Harry Potter y el legado maldito, J.K.Rowling, John Tiffany, Jack Thorne
Volver a la magia
Los defectos de la serie de libros
infantiles (los primeros 2 o 3) y juveniles (los restantes) protagonizados por
Harry Potter y ambientados en el universo ficticio ahora llamado “Wizarding
world” son fáciles de señalar. En tanto narrativa (J.K.Rowling, la autora, una
y otra vez evita narrar las escenas más difíciles o complejas, por ejemplo), en
tanto creación consistente de un universo ficcional (cada libro incorpora
alguna que otra nueva regla de ese mundo, que habría sido especialmente
relevante en las entregas anteriores) y en tanto fantasía épica o fantasía a
secas (los “préstamos” de los grandes libros del género no sólo son evidentes
sino que no parecen especialmente desarrollados), pero nada de esto importa en
realidad, porque los siete libros publicados entre 1997 y 2007 son
deliciosamente entretenidos y pródigos en personajes encantadores y aventuras.
Sí, se puede objetar una y otra vez que el giratiempo de Harry Potter y el prisionero de Azkabán habría sido especialmente
útil antes y después de lo acontecido en ese libro, pero del mismo modo que los
reparos hacia la facilidad con la que los rebeldes destruyen la Estrella de la
Muerte no le quitan ni una pizca de lustre a Star Wars, los fans del mago de la cicatriz en forma de rayo han
aprendido a pasar por alto ciertas inconsistencias.
La serie cuenta, en líneas generales, los
detalles de la reaparición de Lord Voldemort, el mago más poderoso que jamás
haya vivido; Harry Potter, con la ayuda de sus profesores y amigos, termina por
derrotarlo y devolver el orden al Wizarding World. Los mejores momentos de la
historia son oscuros y hasta fascinantes: la búsqueda de los horrocruxes
(objetos que encierran parte del “alma” de quien los crea mágicamente) en los
últimos libros y la “batalla de Hogwarts” cercana al final son buenos ejemplos,
como también el torneo de los Tres Magos en Harry
Potter y el cáliz de fuego. A la vez, la serie funciona a la perfección
como un bildungsroman y tiene en la
interacción entre sus personajes (que son esquemáticos y a la vez detallados, lo cual no es fácil de lograr) uno de sus
encantos más importantes, fuente de escenas memorables y hasta conmovedoras.
El año pasado se estrenó en Londres una
obra teatral titulada Harry Potter and
the cursed child, que regresa al Wizarding World y cuenta qué fue de Harry,
Hermione, Ron y sus hijos diecinueve años después del final de Harry Potter y las reliquias de la muerte.
El libro publicado en castellano hace poco con el título de Harry Potter y el legado maldito –y la
estética de tapa de las siete novelas de la serie– ofrece el texto que fuera
utilizado en los ensayos y se espera para más adelante en 2017 –al menos en
inglés– una edición definitiva (es decir, con los cambios realizados después
del estreno).
Conviene aclarar que el libro no está escrito por J.K.Rowling. La
escritora aportó la idea básica, ésta fue refinada por John Tiffany (quien
dirigiría la obra) y eventualmente el texto fue puesto a punto por el
dramaturgo Jack Thorne. Este esfuerzo grupal logra de alguna manera –lo cual es
lógico teniendo en cuenta el destino para el que se reservaba el texto–
esquematizar y estilizar lo narrado, hasta el punto de que aquí y allá resulta
algo predecible o simple por demás. Es posible, de todas formas, que Thorne y
Tiffany hayan no sólo leído atentamente los siete libros de la serie sino que
lograsen efectivamente entender cómo funciona: en ese sentido, la interacción
entre los personajes opera tan bien como en los precedentes, y la “novedad”, es
decir la relación entre (y las aventuras de) Albus, hijo de Harry Potter y
Ginny Granger, y Scorpius, hijo de Draco Malfoy y Astoria Greengrass, se mueve
cómodamente en las pautas fijadas por Rowling en sus libros. Quizá no haya
grandes aportes al Wizarding World, y de hecho cabe señalar no pocas inconsistencias
en relación el texto digamos “canónico” de los siete libros de la serie, pero
–del mismo modo que todos los grandes relatos de H.P.Lovecraft funcionan más o
menos del mismo modo en cuanto a la trama: hay una irrupción de lo extraño en
el mundo cotidiano, se comprende que esa irrupción podría destruir a la
humanidad, finalmente la irrupción se cancela pero el peligro sigue allí,
latente– la forma del relato se corresponde a la de éstos, con una serie de
anuncios del regreso del enemigo definitivo de Harry Potter (o sea Voldemort) y
la aparición, disimulada al principio, de un personaje que actúa como avatar
del mago maligno. Sobre ese esquema básico, además, opera lo que podríamos
llamar la “novela de personajes”, que libro tras libro se organiza como el ya
mencionado bildungsroman. Así, en Harry Potter y el legado maldito, el
proceso de aprendizaje y crecimiento encuentra a un Harry cuarentón que está
aprendiendo a ser padre de un adolescente problemático, mientras que el chico en
cuestión empieza a pasar por las distintas etapas de la educación mágica con el
peso de ser hijo de uno de los magos más famosos del Wizarding World. Esa pauta
digamos extra de complejidad es un aporte bienvenido y, si fuera sólo por ella,
sin duda esta obra de teatro funcionaría a la perfección en la serie de relatos
sobre Potter.
