El libro tachado, Patricio Pron
Chimpancés,
Shakespeare y máquinas de escribir
En el documental Tim’s Vermeer (2013), dirigido por Teller y producido y conducido
por su colega y secuaz Penn Jillette, una de las ideas básicas de la propuesta pasa
por la posibilidad de reproducir mecánicamente una creación maravillosa, una
obra que se nos presenta como producto de la inspiración inefable de un genio,
quizá incluso cercana a “lo espiritual”. Es decir: digamos que aparece alguien
que afirma poder doblar cucharas con la mente y lo atribuye a un talento
psíquico; si a la vez yo, que no sostengo poseer ese tipo de habilidades
sobrenaturales, puedo hacer exactamente lo mismo con un truco mecánico, es
altamente posible que lo del tipo que dobla cucharas no sea más que otra
ilusión, y en principio cualquiera podría hacerlo. Lo que vemos en Tim’s Vermeer, entonces, sustituye
“poderes psíquicos” por “obra del genio” o por “altísima obra de arte”. El Tim
del título es un experto en gráficos de computadora que encuentra una técnica
que le permite reproducir perfectamente
un cuadro de Vermeer, “La lección de música”, y deduce de su proeza que el gran
pintor pudo haber utilizado una técnica similar. Se podría discutir muchísimo
sobre las ideas manejadas en este documental, pero lo que me interesa en este
momento es la idea de equiparar la creación artística a un procedimiento, a un
algoritmo. Seguir ciertos pasos, diríase, genera una obra de arte. No la inspiración,
no el genio, no un talento prácticamente sobrenatural: apenas una técnica
abordable por cualquiera.
Brian Eno, por ejemplo, llegó a una
preocupación similar, y en buena parte de su carrera empleó un “método” de
composición llamado accidentes programados,
que consiste en una serie de tarjetas con instrucciones, empleadas al azar. El
mismo Eno, de hecho, se ha descrito a sí mismo en muchas ocasiones como un “no
músico”. ¿Existiría algo así como un no-poeta o un no-escritor, entonces?
Por supuesto que sí, y El libro tachado, prácticas de la negación y del silencio en la
crisis de la literatura, reciente ensayo del escritor argentino-español
Patricio Pron, puede leerse precisamente como una historia de los escritores
que, de alguna manera u otra, devinieron (o se presentaron como, o posaron de)
no-escritores.
De hecho su segundo capítulo aborda
precisamente esa cuestión, a partir (en lo que se convierte en un eje
conceptual del libro) de los textos ¿Qué
es un autor?, de Michel Foucault (conferencia pronunciada en la Sociedad
Francesa de Filosofia en 1969, después publicada como un libro), y La muerte del autor, el célebre ensayo
(1972) de Roland Barthes.
En el panorama presentado por Pron pasamos
de Mallarmé (que quería de alguna manera volverse “nadie”, “despersonalizarse”,
según la célebre carta Henri Cazalis del 14 de mayo de 1867) hasta el Oulipo, o
“Taller de literatura potencial”, integrado por Raymond Queneau, Georges Perec
e Italo Calvino, entre otros, pasando por otras formas de literatura digmos
“combinatoria”, entre ellas los trabajos de Max Aub, George Brecht, Xul Solar,
Julio Cortázar y Georges Perec, además de las técnicas de cut-up y fold-in de
William S. Burroughs.
Cabría añadir al erudito panorama de Pron
(es realmente fascinante recorrer las múltiples notas a pie de página, que
desarrollan y trabajan las menciones a obras y autores concretos en el cuerpo
principal del texto), por ejemplo, la “Salve multiforme”, de nuestro Acuña de
Figueroa, también matriz combinatoria generadora de textos y significados, al
modo tantas “máquinas de pensar”, reales (las de Ramon Llull, por ejemplo) o
ficcionales (como lo que podemos encontrar en La sinagoga de los iconoclastas, el fantástico libro de Rodolfo
Wilcock). Podemos pensar también en literatura creada por computadoras y en
música tocada y compuesta por autómatas, y eso, en principio, no es tan
diferente a las reglas que hacen tanto a un canon o una fuga como a una novela
como El secuestro, de Perec, que en
su original francés está escrita sin la letra “e” y en su versión en castellano
sin la “a”. Es decir: la aplicación de condicionamientos y reglas mecánicas,
como en un sistema formal que produce teoremas, para “generar” literatura… y
desde esa comparación es interesante leer el libro de Pron en relación al
monumental Gödel, Escher, Bach de
Douglas Hofstadter.
