El camino de Ida, Ricardo Piglia



Ida y vuelta (8 notas sobre Ricardo Piglia y El camino de Ida)



1
Habría que pensar a Ricardo Piglia como quien enseñó a leer a un buen número de escritores argentinos contemporáneos. O, dicho de otra manera, es posible ver en la literatura argentina reciente un grupo de escritores evidentemente influidos (¿marcados? ¿deformados?) por Piglia, por, específicamente, la posición de Piglia ante ciertos textos. Leer el compilado de entrevistas Crítica y ficción y después pasar a El factor Borges, de Alan Pauls, a la novela Las teorías salvajes, de Pola Oloixarac, y al compilado de cuentos y crónicas Instrucciones para dar el gran batacazo intelectual argentino, de Juan Terranova, es una buena manera de apreciar esa línea, en la que también comparece la lectura del género policial que Piglia viene construyendo desde hace décadas, evidente (como punto de partida, como disparador) en, por ejemplo, el libro Nuevos secretos, de Ezequiel de Rosso. La lectura como equívoco (ver, por ejemplo, El último lector), la lectura como creación (aquí aparece la famosa lectura de la obra de Arlt que Piglia incorpora a su emblemática novela Respiración artificial), la lectura como materia narrable, la visibilización de la lectura como encrucijada de políticas y estéticas.

2
Hay que volver a pensar el lugar de Emilio Renzi en la narrativa de Ricardo Piglia. Desde Respiración artificial hasta Blanco nocturno y la reciente El camino de Ida, Renzi aparece como un personaje recurrente que, sin embargo, no da cuenta o no carga de manera evidente con los signos de su pasado; en El camino de Ida, por ejemplo, lo encontramos ya veterano, enseñando en una universidad de Estados Unidos: ninguno de los sucesos (anteriores en su cronología posible) de Blanco Nocturno, sin embargo, aparece mencionado o aludido. Renzi, entonces, como un no-personaje, como un conjunto de notas esenciales (escritor, intelectual, cronista) que  interactúan con el relato particular de cada libro en cuestión. Renzi: las posibilidades, las variantes; novela tras novela, el diseño articulado en la recurrencia de sus apariciones pauta un ciclo de variaciones. Quizá Renzi podría ser otro, pero es Renzi. La gravitación de su nombre, entonces, anima los relatos: su nombre narra. Leer su nombre es leer una narración que se renueva y a la vez se encadena.

3
Leer las dos últimas novelas de Piglia –Blanco nocturno y El camino de Ida– como lo mejor de su producción. Probablemente acierte Juan Terranova cuando señala (en su crónica “Sobre Ricardo Piglia”, del libro mencionado más arriba) que Blanco nocturno “demora en arrancar” y que en sus páginas “se nota el excesivo paso del tiempo entre su escritura, su corrección y su publicación”, pero ese añejamiento de la escritura, por otro lado, parece impregnar al libro de cierta tensión, de cierta concentración visible, por ejemplo, en la escena que remite al título, en la que en la oscuridad de la llanura alguien observa, desde su auto, como las luces del vehículo aplastan la cara de algo que pasa, furtivamente, por la carretera nocturna. Es imposible no leer esa escena, de hecho, sin detenerse, sin sentir que se ha deglutido distraídamente un alimento no masticado lo suficiente y que, por esa razón, la digestión se hará lenta. Hay cierta sabiduría, por decirlo de alguna manera, cierta astucia también en la construcción de Blanco nocturno; del comienzo lento a los capítulos casi alucinatorios del final, el camino de la novela equivale a un descenso inexorable, otro camino de ida. Y, en esas últimas páginas, se vuelve evidente la densidad del texto. Su extrañeza, su desviación de lo esperable, el extraño lugar al que hemos sido conducidos.
No es diferente el recorrido de El camino de Ida. Un poco más desprolija o irregular, su primera mitad está atravesada por algo parecido a una historia de amor –o por lo que debería haber sido una historia de amor –o por lo que podría ser una historia de amor. Renzi, el Renzi maduro, conoce a una mujer fascinante y esa mujer, llamada Ida, muere. Esa muerte –el por qué, en el sentido de quién tuvo que ver en ella, el significado de esa muerte– da paso a la segunda –y mejor– parte del libro, el relato de un terrorista que podemos pensar como inspirado en Ted Kaczynski, el Unabomber.

4
El terrorismo como la épica del siglo XXI. El terrorista (en sus múltiples variantes) como la figura más visible, más legible –y a la vez más monstruosa, más henchida de sentido– de las últimas décadas. La novela de Piglia repasa la línea que va desde el anarquismo tardodecimonónico (que estalla en Contraluz, la mejor novela de Thomas Pynchon) hasta los hackers, desde el príncipe Kropotkin hasta el Unabomber.

5 (también sobre 2)
“El ejercicio de imaginar mundos posibles o sociedades alternativas es una constante del pensamiento utópico, pero a nadie se le ha ocurrido –salvo por un accidente o por azar– imaginar varias vidas personales simultáneas, radicalmente distintas una de otra, y luego ser capaz de vivirlas” (El camino de Ida, p.276)

6 (también sobre 1)
El anarquista definitivo, el terrorista académico. Como en el caso de Walter White, el protagonista de Breaking bad, el conocimiento científico que permite (o da la ilusión de permitir) cierta línea de acción. El terrorista de El camino de Ida, Thomas Munk, es un matemático que se ha instalado a sí mismo en el centro de un laberinto de libros, libros cuya lectura es escenificada, retrospectivamente, en el relato. La utilidad de un saber –el saber como respuesta (como antídoto, como antígeno) al virus del capitalismo –la sensación de que el saber es útil, de que el saber ordenará, como Hamlet, este mundo desarticulado, devastado, arrasado por el capitalismo.

7
Piglia y la novela policial. Hay que notar que la contraportada de El camino de Ida nos revela que una mujer ha muerto, quién investiga su muerte y, de paso, ofrece el nombre de lo más parecido a un culpable que se permite la novela. ¿Se asume que el lector de El camino de Ida camina sobre la guía que representa la contraportada? De hecho, ¿Cómo hay que leer la contraportada de El camino de Ida? O, quizá, ¿qué clase de policial está interesado en escribir Ricardo Piglia? Si ya sabemos quién fue, si ya sabemos qué pasa, ¿qué leemos de un policial? El reverso de la novela de enigma, el reverso del quién-lo-hizo. O una vuelta de tuerca sobre los misterios y los enigmas.

8 (también sobre 3)
El camino de Ida. El camino de ida. Martín Fierro perdiéndose con Cruz en la llanura. El descenso de Willard en busca de Kurtz en Heart of darkness y Apocalypse now. Renzi visitando a Monk en la cárcel, el minotauro en el centro del laberinto; Piglia reescribiendo el encuentro con el monstruo, con la mente del monstruo. Es fácil, entonces, leer por qué se dedican tantas páginas al deseo de Monk de, al ser juzgado, no declararse como demente, de afirmarse en pleno uso de sus capacidades. La locura permitiría justificar sus acciones: sólo un loco actuaría como Monk, y su discurso, por lo tanto, es irrisorio. En El camino de Ida ese discurso gana su propio lugar: el monstruo habla por sí mismo, el fin de la novela, de hecho, es que podamos oírlo.


Publicada en La Diaria el 15 de noviembre de 2013


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