Las mil cuestiones del día, Hugo Fontana
Hace unos meses Alter ediciones publicó Las mil cuestiones del día –Trece historias
de anarquistas, de Hugo Fontana, como segundo volumen en su colección biblioteca de Walter, inaugurada con Evolución, revolución y otros escritos, del
geógrafo y anarquista Eliseo Reclus (Jaques Élisée Reclus, 1830-1905). El
objetivo de esta colección, según leemos en la solapa de contraportada, es
ofrecer “una colección de libros sin tiempo, o, mejor dicho, de nuestros
tiempos de lucha (…) textos que no son guías ni manuales; sólo estímulos y
provocaciones para pensar”.
Resulta que esa caracterización es muy
adecuada a la hora de empezar a pensar en Las
mil cuestiones del día. Que se trata de un libro sobre la lucha, de un
libro que empatiza con la lucha de los anarquistas que retrata, parece ser
evidente, y en ese sentido es una lectura disfrutable, provocadora en sus
mejores momentos, rica en historias y en información que sin duda sirve de
excelente punto de partida para quien desee profundizar más en el pensamiento y
la acción de los las figuras señeras del anarquismo hasta principios del siglo XX.
Y en ese sentido también podemos leer lo de “no son guías ni manuales; sólo
estímulos” (esperemos, dicho sea de paso, que la biblioteca de Walter proponga
textos de temática también más contemporánea: posanarquismo, ciberlibertarismo,
el movimiento criptopunk, transhumanismo libertario, eco-anarquismo, anarquía
posizquierda, etc).
Por ese lado también es cierto que Fontana
esquiva alguna que otra crítica posible. La más fácil de hacer sería que su
libro cita textos extensiva y generosamente (entrevistas, ensayos, testimonios,
cartas) sin ofrecer la indicación del
traductor cuando es pertinente, así como tampoco la procedencia exacta de lo
citado (o si se trata de una invención del autor). Hay, sí, una bibliografía al
final del libro, pero rastrear los textos en cuestión a sus títulos no es tarea
fácil. Esta indeterminación bibliográfica, por llamarla de alguna manera, podría
quedar eludida al declarar las intenciones del libro por fuera de cualquier
rigor académico, y eso aparece no tanto en la citada nota de solapa sino en lo
que podríamos pensar como las líneas fundamentales del libro: Fontana ante todo
narra, noveliza. Por todas partes aparecen diálogos (al faltar la indicación
bibliográfica no sabemos si están reconstruidos enteramente por el autor, si se
basan en algún texto anterior, etc) que sin duda sirven a un propósito
narrativo pero que, a la vez, distancian un poco al lector que busca una
exposición más sobria, algo más cercano a una biografía, si se quiere, de los
anarquistas en cuestión. Pero esto no debería entenderse como un defecto del
libro: apenas como una muestra de los códigos a los que obedece.
Quizá más criticables serían algunos
momentos en que la prosa se vuelve un poco ampulosa o cargada con una retórica
que en su adjetivación y aparente solemnidad podría pensarse como
contraproducente, en tanto permite cierta sospecha de ironía o de un humor un
poco extraño; por ejemplo: “bajo el helado cielo invernal, a los costados de
los caminos y sobre los fértiles campos, yacen centenares de cadáveres
cubiertos de polvo y de sangre, verduscos, desfigurados, gruesos, acariciados
apenas por la pálida luz lunar” (p.178), o “ruge, Trotksy, pelirrojo, funesto…”
(p.177), o “El tren avanza lentamente. Susurra, balancéandose de un lado a
otro. Hay momentos en que parecen más veloces los árboles que pasan a los
costados de las ventanillas que el giro perseverante de las ruedas de acero. El
tren avanza” (p.114). Estas explosiones de una lírica un poco de pacotilla sin
duda hacen que la lectura tienda más hacia el lado novelístico (y de novela un
poco berreta) que al de crónica, historia o biografía, pero en tanto generan
una suerte de distancia entre el lector y lo relatado, no necesariamente
armonizan con la empatía antes mencionada. Salvo, claro, que esta empatía, esa
“toma de partido” por los anarquistas no sea sino un espejismo de una escritura
más irónica y de claves escondidas. En todo caso, puede elegirse no leer el libro de esa manera y sí como una construcción abiertamente
solidaria con la anarquía y los anarquistas.
