Elvio E. Gandolfo, The Book of Writers


El juego de las máscaras


The book of writers es el último libro de ficción publicado por Elvio E. Gandolfo (1947); escrito en la década de los noventa, es presentado como parte de un proyecto inconcluso, “ir integrando un volumen de tamaño creciente, que daría una visión a la vez profunda, variada y extensa de un montón de cosas, relacionadas con escritores y escritoras” (p.7), y algo de esa inconclusión se nota en un volumen sugestivo y por momentos fascinante, que termina de golpe y dejando con ganas de más antes de llegar a las 100 páginas.
En el epílogo traza Gandolfo algunas ascendencias del texto (específicamente el cuento “La humillación de los Northrope”, de William James, pero también las advertencias de “esto es una obra de ficción” y, poco después, “basado en un hecho real” que conviven en los créditos de Carne, de Armando Bo) y explica la elección del inglés para el título. Leído antes de los relatos (como hice) o en su lugar previsto, viene a confirmar lo que los relatos oportunamente sugieren: que el libro puede entenderse como una sucesión de retratos de escritores dispuestos de tal manera que configuran visiblemente un retrato más, el del escritor que los produce, y también que es válido que nos pongamos en guardia: es decir, se trata de un libro de relatos, de ficción (es decir: hay diálogos, trucos de narrador, artificios literarios), pero también podemos sospechar. No sólo quién es quién entre los retratados sino además hasta qué punto Gandolfo está proyectando aquí sus propias dudas y conclusiones sobre la literatura y su lugar en ella. Sobre qué tan seguro está de sus lecturas ya no de textos en particular (aunque se hace referencia a ello en varios momentos de los relatos/retratos) sino de perfiles, personalidades, procedimientos, imágenes, compulsiones, virtudes, defectos, carencias y riquezas. Sobre esa seguridad o falta de seguridad, sobre esas conclusiones y prejuicios en tanto proceso intelectual y emocional a lo largo de su propia vida de escritor.
Los dos primeros cuentos, “Fallado” y “El juguete roto”, están entre los mejores del libro. Ambos introducen a un escritor fallido o, dicho de otra manera, ambos presentan a un narrador que considera fallado a cierto escritor. En el segundo cuento esa falla es presentada en paralelo a la dificultad que siente el narrador de estrechar una amistad con el escritor en cuestión: “al decir con crueldad (…) ante un caso como el de Fulano, cuando perdía la voluntad de hacer volar un relato, de emprender una amistad o de dejarse invadir por la ola arrasadora en toda su fuerza o en toda su suavidad: que se joda”; esa pérdida de voluntad aparece vinculada a la vocación de “Fulano” a “desarticular los engranajes”, a comprender el mecanismo de una ficción (o una amistad), y es percibida por el narrador como un error: “en realidad estábamos dulcemente condenados a no entender buena parte de lo que nos pasaba, a aceptar como un consuelo aún más hondo que el propio misterio que las generaba, las palabras poéticas, y a filtrarlas mañana, hábilmente en nuestros relatos”. La irrupción de la poesía es fundamental: un amigo del narrador, se nos cuenta, sentencia a Fulano afirmando que “no es poeta (…) no se suelta”; ese bloqueo de la poesía –por llamarlo de alguna manera– también afecta a la posibilidad de la amistad entre Fulano y el narrador: “veo como bastante remota la posibilidad de que terminemos (siendo amigos, debido a) su modo y a mi modo de ver el mundo (…) y en última instancia, al hecho de que él no escriba poesía y yo sí”.
La falla en el primer cuento es presentada por el narrador como “demasiado lenguaje, demasiado lenguaje”, un defecto evidente en la poesía del autor en cuestión; sus cuentos, sin embargo, agradan más al narrador, en tanto en ellos “había tema, climas, contundencia expresiva. Se alejaban mucho del puro lenguaje”. Sin embargo, el narrador sigue detectando algo inasible, que permanece inexplicado a lo largo del cuento, hasta que al final leemos: “(el escritor) no construirá una obra (…) puede seguir flotando en las aguas sociales y personales mucho tiempo (…) pero lo que yo, o la parte más profunda de mí ha aprendido de sus gestos y su voz, y sobre todo de su modo de manejar las palabras (que es siempre un modo de manejarse y manejar a los demás) es que él está incurable, definitiva, estérilmente loco”.  