El fondo, Damián González Bertolino
Uno de los principales atractivos de El increíble Springer (Ediciones de la
Banda Oriental, 2009), el mejor libro hasta la fecha de Damián González
Bertolino (Punta del Este, 1980), es la cuidada tensión entre un relato de
corte realista y una red de sugerencias que pueden desplazarlo hacia lo
fantástico. Los dos relatos que integran el volumen (“El increíble Springer” y
“Threesomes”) trabajan ese delicado equilibrio de diversas maneras y, además,
apuntalaron en su momento la posición de González Bertolino como el mejor
prosista de su promoción, junto, probablemente, a Horacio Cavallo. Cuatro casi
años después, ese buen hacer en la escritura es lo más notorio en El fondo, el último libro publicado por
el fernandino, que, dejando de lado algún momento que otro de debilidad (en
algunos diálogos, cabría pensar), confirma el ya indudable talento de su autor.
Sin embargo, ciertos aspectos del libro
podrían presentarse como relativamente poco satisfactorios, al menos en
comparación con su precedente de 2009.
El
fondo parece moverse hacia el ya mencionado trabajo
de tensión entre cierto realismo y cierto fantástico, apostando, en última
instancia, por lo que podríamos llamar una “antifantasía” (es decir un relato
que sugiere explicaciones fantásticas o una lectura desde lo fantástico pero
que, en su desenlace, establece con mayor firmeza una hipótesis que no necesita
salir del realismo y, por lo tanto, rompe con ciertas expectativas del lector);
si esa progresión entre el semitono de realismo y fantasía que encontrábamos en
El increíble Springer y el desenlace
“antifantástico” hubiese sido más sutil y mejor llevada, indudablemente El fondo sería uno de los mejores textos
de la más reciente narrativa uruguaya; ciertos baches en esa transición, sin
embargo, hacen que, en última instancia, haya algo de fallido en el libro de
González Bertolino.
Por ejemplo, buena parte de la trama se
basa en la presentación como “mitómano” del padre del narrador; en las primeras
páginas, de hecho, encontramos un mundo sugerente, de ambigua ubicación
espaciotemporal (se trata de una ciudad costera del interior del país,
aparentemente, pero no podemos precisar exactamente cual, como tampoco sabemos
con precisión cuándo suceden estos hechos, quizá en la década de 1980 o quizá
todavía más atrás en el tiempo) y no poca extrañeza (que se vuelve fascinante
en los climas logrados por González Bertolino al narrar la vida diaria de la familia
retratada). A medida que avanza el relato, y siempre guiados por la afirmación
inicial de que “papá era un hombre mentiroso”, sin embargo, es fácil echar en
falta más mentiras interesantes y más relatos pintorescos que contribuyan a
crear ese estatus de mentiroso casi patológico que continuamente se nos brinda (dado
por sentado) en relación al padre del narrador. De hecho, de las dos mentiras
“principales” del libro es fácil ver que una (la principal, que sirve de eje al
relato) funciona únicamente gracias a las digresiones y a la sensación (sí
lograda por González Bertolino) de que, finalmente, todos los detalles se
vincularán en un marco narrativo más grande (es decir que funciona en relación
a una verdad narrativa en construcción), y que la segunda, que involucra un
tiempo pasado en el interior de una ballena, no sólo jamás podría hacer dudar
al lector, que la lee seguro de encontrarse ante una mentira, sino que, en
última instancia, está demasiado cerca de lo tópico y de la exposición más
literal de ciertos mitos o relatos folklóricos como para interesar en sí misma –es
decir, quien quiera maravillar con el relato de un hombre en el estómago de una
ballena deberá esforzarse mucho en los detalles si quiere convencer... o darnos
algo más en compensación, y González Bertolino, lamentablemente, se queda corto
en ambas posibilidades.