Depurando
detalles
Hay, sin embargo, algunos asuntos que hacen
pensar lo contrario. Para empezar, la atención puesta en Potter padre y Potter
hijo relega a lo (aún más) esquemático a otros personajes, y el que más queda
perjudicado por esto es Ron Weasley, uno de los más entrañables por cierto, que
en los libros crece en estatura y dignidad y, por lo que se deja entrever, se
convierte en un mago de relieve, mientras que en Harry Potter y el legado maldito lo vemos como todavía más estúpido que en los primeros momentos de la serie (hay
una escena especialmente tonta en que agarra una varita mágica al revés). En un
sentido similar a este, las referencias recurrentes a los libros (algo similar
a lo que pasó con El despertar de la
fuerza, séptimo episodio de Star Wars)
llegan a trabajar en detrimento del logro del texto, no sólo porque parece
gratuito muchas veces que se nos vuelva a contar lo que ya sabemos (la “escena
fundamental”, digamos, del primer encuentro entre Voldemort y Harry bebé) sino
porque asoman incluso algunas inconsistencias (habría que ver, en todo caso, si
los autores pensaron en los libros como canónicos o si en su lugar pusieron las
películas, cosa bastante probable). En general, entonces, lo ofrecido resulta
algo simple por demás, básico si se quiere.
De hecho lo que más se extraña es la voz
narrativa de Rowling y su vocación (que acaso pueda ser vista como uno de esos
defectos entrañables) de ofrecernos abundantísimos detalles muchas veces sin
importancia. Está claro que en la economía de una obra de teatro –como en la de
una película– ese sacrificio es inevitable, pero en este caso parece fácil
sentir que efectivamente algo se ha perdido. O, al menos, aparece en el lector
el deseo de que eventualmente Rowling publique una novela que cuente esta misma
historia; su mundo mágico, dicho de otro modo, tiene en los detalles su
atractivo más grande (en la mera profusión, ya que no en su lógica rigurosa), y
por eso si extirpamos esa parte del producto final, salvo que lo hagamos muy
bien –como pasa en las películas, hecha quizá la excepción de Harry Potter y la Orden del fénix, seguramente
la que más se resintió de la traducción entre lenguajes y el pasaje de cientos
de páginas a un par de horas– quedará gusto a poco.
Es interesante como Harry Potter y el legado maldito está pensado para su lectura en
tanto libro (en oposición a su mera función relativa a la puesta en escena, es
decir); así, las didascalias notoriamente trascienden su función y dialogan con
el lector del libro, sin duda para hacer la lectura más llevadera.
También vale la pena detenerse en un
aspecto más de la obra. Buena parte de la trama involucra viajes en el tiempo y
asume una lógica a la Volver al futuro, que
permite que los viajes (con los giratiempos que ya conocíamos, sólo que ahora
amplificado su poder a años o incluso décadas) alteren ciertos acontecimiento y
ocasionen presentes alternativos. Esa unión de un tópico de la ciencia ficción
con un contexto de fantasía funciona bien y parece plausible en el contexto del Wizarding World (además de que ofrece
breves pantallazos de mundos tenebrosos que llegan a impactar al lector), por
más que se la construya de modo ligero y esquemático y, si se la piensa bien,
deje más interrogantes que respuestas (y, por supuesto, debatir este punto
implicaría unos cuantos spoilers, así
que mejor dejarlo así).
Publicada en La Diaria el 24 de febrero de 2017
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