Fundido a blanco, Manuel Soriano
Dialéctica de la pesadilla
Son bastante evidentes los defectos de Fundido a blanco, el último libro de Manuel Soriano. Para empezar, se trata de una novela narrada por dos personajes
presentados como de alguna manera opuestos, como, de hecho, dos voces (e
intencionalidades narrativas e incluso literarias) marcadamente enfrentadas;
sin embargo, a lo largo de buena parte del libro, a Soriano se le escapa un
poco el control de las palabras de sus personajes y la diferencia entre esas
voces –tan clara al principio– se desdibuja y difumina, para aparecer, un poco
en sordina, pasada la mitad, perderse de nuevo y hacer su último intento hacia
el final. A la vez, para tratarse de una novela que se propone como realista,
muchas veces los personajes (los protagonistas y los secundarios) se acercan
demasiado al cliché o a la caricatura, como por ejemplo la novia gordita y
adinerada de uno de los protagonistas, que “era hija única del dueño de la
mejor fábrica de chocolates de Bariloche, lo que explicaba su sobrepeso y el
lujoso departamento en Puerto Madero, donde vivía sola (…) No era una chica
para ostentar de la mano en una fiesta (…) pero resultó ser una hembra
pendenciera y golosa en la cama” (p.73). En esta línea, la novela podría ser
leída como un ejercicio sobre el tópico de dos amigos en pugna por una mujer, y
la solución ofrecida por Soriano –acotada a ese tema, vale la pena aclarar– no
resulta ser interesante en sí misma ni llamativa, lo cual sugiere que el autor
se conformó con alcanzar el tópico en lugar de partir de él.
Estos defectos, sin embargo, se convierten
en detalles muy menores una vez terminada la novela. Manuel Soriano, hay que
decirlo, logró escribir una de las novelas más maduras y lúcidas de su
generación, al menos en Uruguay. Fundido
a blanco, clichés de cierto realismo ramplón al margen, inaugura más que
satisfactoriamente –para la literatura uruguaya reciente– una nueva manera de
novelar hechos del pasado reciente como la dictadura, la violación de los
derechos humanos, los desaparecidos, el neoliberalismo y las crisis de
comienzos de la década del 2000 y propone, de hecho, una más que interesante
manera (problematizada y no alucinada, crítica y no sectaria) de abordar esos
temas desde la literatura.
Para empezar, Octavio, uno de los
protagonistas/narradores es hijo de un torturador, y aquí comienza una
modulación interesante: gran parte de los referentes en cuanto a “narrativa
sobre las dictaduras del Cono Sur” trabaja las voces de los descendientes de
los desaparecidos o de activistas comprometidos por razones de familia con la
causa de los derechos humanos: el argentino-español Patricio Pron, por ejemplo,
aborda el tema de esa manera en su excelente novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, y pone en
escena a un escritor que reconstruye el papel de su padre en el rechazo a los
crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura. Soriano, en cambio, opta
por la perspectiva opuesta, y nos presenta al hijo de un militar encarcelado.
Este personaje, sensibilizado en extremo, ha padecido la historia; su amigo Lucas, que narra, intercaladamente, la otra mitad del libro, por el contrario,
es un escritor desinteresado de ella y, en particular, del presunto
“compromiso” del escritor con respecto a aportar su voz a la indignación
generalizada y el activismo. La dictadura, diría, no lo tocó, por lo que su
escritura no le debe línea alguna a la pesadilla de la historia (a esa
pesadilla, al menos).
Esta dicotomía (hay dos mitades de la
novela, dos voces diferentes, dos personalidades diferentes) puede leerse,
claro está, como el binomio de actitudes posibles de un escritor nacido en el
entorno de 1980 al ser confrontado con los hechos históricos de su pasado más o
menos inmediato; la novela, en ese sentido, parece proponer una suerte de
síntesis dialéctica e incorporar ambas
actitudes a la hora de narrar los acontecimientos; así, el pasado se infiltra
en el presente del relato (hacia 2001) y en un sótano de la casa de Octavio
espera una suerte de revelación. A la vez, las dos actitudes contrapuestas son
llamadas a novelar algo quizá más esencial: el amor y el desamor, después de
que Julia, una estudiante de derecho, entre en las vidas de los dos amigos. Y,
además, los dos protagonistas son convocados por los problemas del presente: la
crisis económica, los saqueos, el rechazo a la clase política y la toma de las
calles que terminaron por causar la célebre renuncia del entonces presidente De
la Rúa. La afirmación última de la novela, quizá, haya que buscarla entre
líneas, en tanto es Lucas –el menos “comprometido”, el escritor Césarairano que
confiesa aburrirse de sus tramas pasadas las 80 páginas y resolverlas con “la
aparición deux (sic) ex machina de un grupo de zombis o un
travesti poderoso y alado” (p.15), lo que puede ser leído como una suerte de
guiño hacia cierta provincia de la literatura argentina reciente– quien termina
por narrar esa toma de las calles.
Fundido
a blanco, en ese sentido, sí rehúye de las
soluciones fáciles; es cierto que al final esa historia de infamias (la
concebible –incluso, o especialmente, en tanto ficción– cadena de hechos que
desemboca en el presente) reclama al que pretendía escapar de su alcance, pero,
a la vez, Octavio, el personaje más tocado por esa misma historia, termina
fundiéndose en un tema mucho más universal, el del hijo en busca de su padre. Y
quienes quieran leer aquí dos facetas de una individualidad creadora (un
Stephen Dedalus, digamos, que, como leemos en la novela de Joyce, anhela
“despertar de la pesadilla de la historia” a la vez que encontrar el camino que
lo lleva a su padre) tienen viento a favor: lo interesante, en última
instancia, es que Fundido…, sin
profundizar abrumadoramente en estas líneas, permite diversas lecturas y, a su
manera, reclama –como toda novela no olvidable– sus relecturas.
Vale la pena, entonces, acompañar a estos
personajes en ese viaje de sus vidas, entre fines de la década de 1970 y
comienzos de la del 2000. Con sus pequeños defectos y sus grandes aciertos, la
novela de Manuel Soriano es, sin lugar a dudas, uno de los acontecimientos
literarios del año para la literatura nacional.
Publicada en La Diaria el 26 de junio de 2013
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