22 mujeres más, varias autoras
La “Nota del editor” que abre 22 mujeres +, el reciente compilado de
relatos publicado por la editorial Irrupciones, deja las cosas claras: la
propuesta ha de entenderse como parte del mismo proyecto que había adelantado,
hace poco más de un año, el libro 22
mujeres. “No debe verse como una secuela o continuación”, escribe el
editor, Gabriel Sosa, “sino como parte del mismo proyecto (…) Ambos libros
forman una unidad, con un propósito común: mostrar (…) la amplitud y la variedad
de la producción literaria femenina actual”. Tras recorrer los 21 cuentos –y el
prólogo de Silvana Tanzi, que cierra en 22 la cuenta de mujeres implicadas en
el libro– la variedad queda especialmente clara, y también la amplitud, en
tanto conviven cuentos excelentes y muy buenos con textos notoriamente
fallidos.
Al primer conjunto pertenece “Mujer con
ventana”, de Dina Díaz, poderoso cuento que sumerge al lector en una realidad
cuidadosamente deformada por las percepciones de una mujer que observa una calle
desde su ventana de piso décimo; lo que comienza como la constatación de una
realidad curiosa (un hombre que arroja gallinas por la ventana) muta hacia la
mitad del cuento a un obsesionante clima quizá fantástico, por momentos para
nada ajeno al horror. Se trata, notoriamente, del mejor trabajo incluido en el
libro.
“El banquete de Marcela”, de Gabriela
Onetto, tiene en común con el texto de Díaz el clima onírico o quizá
fantástico; se trata de un cuento hábilmente resuelto y siempre interesante.
Del mismo modo, el más breve “Santiago y Miguel”, de Elena Solís, propone un
juego inquietante con la identidad de dos gemelos que han olvidado, como su
madre, cuál es cuál. También sobresalen “La parada”, de Alejandra Suárez, un
extraño viaje a través de varios velorios y, quizá, sueños dentro de sueños;
“Lázaro”, de Brunella Tedesco, en el que un hecho terrible en el pasado del
protagonista es súbitamente puesto en duda, casi como ante la revelación de una
encrucijada entre universos paralelos; y “Los hermanos”, de Mónica Cardoso,
relato de un descenso al cementerio y la memoria en el que los huesos de una
madre –en un pasaje estremecedor– son manipulados por sus hijos. Estos seis
cuentos justifican, con creces, la compra del libro; es cierto, a la vez, que
su predecesor, 22 mujeres, tenía por
lo menos tres o cuatro trabajos –propuestos desde tonos y estéticas
completamente diferentes– al nivel del cuento de Dina Díaz (los trabajos de
Mercedes Estramil, Fernanda Trías, Carolina Bello y Stephanie Biscomb), y que,
por lo tanto, su balance general lo convertía en un libro más interesante; a la
vez, era también un conjunto más heterogéneo y, por tanto, un muestrario más
amplio de posibilidades narrativas. En cualquier caso, si pensamos en el
proyecto completo –“44 mujeres, 42 cuentistas y dos prologuistas”–, esta mínima
objeción carece de importancia.
En 22
mujeres + aparecen también cuentos bien resueltos y sólidos, quizá no tan
fascinantes (al menos para este lector) como los mencionados más arriba pero,
indudablemente, muestras elocuentes del buen hacer de sus autoras. Quizá el
mejor de esta categoría sea “Shangai”, de Ángeles Blanco, que, si bien por
momentos puede parecer un poco moroso, logra sin embargo elaborar un clima
inquietante y fantasmal, en el que la referencia –en las últimas líneas– al
melancólico y enigmático clásico de David Bowie “After All” (de The man who sold the world, LP de 1970)
funciona a la perfección. Del mismo modo, “Temporada de conejo”, de Ana
Fornaro, aparece como un relato y una voz bien construidos y con una
refrescante dosis de humor, mientras que “Las primeras sangres”, de Katia
Engler, logra, con gran economía de medios, construir perfectamente una
situación indignante. Con un humor cercano al de “Temporada de conejo”, Mariana
Olivera propone “El gato conocido”, una viñeta bien lograda en la que una mujer
que acaba de romper con su pareja concurre a una suerte de oficina pública para
recibir su compensación.
