Caja negra, Mercedes Estramil



Corazón gris


Se puede empezar diciendo que es fácil ver el buen hacer de su autora en los cuentos que integran Caja negra, reciente libro de Mercedes Estramil. Como norma general su entramado verbal es expresivo y efectivo, tanto a la hora de componer historias como para construir estados de ánimo, de modo que es imposible leer estos textos sin sentir la experiencia. Al menos dos de ellos –“El corazón de Rebeca Linares”, que ya había aparecido en la muestra 22 mujeres, de la editorial Irrupciones, y “Caribe oriental”– están sin dudas entre los mejores cuentos de la literatura uruguaya más reciente y, por lo tanto, son de lo mejor de este Caja negra.
 
Pero el libro puede interesar también por otras razones; para hablar de una de ellas vale proponer una línea de lectura que parte de dar por sentado el reconocimiento de la buena factura y se detiene sobre determinadas recurrencias de los asuntos narrados y la voz de los narradores; así, Caja negra insiste sobre el tópico de las miserias de la vida, la amargura, la desesperanza y la soledad, movilizando generalmente personajes y narradoras mujeres, muchas veces arruinadas o perdedoras, y los/las presenta siempre en una configuración que, en tanto acusadamente literaria, parece señalar por momentos un asunto manido, una fórmula reiterada, un lugar común, estereotipo o cliché. 
 
Es decir: se trata de temas o climas harto comunes en la literatura, por supuesto, acaso esenciales a ella, pero después de terminar cuentos como “Templo inglés” y “Líquido sagrado”, es fácil pensar justamente en la buena factura y poco más. O, en otras palabras, se piensa que se está leyendo literatura, y que Mercedes Estramil está haciendo una muy buena literatura, que hay un buen “trabajo”, pero en esa operación –insisto: esto es visible en los momentos más tenues del libro, no en los mejores– resulta evidente que Estramil canta siempre la misma canción, que esa canción, en el fondo, no es del todo interesante y que lo que importa –más allá, claro, de la posible empatía del lector, la “identificación”, etcétera– en realidad es su voz y su afinación impecable. Y que de eso se trata, en el fondo, la literatura. Leemos, entonces, que se nos habla de asuntos consagrados por cierta literatura (temas “existenciales”, se habría dicho en otras épocas, temas “hondamente humanos”, para usar una retórica ampulosa y cursi) y encontramos que lo que se nos dice es lo que tantas veces se ha dicho desde unas cuantas tradiciones literarias. Cuento tras cuento, entonces, repite esa misma fórmula, con muy ligeras modulaciones, de modo que, para ciertos lectores el efecto puede llegar a ser monótono, cansador, mortalmente aburrido o incluso irritante.
 
Pero eso, cabe replicar, no tiene importancia. Lo que cansa o aburre a un lector o lectora fascina a otro o a otra, y quienes –como este reseñista– prefieran, entre otras cosas, “dos crímenes por página y horrores innominados del espacio exterior”, por citar a Lovecraft, han de reconocer de todas formas la buena factura literaria y desplazar hacia ella –si se acepta ese desplazamiento como opción válida de lectura, más allá de lo inmediatamente hedónico– la experiencia del libro. Pero precisamente de eso se trata: finalmente lo que se nos brinda –hecha abstracción de lo que ya sabíamos, de lo que ya se ha dicho– es buena factura, buena escritura, buena literatura. Y nada más. En tanto artefacto, Caja negra es una máquina de generar literatura o incluso buena literatura, como quien dice “no te digo nada nuevo o nada interesante más allá de la resonancia con tus cuitas, ¡pero lo que te digo te lo digo tan bien!”. 
 
Podría argumentarse entonces que el libro de Estramil así leído –y naturalmente las avenidas de lectura son muchas– lleva implícito algo así como un acercamiento pasivo hacia lo que pude o debe significar un libro de ficciones, en tanto parece aceptar que existe la literatura en tanto conjunto de prácticas de escritura claramente reconocibles (ciertas “reglas” o “normas” o “pautas”) que, además, se justifican a sí mismas, de modo que basta con reproducirlas para que quede garantizada la entrada a la institución. Esto, por supuesto, deja poco lugar a otros valores posibles como el riesgo, los juegos conceptuales y el trabajo sobre las ideas o lo sorprendente o lo insólito, valores que desde la perspectiva o tradición literaria que late en el núcleo de Caja negra parecerían visibles como prescindibles o incluso no canónicos, no vinculados a lo estrictamente literario. En ese sentido (dado que tampoco tiene sentido rechazar estos cuentos en tanto es posible verles cierta actitud pasiva o incluso reaccionaria) el libro de Estramil puede leerse también como una afirmación metaliteraria. 
 
O como un encogimiento de hombros, algo así como “bueno, no tengo nada más interesante que decir, pero me esfuerzo por escribir bien de acuerdo a las normas que he heredado”.


Entre amigos
Esa última afirmación, entonces, nos puede servir de puente hacia otro de los asuntos interesantes de este libro, el que podríamos pensar como la relación de Estramil con su promoción o generación, o con su contexto más inmediato de escritores y escritoras y, por lo tanto, con la nueva narrativa uruguaya y sus posturas más generalizadas o incluso dominantes. 
 
Así, llama la atención que los cuatro textos que conforman la contraportada (blurbs o comentarios más o menos elogiosos del trabajo de la autora y del libro en cuestión) están firmados por hombres y, todavía más, que a dos de esos hombres se los cite o se les dedique textos de los que integran el libro. 
 
