Y mañana serán clones, John Varley
Blues del exilio
Hacia fines de la década de 1970 la ciencia
ficción estadounidense estaba en una especie de limbo o estado latente, a la
espera de la supernova que resultaría ser el movimiento ciberpunk, inaugurado
–a grandes rasgos– por la novela Neuromante
(1984), de William Gibson, y la antología Mirrorshades (1986), que incluía cuentos de escritores entonces
apenas conocidos que después se convertirían en los nombres más importantes del
género para el siglo XXI, entre ellos Rudy Rucker, James Patrick Kelly, Greg
Bear y Paul Di Filippo. Es decir: ya agotado el molde clásico hacia mediados de
la década de 1950 y pasado también el entusiasmo generado por la new-wave –una corriente más dada a la
experimentación y a dinamitar los muros que guardaban el género, originada en
el Inglaterra y rápidamente importada a Estados Unidos– no había nada asomando
en el horizonte. Quizá cabe pensar, entonces, que un “retorno a las raíces” era
una opción atractiva; así cobró visibilidad un grupo de escritores –Larry
Niven, Gregory Benford, Jerry Pournelle, Joe Haldeman, James P. Hogan– que
apostó por precisamente revisitar las pautas del género en su llamada “edad de
oro” (1938-1953, según algunos críticos), libres, eso sí, de ciertas
ingenuidades pulp y con todo el
bagaje histórico del género sobre los hombros.
Algunos de esos autores lograron mantenerse
en la primera fila de la ciencia ficción hasta el presente; es el caso, por
ejemplo, de George R.R. Martin y el éxito de su saga Canción de hielo y fuego, que combina procedimientos de la CF y la
fantasía heroica. Otros han tenido menos suerte, al menos por estas latitudes.
Así, no muchos fans rioplatenses del género nombrarían a John Varley (1947) como
una figura señera o incluso vigente, y quizá apenas le concederían un momento
de esplendor, precisamente a fines de la década de 1970, para después relegarlo
a la categoría de un autor de segunda o tercera fila, con suerte algo así como
un clásico menor.
Pero vale la pena revisitarlo. Y la
reedición de Y mañana serán clones, a
cargo de la editorial española La Factoría de Ideas, es una gran ocasión para
hacerlo. En inglés, ya que estamos, el título es The Ophiuchi Hotline, algo así como “La transmisión de Ofiuco”, en
referencia a la constelación del Serpentario y a un elemento de la trama, una
suerte de fuente de datos científicos emitido en apariencia desde esa
constelación por una especie alienígena. Los traductores al castellano –además
de esta de La Factoría de Ideas hay una edición de Pomaire España, de 1978–
seguramente pensaron que lo de Ofiuco y la dificultad a la hora de traducir hotline no hacían sino exigir un poco de
creatividad. Lástima que en el libro los clones no son una cuestión futura, ni
mucho menos. Por el contrario, toda la novela está atravesada por una
tecnología capaz de regenerar los cuerpos y transferirles personalidad,
consciencia y memoria, grabadas (como si se tratase de los “puntos de
recuperación” de un sistema operativo informático) a voluntad de los usuarios.
El referente más claro de la ciencia
ficción de Varley es Robert Heinlein, uno de los mejores escritores de la Edad
de Oro del género y autor de clásicos como Tropas
del espacio y Extranjero en tierra
extraña. Varley declaradamente se ha colocado en el lugar del epígono o el
discípulo, y seguramente cualquier lector que recorra las obras de ambos
reconocerá el buen hacer narrativo y la soltura y fluidez de la escritura.
Varley, de hecho, hace algo así como “actualizar” a Heinlein, y si retoma
cierta naturalidad que el veterano exhibió –en sus mejores momentos– a la hora
de dar cuenta de detalles descriptivos de la sociedad y la cultura de sus
futuros, también les aporta un espesor literario especial a la hora de
inscribirlos claramente en una tradición, en lo que podría ser leído como una
cadena de “homenajes” a los autores más importantes del género en su etapa
clásica. Por ejemplo, el tratamiento que le da a los alienígenas en Y mañana serán clones recuerda a lo
mejor de Arthur Clarke, ficciones como el cuento “El centinela” o la novela El fin de la infancia, en las que la
mera posibilidad de comprender asi sea algo
de los extraterrestres es presentada como un elemento más de asombro y
maravilla.