El cuento más largo del libro, “Celos”, de
Daniela Silva, que destaca además por su trabajo sobre el género policial (un
policial de clase media, cabría añadir), presenta ciertas fallas bastante
evidentes; de todas formas, la narrativa funciona, aunque es inevitable pensar
en lo mucho que podría haber mejorado el cuento con un poco más de trabajo por
parte de su autora o de un editor, a la hora de detectar y eliminar ciertas
desprolijidades de estilo.
Un siguiente subconjunto de la muestra es
el de los textos no tan interesantes que, a la vez, carecen de fallas demasiado
flagrantes y se dejan leer sin sobresaltos por un lector más o menos exigente.
Sonia Calcagno propone “Lluvia en la plaza”, que por momentos parece un
esfuerzo manido y algo ampuloso pero que tiene a favor su brevedad, mientras
que Mariana Font aporta “Las funciones de la boca”, un texto algo irregular e
indeciso que, como el anterior, termina pasando –sin pena ni gloria, cabe
añadir– debido ante todo a su extensión moderada. También en este subgrupo,
pero apreciablemente más logrado, cabe incluir “El prendedor de perlitas”, de
Laura Gandolfo, aunque, al contrario de los recién mencionados, habría sido un
cuento a todas luces más satisfactorio si tuviera un par de páginas menos. Por
otro lado, “La fuga”, de la excelente artista plástica Elián Stolarsky,
funciona ante todo como un esfuerzo naïve
que, más que interés por lo narrado, despierta cierta ternura por el esfuerzo
de la autora; el cuento, de hecho, fue seleccionado por el jurado del concurso
anual de narrativa joven de la B’nai B’rith en 2007, cuando Stolarsky tenía
apenas 17 años (es interesante señalar que de este concurso surgió también “Los
celos”, el cuento de Daniela Silva, que obtuvo su primer premio en 2006).
Es posible que a esta categoría –de cuentos
ni especialmente descollantes ni a todas luces fallidos– pertenezca también “Toque de queda”, de Lucía
Piñeyrúa, el texto más radical –en su planteo no-narrativo– de la muestra. Más
bien un poema en prosa, el aporte de Piñeyrúa tiene momentos deslumbrantes que
hacen pensar en el “vértigo de las listas” del que habló Umberto Eco.
Un trabajo que podría pensarse, ya en otro
subgrupo, como totalmente fallido sería el de Cecilia Fernández, “Quién de
nosotros”, que juega sin dar en el blanco una carta metanarrativa y termina
desdibujando una historia que podría haber sido construida con mayor acierto. A
la vez, “Ritos”, de Rosario Beisso, “El uniforme”, de Yael Szajnholc, y
“Espejos y espejismos”, de Laura Fumagalli, entrarían en lo que podríamos
llamar el nadir del libro, con trabajos muy poco satisfactorios. “El uniforme”,
por ejemplo, apenas trasciende una viñeta ampulosa y con pretensiones, y
“Ritos” (quizá el mejor de este grupo, de todas formas, aunque, en tanto
primero de la muestra en virtud del orden alfabético, una vía de entrada poco
alentadora) apenas describe una situación no necesariamente trasladable con
felicidad a un cuento con las características de lenguaje, estilo y objetivos
del que ofrece aquí su autora. A la vez, “Espejos y espejismos”, el más
ambicioso de estos cuatro textos, no se sostiene como relato ni ofrece otra
alternativa; su final (“Pero eso, en definitiva, ¿a quién le importa?”, p.88)
es, de hecho, aplicable a las 6 páginas
que ocupa en el libro.