Los
desaparecidos
Pron es autor de dos de los textos más
interesantes de la literatura generada en
castellano por escritores menores de cuarenta años: la novela El comienzo de la primavera (a la que el
escritor y crítico argentino Juan Terranova llamó en su momento “la primera
novela madura” de su “generación”) y la crónica, la non-fiction-novel, la autoficción o el testimonio (como se quiera
leerla: el texto permite todos esos usos y más) El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, de 2008 y
2011 respectivamente; la mencionada El
espíritu… aborda el tema de la desaparición de una persona durante la
dictadura argentina con una intensidad tal que es difícil leer la obra
posterior de Pron sin detenerse en cualquier mención de un “desaparecido” o de
una “desaparición”. Así, si en El
libro tachado se nos habla de la desaparición del autor, o de “autores
desaparecidos”, sentimos que hay una suerte de continuidad entre este ensayo y
el resto de la obra de Pron; así, en cierto sentido, este libro contribuye a
volver al autor “Patricio Pron”, a construirlo, quizá a otro nivel, más
profundo, más enredado en capas y capas de escritura.
En cualquier caso, en El libro tachado encontramos, a partir de la sección tercera,
un profuso panorama de escritores cuya obra fue desaparecida por las
autoridades, de escritores silenciados, de escritores asesinados,
desaparecidos, torturados, ocultos, incluso mutilados y apartados de los
caminos de circulación de los textos literarios, además de suicidas, anónimos
y, en la sección en mi opinión más disfrutable del libro, falsificados y
falsificadores.
Esto último, por supuesto, nos devuelve a
esa idea tan bien ofrecida en el documental con que comencé este artículo: el
Tim del documental no nos propone su Vermeer como auténtico (no se preocupa, es
decir, por elaborar un simulacro a nivel de lienzo envejecido, de pigmentos “de
época”, etc; tampoco hace el gesto de confundirnos mostrándonos su Vermeer en
lugar del “verdadero”), pero deja, claramente, abierta esa posibilidad, en
tanto “demuestra” la perfecta “reproductibilidad” de cuadros tan complejos como
los de Vermeer.
En el libro de Pron abundan los nombres,
las fechas y las historias. En ese sentido, podemos leerlo como una narración
fabulosa, un tesoro de anécdotas que por momentos se acerca, en tono, a la
impresionante Historia de la literatura
nazi en América, de Roberto Bolaño, o, también, a textos en esa órbita del
propio Pron, entre ellos el fascinante “Contribución breve a un diccionario
biográfico del expresionismo”, recogido en el compilado de cuentos de 2010 El mundo sin las personas que lo afean y lo
arruinan. Pron habla de autores “reales” con los mismos gestos con los que
él mismo y otros hablaron de autores “ficticios”, y ese efecto es sugerente:
invita a la lectura desde la sospecha, a la erosión de la distinción más
elemental entre “ficción” y “realidad”.
La línea de ancestría de este procedimiento,
por supuesto, incluye al Stanislaw Lem de Magnitud
imaginaria y Vacio perfecto, al
Borges de Historia universal de la
infamia y cuentos como “Examen de la obra de Herbert Quaim”, al ya
mencionado Wilcock y a Vidas imaginarias,
de Marcel Schwob; estirando un poco la idea podría entrar también el Lovecraft
de textos apócrifos como el célebre Necronomicon
o incluso al Tolkien que “finge” que El
señor de los anillos es la reproducción (la traducción al inglés) de una
antigua crónica titulada El libro rojo de
la frontera del oeste. Pron se inserta, entonces, en una tradición que se
ha esforzado por socavar el “sujeto” de la literatura, por exhibir esa “desaparición”
del autor.
La desaparición de un “viejo” autor, claro
está, puede implicar la aparición de un “nuevo” autor y una “nueva” literatura.
Pron aborda y critica esta idea en la última –y jugosísima– sección de su
ensayo, en la que trabaja no tanto la “desaparición” de lo literario ante la
reciente crisis de la industria del libro y los cambios aportados por el
paradigma digital y sus ramificaciones en cuanto a la edición, publicación y
creación de libros (blogs colectivos, literatura wiki, etc), como su posible
“mutación”. Pron, que sin lugar a dudas es un pensador sensato y sutil, es
capaz de exponer varias facetas al asunto y, si bien deja entrever aquí y allá
algo así como una posición estrictamente personal, sus pensamientos jamás caen
en una polarización ingenua. Eso es mucho decir, en particular en relación a un
tema donde la estupidez y la ingenuidad abundan en ambas facciones, tanto
aquella poblada por quienes celebran con entusiasmo acrítico la “literatura de
las redes sociales” como la atestada por esos dinosaurios que siguen repitiendo
estribillos consabidos y rasgándose las vestiduras ante el apocalipsis
inminente. Pron, que mantiene sus ojos bien abiertos, está en otra parte.
Publicada en La Diaria el 28 de enero de 2015
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