Esa locura, está claro, es estéril: la obra del escritor en cuestión, entonces, carece de vida; pese a la presencia de “tema, climas y contundencia expresiva”, algo falta; el narrador no da con las palabras para decirlo (salvo por el rodeo de la locura estéril) y esgrime una intuición, una sensación de imposibilidad, una pared; del mismo modo que se repele, de alguna manera, al “Fulano” del segundo cuento. Y es interesante aquí como a través de estas imprecisiones terminamos comprendiendo más (o creyendo que comprendemos más) al narrador que a los escritores de los que habla… es decir que, si entramos en el juego de autoficción que propone el libro, comprendemos más al escritor Elvio Gandolfo. O, al menos, ese es el juego que se nos propone: un juego de máscaras. Por un lado las máscaras que disimulan a los escritores “reales” de los que se habla; por otro, las máscaras que cubren el rostro de quien está hablando, Elvio E. Gandolfo, la primera persona narrativa de algunos cuentos, la tercera de otros.
El último de los cuentos en el libro, “Acto de desaparición”, retoma a “El Zorro”, un personaje que aparece en “El juguete roto” y que, según declaró Gandolfo en una entrevista, representa al escritor argentino Ricardo Zelarayán (1928-2010). Aquí el tema no es necesariamente una “falla” del escritor visible en sus producciones sino en todo caso la peculiaridad de sus costumbres a la hora de relacionarse con otros escritores o periodistas, costumbres que terminan facilitando una “desaparición”: “llegué a tener una conciencia progresiva del acto de desaparición del Zorro, tal vez no ejecutado a conciencia por él, pero indudable”. La desaparición de un escritor es presentada no sólo como la inaccesibilidad física, digamos, sino también como una retirada en la legibilidad o visibilidad de sus textos; cuando El Zorro reaparece, además, ya es otro: “El Zorro realmente había perdido el pelo y las mañas. Eso, en vez de convertirlo en alguien menos respetable, le había limado las asperezas”.
Es interesante leer “Fallado”, “El juguete roto” y “Acto de desaparición” como tres variaciones sobre la locura en los escritores. “Fallado” culmina con la conclusión de que es la locura –la locura estéril, en todo caso– la que evitará siempre que el escritor representado se convierta en un buen escritor; en “El juguete roto”, por otro lado, la falla parece vinculada a un “exceso de razón”, a un impulso desmedido de “comprenderlo” todo, tanto los mecanismos que pautan las ficciones literarias y su proceso de escritura como al comportamiento de los seres humanos; y en ese mismo cuanto, cuando se alude a El Zorro, se dice que este “era loco, hijo de puta o neurótico perdido”; de alguna manera, El Zorro aquí sirve de reverso de Fulano, con el narrador ubicado en el centro, y reaparecerá al final del libro, con un cuento completo para avanzar en su retrato.
Los otros cuentos (“Repetición en falso”, “Altiva”, “La distancia” y “Traidores”) amplían el repertorio de escritores aludidos o representados; el contacto entre una aspirante a escritora y un maestro es uno de los temas de los dos primeros; mientras que el tercero aborda más claramente que sus predecesores las relaciones de pareja de los escritores. “Traidores”, por último, es el menos estrictamente narrativo de la colección, y no presenta un escritor en concreto de la manera tan visible que opera en los cuentos anteriores.
El retorno de la primera persona (y de personajes familiares como “El Zorro”) en “Acto de desaparición” es lo que en cierto modo termina derivando en la falla más evidente de The book of writers, en tanto nos reintroduce en un ritmo que sólo genera una expectativa cancelada de un golpe seco: el libro se termina justo cuando empezamos a sentir que entramos en un territorio reconocible, un universo persistente. Aquí recordamos que Gandolfo nos advirtió –en la “nota inicial”– de que se trata de un libro abortado, pero es difícil zafar del gusto a poco y muy fácil terminar The book of writers deseando que su autor lo complemente con más textos en una reedición futura. 

Publicada en La Diaria el 7 de marzo de 2012

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