Elogio
de la dinamita
El acápite del libro, “Sólo estamos
vencidos en lo inmediato”, del anarquista Víctor Serge (Víctor Lvóvich
Kibálchich, 1890-1947), establece algo así como la tónica de los relatos del
libro. Al referirse a las múltiples confrontaciones entre los anarquistas y los
bolcheviques, por ejemplo, Fontana insiste –oportunamente, cabe pensar– en cierta
crítica marxista-leninista al anarquismo en tanto preocupación por un futuro
acaso remoto e idealizado en lugar de por los problemas del presente (el título
del libro, por otra parte, podría leerse como una manera de desmentir esa
crítica). Así, todos los anarquistas del libro son vencidos a corto plazo; los
relatos que vamos encontrando insisten en penurias, hambre, pobreza, enfermedad
y, por supuesto, muerte, pero una lectura posible de sus ideas, del “rescate”
implícito en el libro, sigue –o seguiría– mirando al futuro. Se trata,
entonces, de historias de aventuras y, especialmente, desventuras e
injusticias.
Los anarquistas convocados son Louise
Michel (1830-1905), Mijaíl Bakunin (1814-1876), los mártires de Chicago Albert
Parsons (1848-1887), August Spies (1855-1877), George Engel (1836-1887), Louis
Linng (1864-1877) y Adolph Fischer (1858-1887), Johann Most (1846-1906), Piotr
Kropotkin (1842-1921), Ravachol (François Claudius Koenigstein, 1859-1892),
Émile Henry (1872-1894), Sante Ieronimo Caserio (o “Santo” Caserio, 1873-1894),
Michele Angiolillo Lombardi (1871-1897), Mateu Morral i Roca (1880-1906),
Rafael Barrett (1876-1910), Errico Malatesta (1853-1932), Emma Goldman
(1869-1940), Nestor Ivanovych Makhno (o “Majno”, según la transliteración que
se prefiera, 1889-1934), Ricardo Flores Magón (1873-1922), Nicola Sacco
(1891-1927), Bartolomeo Vanzetti (1888-1927), Miguel Arcángel Roscigno (o
Roscigna, 1891-1937) y Buenaventura Durruti (1896-1936).
El capítulo dedicado a Roscigno está sin
duda entre los mejores del libro; la célebre huida de la cárcel de Punta
Carretas ofrece a Fontana la oportunidad para lucirse como narrador, generando
tensión e incluso cierto suspenso. Cabe destacar además las secciones sobre el
ucraniano Nestor Makhno (personaje cuya riqueza y complejidad quedan muy bien
aludidas por Fontana), la de Sacco y Vanzetti, y, especialmente, la última del
libro, que repasa los días terribles de la Guerra Civil Española desde la
perspectiva de Buenaventura Durruti.
A la vez, ninguno de los otros capítulos
puede ser fácilmente considerado como “fallido”, lo cual evidentemente habla
del buen nivel general del libro. Sí, acaso, pueda sentirse algo así como una
indecisión de tono en los primeros episodios, que alternan entre algunos más
narrativos (el dedicado a Louise Michel) y otros más expositivos de las ideas
de su protagonista, como serían los casos de los capítulos sobre el príncipe
Kropotkin y Mijaíl Bakunin. Sin embargo, al tratarse estas dos últimas de
figuras de notorio peso teórico o filosófico, es inevitable dedicar más espacio
a sus ideas, a diferencia de lo que podríamos llamar figuras más “de la
acción”, como Roscigno o Morral i Roca, cuyos perfiles son oportunamente
expuestos en clave más narrativa.
Es curioso que buena parte de los nombres
aparezcan castellanizados. Más allá de “Carlos Marx” y “Federico Engels”,
también encontramos a “Mateo” Morral (es decir: no deja de llamar la atención
que un libro que dedica tanta y tan sólida atención a los anarquistas catalanes
se permita tan cómodamente la versión castellana de uno de sus nombres) y a
“Santo” Caserio. Por supuesto que algunas de estas castellanizaciones remiten a
una tradición, a un contexto español de las acciones narradas, y además la
literatura anarquista que circuló por estas latitudes a principios del siglo XX
solía castellanizar los nombres de pila, como era práctica común en la época, y
de esa manera aludir a esas versiones y no a las “originales” sin duda inscribe
al libro dentro de una comunidad de lectores histórica.
Publicada en La Diaria el 24 de febrero de 2015
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