César Aira, El mármol
Al comienzo de El Mármol, una de las últimas (y más disfrutables) novelas de César Aira, un hombre está mirándose las piernas desnudas. Y se siente aliviado: están allí. También se mira los genitales, con el mismo alivio, y constata que está sentado sobre un bloque de mármol. Otro detalle importante: no está en su casa o en ningún otro espacio privado. Por el contrario, está en la calle, y la contradicción entre la desnudez y el espacio público dispara una serie de dudas: ¿qué pasó? ¿por qué está ahí? ¿por qué está desnudo?
La novela comienza con esas interrogaciones, pero el narrador no tiene las respuestas. Sabe, sin embargo, que hay una manera de buscarlas, y es escribiendo. La novela puede leerse, entonces, como el proceso de generar el recuerdo que explique lo extraño de la escena inicial. Una búsqueda del origen, si se quiere. Pero hay más: toda la novela está marcada por gestos metatextuales que incluyen (parafraseo) “ahora estoy escribiendo para ver si recuerdo” o “me estoy cansado de escribir pero sé que es la única manera”, lo cual convierte a su final (cuando la respuesta es alcanzada y por lo tanto la novela se termina) en uno de los más perfectos y redondos escrito por su autor, al menos últimamente.
Otro detalle interesante (y atípico en lo que Daniel Link ha llamado la “etapa tardía” de Aira) es que en El mármol la proliferación de elementos narrativos sigue una pauta bastante clara o “estructurada”. El primer recuerdo que aparece en la escritura es el disparador: en un supermercado chino, el cajero se queda sin cambio y le indica que elija algunas chucherías para completar el dinero. La diferencia le termina alcanzando para un conjunto de objetos extraños, incluyendo una lupa, un ojo de plástico, unas pilas y unos glóbulos de un extraño material blanco que es definido (a través de una narración que ramifica de la principal) como una forma molecular que tiende a convertirse en mármol. El narrador sale del súper con todos estos objetos y se encuentra con un personaje que lo introduce en un mundo al borde de la ciencia ficción, en el que unos extraterrestres idénticos a los seres humanos han recorrido distancias a escala galáctica para abrir supermercados chinos (falsamente chinos, se entiende) en el Bajo Flores porteño. A medida que avanza la novela, entendemos que cada uno de los objetos del supermercado tiene (o adquiere) una función específica en un plan que el narrador no termina de entender, pero que, en última instancia, puede participar del intento de los extraterrestres chinos de regresar a su mundo natal, también idéntico a la Tierra. Ese encadenamiento de objetos (y cada uno de ellos prolifera en nuevas ramificaciones de la trama) termina por conducir al narrador a la respuesta que busca.
La novela ha sido bellamente editada por La Bestia Equilatera, y hasta la fecha ha sido presentada con tres tapas diferentes. El crítico y escritor español Antonio Jiménez Morato ha sugerido que acaso se trate de tres libros diferentes, o que, quizá, cada ejemplar de esas tres ediciones presenta pequeñas diferencias con los demás. La idea de un libro infinito, con intrincadas variaciones, puede hacernos pensar además en una suerte de virus o trampa dispuesta en el sistema de las editoriales, y algo así seguramente pueda interesar a César Aira, que también ha intentado inundar el mercado editorial (y el mundo) de libros y variantes.
Publicada originalmente en Leedor.com el 23 de agosto de 2011
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