Un párrafo aparte merece “Te destriparé
hasta que gimas”, de Estefanía Canalda; no faltará quien lo proponga como el peor
del libro, y evidentemente está escrito con impericia, con evidentes errores de
principiante y con una vocación un poco risible por épater le bourgeois con crueldades, canibalismo, niños muertos y
otros recursos que podrían generar trabajos interesantes pero que aquí, en
virtud de la escritura digamos amateur de Canalda, no pasan de cierto humor
involuntario o, incluso, del ridículo. A la vez, sin embargo, es cierto que “Te
destriparé…” se propone jugar en un territorio al que ninguna de las 44 mujeres
que aparecen en los dos libros se atrevió, sea por la razón que sea: el de la
crueldad (como si se regresara al Mella de Derretimiento),
el de cierta fantasía oscura o incluso del new
weird del horror contemporáneo. El gesto desmesurado (aunque cristalice en
una desmesura risible), de todas formas, termina –leído el libro completo,
leídos de hecho ambos libros– por
sumarle puntos a Canalda, que podrá haber escrito el peor cuento del libro en
cierto sentido pero, a la vez, desde otro punto de vista, no dejó de ofrecer un
trabajo al menos interesante o llamativo.
Los 22, los 44 cuentos sin duda invitan a
lecturas más exhaustivas que la ofrecida aquí. El hecho de que apenas tres o
cuatro, en ambos libros, incorporen algún elemento fantástico, de fantasía o de
slipstream indudablemente llama la
atención; del mismo modo la escasísima representación de relatos que se
inscriben a todas luces en un género, como es el caso de “Los celos” y la
narrativa policial. Es posible, también, buscar “sorpresas” o “revelaciones”,
como fue el caso de Stephanie Biscomb en el primer libro; quizá en el segundo
falte, precisamente, ese lugar, aunque se podría apostar un buen número de
fichas a Brunella Tedesco: en cualquier caso, que el mejor cuento de este libro
pertenezca a una escritora de vasta
trayectoria, como lo es Dina Díaz, también podrá generar alguna lectura más
interesante; si prestamos atención a esta variable, de los seis mejores cuentos
de 22 mujeres +, cuatro están
escritos por escritoras que ya han publicado sus propios libros (Gabriela
Onetto, Dina Díaz, Elena Solís, Alejandra Suárez) y dos (Mónica Cardoso,
Brunella Tedesco) por mujeres que todavía esperan esa ocasión; el cuento de
Tedesco, de hecho, es la primera publicación de su autora.
Dos notas finales: primero, llamar la
atención sobre la bella portada, obra de la ilustradora e historietista Maco
(ameritaría, de hecho, hablar de 23 mujeres, en tanto el trabajo de la
dibujante repasa cuento por cuento y ofrece una imagen para cada uno de ellos,
logrando a veces ilustraciones excelentes para cuentos que no están a la
altura) y, también, sobre el correcto prólogo de Silvana Tanzi, que ofrece
oportunas avenidas de lectura de los cuentos incluidos en el libro; por último,
señalar el evidente desliz de edición que, por desgracia, vuelve inutilizable al
índice.
Publicada en La Diaria el 15 de marzo de 2013
Supongo que al ser un compilado de varios cuentos de varios autores, apunta a la pluralidad de lectores. Lo que asumo que es evidente que no tiene porque gustar o desagradar a todos, es cuestión de leerlo y evaluarlo cada uno. Se puede estar de acuerdo con Ramiro Sanchiz o no, pero para hacer una evaluación hay que leer el libro.
ResponderEliminarDe hecho, eso mismo dice la nota escrita por el editor. Que no todos los cuentos gustarán a todos los lectores. La que ofrecí es mi lectura, por algo la nota está firmada; evidentemente se puede estar en desacuerdo.
ResponderEliminarFaltaría mencionar a una escritora dentro de estas mujeres en tus comentarios críticos. Se trata de una escritora de enorme futuro y presente excelente. Pero es TAN valiosa que ni necesita ser nombrada.
EliminarSuequi, ¿te referís a una mujer que está en el libro 22 mujeres más y que yo no la nombré? ¿o a una mujer que no está en el libro y que para vos debería ser nombrada al hablar de las mujeres en la literatura uruguaya reciente? en cualquier caso, dale, decinos quién!
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