Ese ligero desequilibrio empaña un poco la
perfección que el libro parece reclamar y que no termina de ofrecer; hay
ciertos momentos, incluso, que parecen desaprovechados en tanto pudieron haber
sido mejor trabajados por el autor: el padre, por ejemplo, se desempeña como
soldador submarino y, muchas, veces el libro parece moverse hacia una muy
sugestiva construcción de ese “fondo” en tinieblas que convendría perfectamente
como metáfora de una posible indecisión (a la El gran pez, película de Tim Burton con no pocos puntos de contacto
con este El fondo) entre lo real o lo
imaginario de los relatos del padre (en tanto, cabe pensar, en el fondo del
mar, evidente imagen de lo desconocido o incluso de lo incognoscible, podemos
encontrar cualquier cosa, entidades, por ejemplo, que desafían o parecen
desafiar las reglas inferidas para lo que sentimos como “real”; la imagen de la
oscuridad profunda del mundo, de hecho, es harto común en la reciente narrativa
slipstream, que también juega a la
indecisión entre lo real y lo fantástico, y en la new weird, variante más “de horror” o volcada a lo ominoso),
aunque, finalmente, estamos tan seguros de que el padre miente y que –por lo
tanto– todos sus relatos son falsos que la posible oposición entre esa
oscuridad desconocida y la realidad construida por el padre termina
desmoronándose.
De todas formas, no son pocos los aciertos del libro (o, dicho de otra manera, sus fallos son relativos a una manera posible –no la única, aunque sí una bastante sugerida por las primeras páginas– de leerlo). La visión del narrador, por ejemplo, funciona bien como reconstrucción desde la adultez (un presente indeterminado de la narración que evoca un pasado que no podemos precisar en una cronología) de la visión del niño (o, mejor, de los niños, ya que otro punto a favor del trabajo de González Bertolino es la creación de una suerte de punto de vista colectivo de todos los hermanos de esa numerosa familia), construcción (si es que efectivamente la leemos desde la edad madura del narrador) indefectiblemente artificial y, en ese sentido, bien presentada por el autor, que nos permite entender, entre otras cosas, que el narrador sabe más de lo que dice o que presiente (¿presintió años, quizá décadas atrás?) más de lo que efectivamente sabe o dice saber o haber sabido.
De todas formas, no son pocos los aciertos del libro (o, dicho de otra manera, sus fallos son relativos a una manera posible –no la única, aunque sí una bastante sugerida por las primeras páginas– de leerlo). La visión del narrador, por ejemplo, funciona bien como reconstrucción desde la adultez (un presente indeterminado de la narración que evoca un pasado que no podemos precisar en una cronología) de la visión del niño (o, mejor, de los niños, ya que otro punto a favor del trabajo de González Bertolino es la creación de una suerte de punto de vista colectivo de todos los hermanos de esa numerosa familia), construcción (si es que efectivamente la leemos desde la edad madura del narrador) indefectiblemente artificial y, en ese sentido, bien presentada por el autor, que nos permite entender, entre otras cosas, que el narrador sabe más de lo que dice o que presiente (¿presintió años, quizá décadas atrás?) más de lo que efectivamente sabe o dice saber o haber sabido.
Por otro lado, los lectores que disfruten de la narrativa de género digamos “familiar” –o “costumbrista familiar”, para seguir en el juego de proponer etiquetas– sin duda encontrarán en El fondo un libro de gran belleza, gracias al buen trabajo de González Bertolino en lo referente a la dinámica de la relación entre los hijos y un padre peculiar, entre esos hijos y su madre y, además, a la construcción –desde esa artificial óptica infantil– de la relación de los padres entre sí y con el resto de la familia (algunos de los mejores momentos de El fondo son los dedicados a las tías del narrador). Desde esta perspectiva, de hecho, el mayor defecto de la novela es su brevedad, ya que no es difícil imaginar al lector cerrando el libro un poco insatisfecho y pidiendo más.
La otra posibilidad, que el lector quede
frío o indiferente al terminar el libro y que lo olvide al poco tiempo, podría
ser el mayor peligro que enfrenta esta novela, peligro que, por momentos,
parece superar no del todo airosamente –pero superar en fin.
Publicada en La Diaria el 4 de julio de 2013
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