlógico del término–, los resentidos y los mezquinos llenos de
escrúpulos) es especialmente interesante. El outsider con cojones, podría
decirse, el poeta alucinado por su propia facilidad poética, el hombre que se
ofrece entero en su arte. Aquí, entonces, hay alguien que dice lo que tiene
para decir, se atreve, se arriesga, se equivoca, acierta, vuelve a equivocarse,
vuelve a acertar y sigue adelante.
Publicada en La Diaria
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