Cartas de César Vallejo a Pablo Abril de Vivero
Cartas
del poeta manguero
Quizá los poemarios Los heraldos negros (1919) y Trilce
(1922) terminan por construir el perfil o la imagen de César Vallejo como
la de un poeta hipersensible, torturado y hermético; leer las cartas reunidas
en el bellísimo volumen Cartas de César
Vallejo a Pablo Abril de Vivero, editado el año pasado por la Biblioteca
Nacional gracias al trabajo de Andrés Echevarría, logra mutar esa apreciación.
Para empezar, hay algo de chanta en el
lenguaje con el que Vallejo no deja de pedirle dinero, casi carta por carta,
casi en todas las cartas, a su amigo.
Pablo Abril de Vivero (1894-1987) era un diplomático peruano y aspirante a
poeta, hermano del también poeta Xavier Abril. Lamentablemente este volumen
(que da cuenta del archivo legado a la Biblioteca Nacional por la cuñada de
Abril de Vivero) no incluye sino las cartas de Vallejo solamente, lo cual, a
veces, deja con ganas de saber qué le respondió su amigo; en cualquier caso
esto no debe entenderse como una crítica de peso: el libro está hermosamente
editado (las reproducciones son sumamente nítidas, el papel es de buena calidad
y, como detalle feliz, cada año está marcado por un color diferente del papel)
y es la única edición facsimilar de estas cartas. Además, el prólogo de
Echevarría aporta un contexto (ceñido pero suficiente) a la correspondencia y,
de paso, una útil cronología. Quizá, sí, resulten un poco superfluos los poemas
incluidos (el hit pop “Los heraldos negros”, infaltable, el poema “III” de Trilce y cuatro textos de Poemas humanos y España aparta de mí este cáliz, incluyendo aquel de “me moriré en
París con aguacero”), pero evidentemente eso no puede malograr el libro, ni
mucho menos.
Volviendo al Vallejo chanta, es un placer
leer las variantes con las que pide dinero a su amigo, las inflexiones del tono
que se permite, desde cierta humildad desamparada hasta la exigencia en plan
“sos mi amigo, entregá la guita”.
Hablando más en serio, la compilación
abarca los años 1924-1930 y luego salta hacia 1933 y 1934. En medio queda, por
ejemplo, el primer viaje de Vallejo a la Unión Soviética, del que nada le
cuenta a su amigo (hay, sí, cartas a otros destinatarios, recogidas por ejemplo
en el volumen Epistolario general)
excepto para dar cuenta de la partida (19/10/1928, páginas 222-223; “de Rusia
le escribiré continuamente”, dice) y para anunciar que volverá pronto
(29/10/1928, páginas 226-227) porque el lenguaje ha sido una barrera
infranqueable; después, en la carta del 27/12 de ese año, cuenta que con el
“…viaje a Moscú, he conseguido, por lo menos, la colaboración de algunos
periódicos rusos, donde se me pagará muy regularmente” (páginas 228-229); esta
carta es especialmente interesante, en tanto en ella apreciamos al Vallejo
comunista en todo su esplendor: “Debemos unirnos todos los que sufrimos de la
actual estafa capitalista, para echar abajo este estado de cosas. Voy
sintiéndome revolucionario y revolucionario por experiencia vivida, más que por ideas
aprendidas” (la cursiva es del autor).
Leyendo más allá de los límites de las
cartas individuales hay algo así como “capítulos” en este libro, pequeñas
historias que intrigan al lector en tanto casi siempre quedan irresueltas. Por
ejemplo el intento de publicación de una revista literaria, que arranca en la
carta del 8 de abril de 1926 (páginas 98-99) y va diluyéndose hasta el 23 de
junio de ese año (páginas 120-121); aquí vemos a Vallejo preocupado (e
irritado) por encontrar ilustradores, por los presupuestos de imprenta, por el
cobro de publicidades y por el alquiler del local que sirve de oficina a la
publicación. También valen la pena los “capítulos” de las colaboraciones de
Vallejo con la revista a la que finalmente se vinculó Pablo Abril de Vivero (Bolívar), de las gestiones de Vallejo
para la publicación de un poemario de Abril de Vivero y, también, de los de los
diversos proyectos del poeta para recibir dinero del gobierno de Perú (“Se
trata de pedir al Gobierno auspicie económicamente la publicación en francés de
mi novela de folklore americano Hacia el
reino de los Shiris (…) labor, modesta, pero efectiva, que he hecho por la prensa en favor del Perú, desde hace
tiempo; y digo que el objeto de dicha versión francesa de mi novela, es la
difusión y propaganda europea de la cultura indoamericana y, singularmente, peruana”, 24/7/1927, páginas 162-163).
En cuanto a cartas desligadas de esas
pequeñas historias, resaltan la del 23 de noviembre de 1930 (páginas 284-285),
en la que Vallejo agradece a Abril de Vivero su participación en la reedición
de Trilce, y la del 28 de marzo de
1925, en la que es mencionado Marcel Proust (“De otro lado, mi vida se
circunscribe siempre a la récherche,
no justamente del tiempo perdido, sino del pan nuestro de cada día. Si Proust
pudo escribir al fin su Temps retrouvé,
de mí sé decir que, al paso que voy, el tiempo perdido no volveré a encontrarlo
más”, páginas 62-63). Proust había muerto en 1922 (el año en que se publicó Trilce, el año en que se publicó Ulises, el año en que se publicó La tierra baldía) y el último volumen de
su novela recién se publicaría en 1927; seguramente Vallejo estaba al tanto
–por la prensa literaria, cabe pensar– de que El tiempo recobrado había sido escrita y sería publicada
eventualmente, aunque, en rigor, Proust no lo había revisado. Es interesante,
en cualquier caso, que Vallejo se interesase a ese nivel en la obra del gran
novelista francés.
Publicada en La Diaria el lunes tres de febrero de 2014
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