En Y
mañana serán clones, entonces, encontramos varias especies alienígenas.
Están, ante todo, los emisores de la transmisión de Ofiuco, que aparecen cerca
del final del libro y se presentan como de alguna manera cercanos a la
humanidad, evolucionados en biósferas similares, capaces de crear herramientas
y de modificar su entorno. Y después encontramos a los Invasores, una especie
mucho más misteriosa de seres sin cuerpo visible, inteligencia inconmensurable
con la humana y habilidades incomprensibles, que se apoderan de la Tierra,
expulsan a los seres humanos y dejan al mando a los delfines y las ballenas.
Que, dicho sea de paso, son el tercer grupo de criaturas inteligentes extrañas
a los humanos. Todas estas especies están presentadas en su alteridad, y si en
la ficción del libro algunos seres humanos las comprenden, está claro que esa
comprensión es parcial y posiblemente equivocada. A la vez, si sucede es, en
gran medida, gracias a ellos.
Entre lo mejor de la novela está su
profusión de pequeñas maravillas, de detalles luminosos. En ese sentido, como
la mejor ciencia ficción clásica, logra crear cierta sensación de cosmicidad,
inabarcabilidad, belleza y extrañeza a la vez. Varley parece especialmente
consciente de esos efectos logrados por su prosa, y va disponiendo la trama con
pequeños quiebres en la linealidad, que potencian la sensación de haber perdido
por completo asidero a lo que veníamos dando por sentado. Este artificio es
especialmente útil a la hora de seguir los diversos procesos de clonación a los
que se somete la protagonista, condenada a muerte en las primeras páginas y
reunida con sus múltiples clones al final.
Leída desde esta segunda década del siglo
XXI, Y mañana serán clones puede ser
pensada como uno de los textos fundamentales para el transhumanismo, y en ese
sentido se convierte en uno de los relatos de ciencia ficción más interesantes y
“actuales” de su época. Varley después continuaría el universo ficcional en que
instaló esta novela –la primera de las suyas, por otra parte–, para conformar
la “serie de los ocho mundos”, en la que también ha sido leído un homenaje a la
“historia futura” de Robert Heinlein. Algunos de los textos que la integran
transcurren antes de la invasión, mientras que la gran mayoría son ubicados
entre esta y lo narrado en Y mañana serán
clones. En la novela La playa de
acero, por ejemplo, se narra la invención de los dispositivos usados para
grabar los recuerdos, proceso fundamental para la clonación (también se
homenajea a Heinlein en la descripción de una comunidad llamada los
“heinleinitas”); en cualquier caso, acaso entre lo mejor de este conjunto de
textos estén los buenísimos cuentos “El paso del agujero negro”, del libro En el salón de los reyes marcianos, y
“Perdidos en el banco de memoria” y “En el cuenco”, que pueden encontrarse en La persistencia de la visión. Ambos
compilados de cuentos (en realidad se trata de un único libro dividido en dos
por sus editores españoles) fueron publicados en la década de 1980 por la
editorial Martínez Roca en su mítica colección “Superficción”.
La edición de La Factoría de Ideas, ahora
disponible en Montevideo, incluye además la novela corta “La persistencia de la
visión”, que suele ser citada como uno de los mejores textos de Varley. Y con
razón, ya que en su descripción de una comunidad de sordociegos que han elegido
apartarse del camino tomado por la civilización occidental, en su tono en
apariencia ligero (pero terrible hacia el final) y en su cuidadosa descripción
de los diversos sistemas de comunicación a los que apelan los sordociegos, sin
duda alguna se vuelve un relato completamente genial.
Publicada en La Diaria en noviembre de 2014
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