A Luis Fernando Iglesias, por ejemplo (quien se concentra, en su texto de contraportada, en la capacidad de la narrativa de Estramil de permitir que sus asuntos sean leídos como universales, además de en la originalidad de sus relatos), se lo cita en el acápite del cuento “Peter Pan” –más concretamente, se cita el cuento “Mañana con sol”, del compilado de Iglesias Todas las cosas deben suceder–, mientras que a Álvaro Ojeda (que habla de las conexiones entre la propuesta de Estramil y “la gran literatura”, a la vez que caracteriza a esta última como “alegoría que remite a otra realidad similar pero a la vez disímil”) se le dedica “Templo inglés”. 
 
Ahora bien, el valor de los acápites en el libro no es para nada deleznable; de hecho, aparte de los mencionados el único otro relato que ostenta una cita es “Las reglas de Suárez”, que comienza citando a Alice Munro (“Siempre hay una mañana en la que uno se da cuenta de que todos los pájaros se han ido”, del cuento “Corrie”, en Mi vida querida) en un gesto que propone una puesta en palabras del clima o tema recurrente del libro, además de adelantar el denso entramado metaliterario del cuento. No es gratuita entonces la cita del libro de Iglesias ni, tampoco, la que abre el cuento dedicado a Ojeda (Cicerón: “nihil difficile amanti”, “nada es difícil para el que ama”) y, de hecho, es fácilmente visible una fuerte construcción de sentido a partir de estos acápites, que de alguna manera comunican al libro de Estramil con la literatura de los ya mencionados Iglesias y Ojeda. El diálogo, entonces, pasa de los acápites a la contraportada, y en su movimiento de temas relevantes para las escrituras de los firmantes se configura un grupo regido por afinidades que, además, puede ser rastreado a lo biogáfico o lo anecdótico.
 
Ese grupo también incluye a Horacio Cavallo y a Hugo Fontana, lo cual abre o complica el panorama generacional si lo pensamos estrictamente desde lo etario. De hecho, a primera vista parecería configurarse una línea que atraviesa al menos tres promociones de la literatura nacional, desde Fontana (1955), Ojeda (1958) e Iglesias (1958) hasta Cavallo (1977), pasando por la propia Estramil (1965), línea que puede ser caracterizada en torno a su apuesta por determinados valores en cuanto a lo literario, entendiendo a los textos de contraportada como una suerte de “justificación” o “inserción” o “confirmación” comentada o despiezada del lugar de Estramil –vuelta ejemplo o lugar de visibilización de ciertos criterios centrales a esta línea o grupo– en la institución literaria uruguaya reciente. En cualquier caso, el eje Fontana-Cavallo podría visibilizar cierta descendencia onettiana (arriba hablaba de lo “gris-realista”, lo cual no sería una mala descripción para Caja negra), en la que algunas zonas del libro de Estramil se instalan cómodamente.
Por supuesto que resaltar el hecho de que quienes aportaron textos para la contraportada sean hombres no quiere decir que se debió preferir la inclusión de una mujer o que ha de pensarse como necesaria una vinculación de Estramil a la “literatura femenina” o la “literatura escrita por mujeres”, nociones y temas harto discutibles y discutidos. En cualquier caso, los cuentos de Estramil parecen, sí, invitar a una lectura desde perspectivas de género, a la vez que el gesto de invitar a cuatro hombres a la contraportada puede leerse como especialmente claro a la hora de desmarcarse de cierta tiranía o compulsión de “lo femenino” en la “literatura firmada por mujeres”.

Publicada en La Diaria en noviembre de 2014

Comentarios

  1. Che, decís que hay buena escritura en este libro, y que tiene dos de los mejores cuentos escritos en los últimos años, y en otro post decís que es un bodrio, vamo arriba. A mí me gustó.

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  2. pero vos leíste entero este post? que tiene 2 cuentos muy buenos es un hecho, me parece; en el "otro post" al que hacés referencia lo planteo en términos de que tomados por separado los cuentos rinden, pero todos juntos rompen las bolas. Incluso en este mismo post, después de ese primer párrafo donde está lo que vos citas (los mejores cuentos escritos en...") matizo bastante la cosa diciendo "Pero el libro puede interesar también por otras razones; para hablar de una de ellas vale proponer una línea de lectura que parte de dar por sentado el reconocimiento de la buena factura y se detiene sobre determinadas recurrencias de los asuntos narrados y la voz de los narradores; así, Caja negra insiste sobre el tópico de las miserias de la vida, la amargura, la desesperanza y la soledad, movilizando generalmente personajes y narradoras mujeres, muchas veces arruinadas o perdedoras, y los/las presenta siempre en una configuración que, en tanto acusadamente literaria, parece señalar por momentos un asunto manido, una fórmula reiterada, un lugar común, estereotipo o cliché. " ¿Te parece que debería haber resumido la reseña en "me gusta" o "no me gusta"; es una opción válida supongo (algo más resumido y menos crítico está es lo que podés encontrar en el otro post al que aludís), pero preferí hacer otra cosa. Casi todo el mundo podrá coincidir en que ciertos cuentos de este libro están "bien escritos", pero, para mí, ahí no se agota la cosa, y al final el libro resta en vez de sumar y, sí, es un plomazo deshabrido. Si querés quedate con esta última afirmación.

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