La breve muerte de Waldemar Hansen, Carlos María Domínguez



Gris menor


 El adjetivo gris referido a un texto literario puede significar muchas cosas; como sinónimo de “mediocre” parecería aludir a una obra más o menos correcta que no es capaz de ofrecer más que una muestra de cierto buen oficio de narrador, eso que algunos llaman “contar bien una historia”, dejando claro que la historia “bien contada” no es interesante ni original ni atractiva. Y otro significado posible: literatura de autores menores (pero no trágicamente menores) que no se esfuerzan.
Un sentido un poco más benigno podría aludir a cierto clima convocado por el libro o a cierta imagen que parecería desprenderse de su estilo o su escritura; podría tratarse, por ejemplo, de una novela austera que no hace grandes aspavientos para encantar a los lectores y, a la vez, vuelve fácil atribuirle una suerte de autor implícito más bien huraño, metido en el mundo de sus propias obsesiones.
Carlos María Domínguez escribió una novela a la que podría atribuírsele ese sentido del término gris, y fue publicada hace un tiempo ya por Irrupciones Grupo Editor. Se trata de Bicicletas negras, donde la “grisitud” convocada se tensaba hacia lo fantástico e incorporaba ciertas notas kafkianas; tratándose, además, de un texto relativamente breve, su efecto era contundente y lograba permanecer en la imaginación del lector. Lamentablemente, no sucede lo mismo con La breve muerte de Waldemar Hansen, su último libro.
Evidentemente, nadie podría achacarle a Carlos María Domínguez escribir “mal”. Por el contrario, las primeras páginas del libro nos ofrecen una prosa competente, sobria y equilibrada; el problema, en rigor, es que a medida que avanzamos es fácil sospechar que la novela no tiene otra cosa para dar. Hay una historia más o menos delineada y presentada como una suerte de enigma, un narrador que ya conocemos de otro libro de Domínguez (Carlos Brauer, personaje de La casa de papel, aunque, en rigor, podría tratarse casi de cualquier otra persona) y, entre lo más interesante, una serie de apreciaciones sobre el mundo del arte o incluso sobre el arte mismo. El Waldemar Hansen del título ha robado una cruz de un cementerio del departamento de Rivera y, quizá sin saberlo, puesto en movimiento una serie de eventos que el narrador termina investigando, movido por la pretensión de entender las motivaciones de Hansen y, en particular, el sentido de sus últimas palabras y de un comentario de su hermana. Se trata, evidentemente, de un tópico narrativo (la novela basada en la investigación de los hechos de un muerto tiene ejemplos locales y recientes tan distintos como Los secretos de Romina Lucas, de Ercole Lissardi, y Escipión, de Pablo Casacuberta), y el tratamiento ofrecido por Domínguez no resulta interesante en sí mismo. Lo mejor del libro, en cualquier caso, está en los dos capítulos en los que encontramos al narrador en Rivera: por momentos, de hecho, ese ya mencionado efecto de ligera tensión hacia lo fantástico (o lo onírico) que aparecía en Bicicletas negras parece infundir cierta vida al texto, pero, lamentablemente, el capítulo siguiente lo arruina nombrándolo, reconociéndolo: “Con el correr de los días (…), Santana, Beppo y la gitana, el Club de los Trabajadores y los borregos de la dicha comenzaron a desgranarse por pedazos, igual que un sueño, acaso porque su realidad dependía de mis ojos y nada podía compensarlo” (p.153). Es verdad que Domínguez no estaba obligado a elaborar más intensamente sobre ese efecto onírico (es más que notorio que la novela no se le escapó de las manos en ningún momento, y que si es como es, es porque él así lo quiso), pero al explicitarlo del modo más simple imaginable (casi tanto como los de esas ficciones cuyo final explica que “todo fue un sueño”) logró socavar lo más sugerente que venía ofreciendo su libro hasta ese momento.
La breve muerte de Waldemar Hansen, de todas formas, no parece un libro mediocre: está, notoriamente, demasiado “bien escrito” como para serlo. A la vez, es muy evidente que un buen número de lectores de narrativa uruguaya disfrutan de novelas bien escritas que ofrecen tramas poco interesantes, tramas donde se busca ofrecer cierta austeridad viril y madura en la estela, cabe pensar, de cierta caricatura de Juan Carlos Onetti. En ese sentido, la novela enigma (o más-o-menos-enigma) a la que quiso acercarse Domínguez debe no poco, en estilo y en planteo, a Los adioses; sin embargo, ante ese modelo posible, La breve muerte de Waldemar Hansen se queda muy atrás, royéndole o babeándole los tobillos, así que mejor olvidar la comparación. Novela gris sobre un hombre gris (por algo, además, el título habla de una “breve muerte”), la última de Carlos María Domínguez, en última instancia, es tan olvidable como su protagonista.

Publicada en La Diaria el 25 de junio de 2013

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