Patricio Pron, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia


La gota que colmó la historia


En la nota final del libro Trayéndolo todo de regreso a casa (Editorial El Cuervo, La Paz, Bolivia, 2011), Patricio Pron propone una periodización posible de su obra narrativa breve que incluye cinco etapas: la del “escritor inédito”, la “del primer libro”, la del segundo, la “estancia alemana” y, por último, la de “los primeros años en España”.  Hay mucho para pensar a partir de esta propuesta, pero tendremos que conformarnos por ahora con anotar dos cosas: primero que (un poco como en aquella famosa clasificación china) se yuxtaponen aquí categorías de orden bibliográfico (“inédito”, “primer libro”, “segundo libro”) con otras biográficas (“estancia alemana”, “primeros años en España”), y que seguramente a algo se apunta con esto; segundo, que se asume un quiebre tan importante entre el primer libro y el segundo como entre la calidad de inédito y el primer libro, quizá por razones que no entenderemos hasta no leer los libros en cuestión (Hombres infames, de 1999, y El vuelo magnífico de la noche, 2001). En cualquier caso, hay algo que queda claro: Pron, metamorfoseado en lector-crítico de su propia obra, sugiere que a partir de cierto momento el criterio a tener en cuenta es el biográfico, y que previo a ese punto de inflexión, lo relevante estaba en las diferentes circunstancias de la edición y la visibilidad de los textos.
Otra posibilidad: en esta nota Pron apuntala una relación íntima entre su obra y una narración sobre de su vida; podemos leerla, de hecho, como un relato más del libro, una ficción que nos cuenta (porque tal es el propósito primario, digamos, de la nota) cómo y dónde publicó tal y cual cuento y quién lo tradujo, a la vez que nos traza las líneas principales del mapa de su vida hasta el presente: la vida del escritor en la sombra (en Argentina, aunque Pron no lo dice explícitamente aquí), su pasaje por Alemania y la reciente permanencia en España. Este exilio o deriva, entonces, podemos entenderlo como uno de los temas esenciales de la narrativa de Pron, explicitado por él mismo; no sería difícil rastrearlo en sus novelas Una puta mierda (Cuenco de Plata, 2007), El comienzo de la primavera (Mondadori, 2008) y la más reciente, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Mondadori, 2011).
Pero la nota final de Trayéndolo… dice algo más. Los cuentos que compila el libro están presentados en orden cronológico, a modo, quizá, de “testimonio” de esas etapas posibles, del itinerario del escritor. “Al publicarlos aquí”, añade Pron, “me propongo hacer accesible un material disperso (…) pero también satisfacer mi deseo de corregir el pasado. Naturalmente, no sólo los relatos que he escrito en el pasado requerirían una corrección sino también el pasado mismo, pero desconozco cómo hacer esto último” (p.237). Está claro que corregir o reescribir un texto es, de alguna manera, corregir o reescribir el pasado, el pasado del escritor al menos, de esa entidad ideal que se piensa como el “productor” de ciertos textos y el sujeto de actitudes y opiniones; la ecuación vida(pasado)/escritura(textos del pasado) es, en todo caso, la que dispone Pron sobre la mesa; esa ecuación (sumada a su itinerario personal y a su deriva entre lenguas y literaturas –tan visible, por otro lado, en El comienzo de la primavera) puede servirnos de guía a la hora de presentar una lectura posible de El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia.
En esta novela un escritor relativamente joven regresa a su país natal tras ocho años en Alemania, años cuya persistencia en la memoria (y por tanto su “realidad”) es problemática: “Entre marzo o abril del 2000 y agosto de 2008”, comienza la novela, “ocho años en los que viajé y escribí artículos y viví en Alemania, el consumo de ciertas drogas hizo que perdiera casi por completo la memoria, de manera que el recuerdo de esos años –por lo menos el recuerdo de unos noventa y cinco meses de esos ocho años- es más bien impreciso y esquemático” (p. 11). Pero a esa niebla o vaguedad  un hecho concreto le sirve de escollo real, de arrecife o, mejor, de piedra: su padre agoniza en el país natal y el joven escritor y narrador de la novela regresa para estar presente en esos últimos atardeceres sobre la tierra. Mientras el fin de su padre se dilata a lo largo de los días, el narrador no sólo acomete la tarea de insuflar realidad a su pasado difuso sino que, además, se acerca al otro pasado, el de su padre, el de su generación, el de su país. Porque encuentra un archivo, un conjunto de documentos preservados por su padre en relación a una desaparición y una muerte, ocurridos ambos hechos terribles en los años oscuros de la dictadura militar. De esa investigación emergerá una imagen de su padre, de las coordenadas éticas e ideológicas de su padre, que, de alguna manera, lo interpela, sea cual sea la respuesta que habrá de arriesgar el narrador. Hay entonces aquí un descenso, un sumirse en la oscuridad profunda de la historia para salir con una verdad, para salir cambiado (y esta clase de cambio es una de las verdades novelísticas por excelencia).
