Aceleracionismo, varios autores
El futuro pasó (pero volverá)
¿Qué es el
aceleracionismo? La pregunta queda respondida en los artículos compilados por
Armen Avanessian y Mauro Reis (quien, además, tradujo los textos) bajo el
título Aceleracionsmo, estrategias para
una transición hacia el postcapitalismo, libro publicado a fines del año
pasado por la editorial argentina Caja Negra. Más allá de los precursores Marx
(“Fragmento sobre las máquinas” y “Discurso sobre el libre intercambio”) y Deleuze
& Guattari (en El anti Edipo), el
aceleracionismo en su forma clásica eclosiona en los escritos fundacionales de Nick Land, hacia la década de 1990. El
libro que nos ocupa, entonces, incluye el fundacional “Colapso” (“Meltdown”),
de 1994, y también el más reciente “Crítica del miserabilismo trascendental”,
de 2007. Entre los dos –especialmente en el primero– queda formulada la
perspectiva landiana del aceleracionismo, en la que se fusionan y funden la
crisis del humanismo y de la izquierda en el capitalismo tardío, la aceleración
exponencial del cambio tecnológico y la condición de no-alternativa del
capitalismo.
Lo único que cabe
hacer, decía Land, es acelerar el proceso.
Es decir: no sólo dar rienda suelta al capitalismo sino inyectarle todo el
combustible imaginable para que, finalmente el paisaje resultante sea
pos-humano, pos-económico y pos-tecnológico. ¿Que esto parece una crueldad o
herejía, por decir que hay que trabajar con el capitalismo y acelerarlo, en
lugar de juntarse con cuatro amiguitos y marchar con pancartas que declaran que
está todo mal con el neoliberalismo? Bueno, lo puede parecer para nosotros, humanos del capitalismo
tardío, pero después, en el futuro
landiano, no habrá ese nosotros.
No es de
extrañarse que, con el paso del tiempo, la postura de Nick Land haya terminado
por asimilarse a un posible “aceleracionismo de derecha”, por más desafortunada
que parezca la designación; es viable, en cualquier caso, en tanto cabe
pensarla como opuesta a otro aceleracionismo
posterior, cuyo texto fundamental fue publicado por primera vez en 2013 y es
también recogido en Aceleracionismo... Se
trata de “Manifiesto para una política aceleracionista”, de Alex Williams y
Nick Srnicek, y es una propuesta más cercana a una idea posible y fresca de
izquierda, un llamado a configurar una izquierda no conservadora y no
reaccionaria, que no intente leer el mundo con los viejos códigos del 68 (o
anteriores) y reconozca la falla sistemática en su accionar hasta el momento.
La zona aceleracionista
Está claro que
los conceptos en juego no quedan encerrados dentro del contorno de la teoría
económica; por el contrario, ya desde Land están en juego tanto la ecología
como la manera de representarnos lo humano, así como también los procesos y
patrones en la cultura y su relación con la economía, la política y la
tecnología.
En cuanto a la
representación de lo humano, el texto clave de Aceleracionismo… es “La labor de lo inhumano”, de Reza Negarestani
(2014). El artículo, cuya exposición más o menos satisfactoria demandaría como
mínimo el espacio de esta reseña, propone y maneja una serie de nociones de
especial interés: además de una crítica específica a la izquierda menos lúcida aparece
la distinción entre el “inhumanismo” (que entiende a la naturaleza/condición
humana como una construcción permanente en continua revolución) y el
“antihumanismo” (que niega toda exposición posible de esa naturaleza/condición,
a la vez que puede desembocar en un antinatalismo a la Thomas Ligotti en La conspiración contra la raza humana).
Ambos, a su vez, aparecen evidentemente enfrentados al “humanismo”, entendido
como la creencia en y afirmación (normativa incluso) de una naturaleza o
condición humana.
