Ur, Leandro Delgado



En busca del planeta perdido
 

En los últimos dos años han aparecido un buen número de libros que se inscriben plenamente en la ciencia ficción o trabajan elementos del género. Es obligado citar Colores peligrosos (2011 y 2012), de Pablo Dobrinin, Las furias (2012), de Renzo Rosello, y la edición digital de Mordedor (2011), de Roberto Bayeto. También vieron estos años el relanzamiento de la revista Diaspar, primera dedicada a la ciencia ficción en nuestro país, ahora en formato digital y por el número nueve. 
 
Una mirada más de cerca a estos libros, a la vez, hace pensar en la diversidad de posturas que estos escritores ejercen ante el género; el enfoque más orientado hacia lo fantástico o slipstream de Dobrinin, por ejemplo, poco tiene que ver con la postura extremadamente clásica de Rosello; del mismo modo, la excelente Las furias, en su uso de los tópicos del género, se aparta bastante de la perspectiva hipererudita (en tanto demuestra una pasmosa competencia de la historia del género y su vanguardia) que es fácil apreciar en los relatos de Bayeto. Evidentemente, esta diversidad de posturas es saludable, y hace pensar que la ciencia ficción uruguaya está pasando por un buen momento o, al menos, un momento mejor.
 
Ur, el nuevo libro de Leandro Delgado parece reclamar una filiación cienciaficcionera y, en ese sentido, enriquecer el panorama señalado más arriba. El acercamiento de Delgado al género, de hecho, comenzó –de manera más visible– con los relatos recogidos en Cuentos de tripas corazón, libro cuya contraportada señalaba que “la ciencia ficción y la literatura fantástica son aspectos importantes de la obra de Leandro Delgado”. Entre los textos allí recopilados destaca “Para el lector peninsular”, que, en tono marcadamente autobiográfico, detalla un interesante mapa de lecturas del género, en particular las presentadas por la revista El Péndulo y la editorial Minotauro, instituciones que, a su manera, se esforzaron por presentar una ciencia ficción más “literaria”.
 
En el caso de Ur los elementos de ciencia ficción parecen claros, al menos a nivel de lugares comunes del género: naves espaciales, planetas exóticos, clones y viajes interestelares. En rigor, de todas formas, el tratamiento que hace Delgado de estos tópicos poco tiene que ver con lo que cabría encontrar en cualquier revista contemporánea de ciencia ficción. Si se tratara de buscar antecedentes o parecidos, Ur parece acercarse más a textos como Caza de conejos y El lugar, de Levrero, que fueron, ambos, publicados en antologías y revistas de ciencia ficción (en Lo mejor de la ciencia ficción latinoamericana, antología de Bernard Goorden y A.E.Van Vogt, y El péndulo número 6, respectivamente) pero que se apartan notoriamente del molde clásico (el de la llamada “edad de oro”, 1938-1950 aproximadamente, con Asimov, Clarke, Heinlein, Anderson y Sturgeon a la cabeza) y, a su manera, también de la ciencia ficción más experimental que en su momento escribieron Harlan Ellison, Robert Silverberg, J.G.Ballard, Michael Moorcock y Brian Aldiss.
 
La ciencia ficción de Delgado, en cualquier caso, tiene más que ver con lo que James Patrick Kelly y John Kessel, en su ya clásica antología The secret history of science fiction (“La historia secreta de la ciencia ficción”), presentan como la producción cercana a la ciencia ficción escrita por autores de literatura “general” que no necesariamente están vinculados a la comunidad cienciaficcionera (un buen ejemplo estaría en Jonathan Lethem, uno de los escritores estadounidenses contemporáneos más interesantes, o también en la obra de Rodrigo Fresán, en particular La velocidad de las cosas y El fondo del cielo). Se trataría de una suerte de ciencia ficción sui generis, despreocupada por su lugar en una línea o tradición (que vaya, por poner un ejemplo, de Asimov a Niven y de Niven a Joe Haldeman y Dan Simmons) y muy fácilmente incorporable a una categoría más prestigiosa, como por ejemplo “lo fantástico”. 
 
La novela presenta a un grupo de personajes (un gigante, un clon, el capitán de una nave espacial, un par de gemelas siamesas unidas por las palmas de las manos y una vaca) que acomete un viaje hacia el planeta Ur. La narración es un poco despareja, pero tiene momentos que sin lugar a dudas están entre lo mejor que se ha escrito en este país en los últimos años. Entre ellos hay que nombrar los capítulos que transcurren en Ur, un mundo beckettiano en el que la población va desapareciendo, se dice por ahí, gracias a extrañas ofertas de teletransportación. 
 
También entre lo mejor del libro y, a la vez, más cerca de la ciencia ficción (y más lejos de lo que podríamos llamar el fantástico levreriano, como denominación tentativa y provisoria), hay que destacar el capítulo “Paraplaneta Americana Lasciva” (pp 79-82), que describe una forma de vida alienígena con un lenguaje austero y ominoso. Otro gran momento es “Un futuro en el pasado remoto” (pp 118-121), que trastoca de un modo fascinante lo lineal del relato y nos presenta –un poco al estilo del Thomas Pynchon de ciertas áreas de Contraluz– qué fue de ciertos personajes en un futuro postulable a partir de ese momento en la narración, pero que no necesariamente pertenece a la misma línea cronológica que lo que sigue en la novela.
 
Una lectura posible de Ur, entonces, concluye que es en esos juegos conceptuales (con la ciencia ficción, con la narrativa lineal) donde la novela gana más que notoriamente. En ese sentido, Leandro Delgado nos ha presentado un texto arriesgado como pocos de nuestra literatura reciente (o como ninguno), que enriquece el panorama local de la ciencia ficción, el slipstream, la fantasía y lo fantástico locales. Hay párrafos de la novela de delgado, de hecho, que parecen dar vuelta el lenguaje y presentarlo, sobre la proverbial mesa de disección, como un cuerpo extraño; y esto logra, en los mejores momentos del libro, hacernos creer que el autor está escribiendo en un idioma por completo alienígena cuyas palabras, en virtud de cierta asombrosa coincidencia, coinciden en sonido con las del castellano pero difieren terriblemente en significado. Esa sensación de estar ante un código irresoluble, a la vez, complementa a la perfección el paisaje de la novela, con sus mundos desolados y sus personajes fraccionarios, incompletos o ilegibles, sus pasados que son futuros, sus presentes inalcanzables y sus mundos remotos y, a la vez, tan cercanos como la esquina de las calles Brandzen y Salterain (p.136).
 
En otras palabras: quienes busquen narrativa lineal, “historias bien contadas” y novelitas que no arriesgan, abstenerse. En cambio, quienes estén dispuestos a pelearle el sentido a un texto, párrafo a párrafo, y encontrar en su laberinto las puertas que conducen a momentos maravillosos, ya saben qué libro comprar.

Publicada en La Diaria el 12 de julio de 2013

Comentarios

Entradas populares de este blog

Finnegans Wake, James Joyce (traducción de Marcelo Zabaloy)

César Aira, El marmol

Los fantasmas de mi vida, Mark Fisher