La vaguedad de la etapa alemana (que aparece en cuentos de El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan y también en la mencionada novela El comienzo de la primavera) está a punto de solidificarse, de dar paso a una siguiente fase (como se habla en física de cambios de fase, el momento, bastante después del Big Bang, por ejemplo, en que el universo se volvió transparente y la luz pudo moverse entre las partículas de la materia). La novela, entonces narra esa conversión, ese pasaje, esa mutación; Pron nos cuenta que debió volver a Argentina para transmutar su vida y su carrera, y que el pasado (en rigor, ciertos textos sobre el pasado), el pasado de su padre y el de su país de origen, fueron determinantes.
Está claro que esta lectura se basa también en atribuir la categoría de autoficción a esta obra; la operación es claramente la propuesta por Pron, especialmente desde el epílogo de la novela, en el que se nos presentan derivaciones –posteriores a la escritura– del caso de desaparición y muerte, y se nos invita a leer, en el blog del autor –y es interesante aquí el uso del espacio blog como una extensión casi sin fisuras de la “obra” en su materialidad de libro; como, de hecho un espacio complementario a la obra “literaria” en el que se materializan las relaciones ficción-verdad histórica-verdad personal–, la “versión del padre” (The record straight es el título propuesto, y podría traducirse como “las cosas en claro”), en la que determinados hechos son presentados en su variante “real”, en oposición a la “ficticia” de la novela.
Esto introduce el problema de realidad versus ficción, por supuesto, y el propio Pron aborda la cuestión advirtiéndonos que “aunque los hechos narrados en este libro son principalmente verdaderos, algunos son producto de las necesidades del relato de ficción, cuyas reglas son diferentes de la de los géneros como el testimonio y la autobiografía; en ese sentido me gustaría mencionar aquí lo que dijera en cierta ocasión el escritor español Antonio Muñoz Molina, a modo de recordatorio y de advertencia: una gota de ficción tiñe todo de ficción” (p. 198). Está claro entonces que en el combate entre realidad y ficción sólo puede ganar la última, así sea porque para que la pelea sea posible la realidad tiene que ser escrita, y al poner algo en palabras ya se dejó caer esa gota de ficción de la que habla Muñoz Molina; el hecho de traer a colación las reglas implícitas a los géneros, en cualquier caso, nos permite seguir armando la perspectiva concreta de Patricio Pron sobre este tema.
La historia reciente de Argentina se vuelve ficción, pero el mismo libro nos señala de qué manera fueron modificados ciertos acontecimientos; esto, por supuesto, nos permite dudar también sobre lo confiable que pueda ser (o no ser) la versión del padre del narrador (que se equipara limpiamente con Ruben “Chacho” Pron, padre del autor), en tanto también productor de textos (los del archivo, el de The record straight), y esto permite distinguir una dimensión posible de ironía, de distanciamiento del lector ante el discurso presente en el epílogo y en la novela, o, mejor, de puesta en diálogo de las modalidades enfrentadas de aproximamiento entre una ficción y una verdad histórica/personal.
En esta línea es interesante también pensar el acápite de la primera parte del libro, tomado de una entrevista de Jack Kerouac en la que el escritor beat se refiere a su Vanity of Duluoz, y, especialmente, la cita que abre la segunda parte –sección de la novela que introduce la espeleología de Pron en el archivo de su padre–, que puede leerse como una sutileza/ironía más de Patricio Pron, tratándose precisamente de palabras de César Aira (“habría que pensar en una actitud, o en un estilo, por los cuales lo escrito se volviera documento”, p.55), escritor no fácilmente vinculable a la literatura testimonial o comprometida. Al mismo tiempo, la idea de volver documento lo escrito implica también la noción de falsificación, que apunta a lo apócrifo, a lo “falso”.
Estas sutilezas o complejidades no son ajenas a la obra previa de Patricio Pron: en El comienzo de la primavera, por ejemplo, se nos presenta el discurso de personajes alemanes hablando en Alemania en un español “neutro” o quizá peninsular, lo cual, por supuesto, admitimos sin pensarlo dos veces como una convención o artificio novelístico. En cierto momento de la novela, sin embargo, uno de los personajes emplea de repente términos rioplatenses, cancelando (irrumpiendo en) el pacto de verosimilitud establecido entre el lector y la ficción. En El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia el propósito de meterse en las tripas de la historia (personal, familiar, generacional) para salir con una ficción (¿con qué más podría salirse?) está más que claro; sin embargo, en algunos detalles dispersos Pron nos sugiere que nada es tan sencillo como parece, que el juego de espejos y lentes no sólo no puede crear más que una ficción sino que, de hecho, no puede crear una ficción sino varias, como la dispersión en longitudes de onda de un haz de luz que atraviesa el proverbial prisma de la portada del clásico The dark side of the moon. Esa complejidad intrínseca es también la marca (ex ungue leonem, como dicen que dijo Bernoulli al reconocer a Isaac Newton como autor de un artículo anónimo), o, mejor, una de las marcas que evidencian en Pron al escritor en lengua castellana más sólido de su generación, que acaba de publicar su mejor novela hasta la fecha, lo cual no es decir poco.

Publicada en Leedor.com el 15 de marzo de 2012

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