Negarestani –se
vuelve inevitable recomendar al lector la exploración de su Ciclonopedia, uno de los libros más
intelectualmente provocadores de lo que va del siglo XXI– explora y aprovecha
esa distinción, y sus ideas permiten además armar un esquema de conexiones hacia
otros de los textos compilados en Aceleracionismo…,
como por ejemplo “Xenofeminismo: una política por la alienación” (2015), del colectivo Laboria Cuboniks. A la
manera de un manifiesto, el artículo trabaja desde una perspectiva racionalista
(“sostener que la razón o la racionalidad es “por naturaleza” una empresa
patriarcal es conceder la derrota”, p.119) y propone a la vez un naturalismo
ontológico (“la naturaleza, entendida aquí como el ámbito ilimitado de la
ciencia, es lo único que hay”, p.127) y un antinaturalismo normativo: como “no
hay nada que no pueda ser estudiado científicamente”, todo puede ser
“manipulado tecnológicamente” (p.127) y la conclusión es un combativo “¡si la
naturaleza es injusta, cambiemos la naturaleza!” (p.133).
El enemigo de
esta perspectiva es, por supuesto, cualquier forma de pensamiento esencialista
que se vuelva a la vez (necesariamente) antiprometeico. El tema aparece
expuesto en “El prometeísmo y sus críticos” (2013), de Ray Brassier: si se
asigna a las múltiples caras de la finitud (la muerte, la enfermedad, el
olvido, etc) el rol de elementos fundacionales e inalienables de una pretendida
naturaleza/condición humana, si se le asigna entonces ese significado fundante
de lo humano al sufrimiento, toda pretensión de mejora tecnológica de esos límites (el prometeísmo) es visto como
una traición a “eso” que nos hace humanos, fijado normativamente y administrado
por grandes atractores culturales como las religiones y la literatura. El
xenofeminismo y el artículo de Negarestani, entonces, se alinean con una
postura prometeísta (memorablemente, Brassier señala que “hay que desconfiar de
quien nos dice que nuestro sufrimiento significa
algo) que, a su vez, puede ser asimilada al aceleracionismo clásico o
landiano en tanto los procesos acelerativos avanzan en un sentido posthumano.
Back to the future
Otra zona
especialmente fascinante del libro está en la interacción entre los textos más
enfocados en la teoría cultural. El artículo de Mark Fisher (“Una revolución
social y psíquica de magnitud casi inconcebible, los interrumpidos sueños
aceleracionistas de la cultura popular”, de 2013) parte de constatar una
paradójica “desaceleración” cultural, tema que ocupó especialmente al autor en
el excelente Ghosts of my life (2014)
y que encuentra una enciclopédica exposición en Retromanía, de Simon Reynolds (2011 en inglés, 2012 en español). De
hecho, los tres últimos libros de Fisher (quien, lamentablemente, se suicidó en
enero de 2017) pueden leerse como nodos en una red conceptual que parte de la
exploración del capitalismo global y la condición de no-alternativa (Realismo capitalista, de 2009 y
publicado en español en 2016 por Caja Negra, igual que el recién mencionado Retromanía), examina la fascinación
nostálgica por el futuro abolido de la cultura pop (Ghosts of my life) y delinea un modelo teórico para dar cuenta de
los futuros posibles (The weird and the
eerie, 2017).
El tema de un
futuro “perdido” es rastreado por Benjamin Noys en “Baila y muere: obsolescencia
y aceleración”(2014) hasta la escena noventera de la música electrónica, y se
pregunta de qué maneras podría trabajar el aceleracionismo el referente
cultural de la música electrónica/dance. En efecto, si la lógica de la
aceleración postula una necesaria obsolescencia, es inevitable pensar en un
contexto –como la música pop– donde lo “nuevo” o “el futuro” ya no generan
significados del mismo modo que lo hacían hasta mediados de la década de 1990.
Operó, entonces, un borroneo del futuro y una “desaceleración” cultural (en oposición
a una aceleración tecnológica). Land proponía con entusiasmo el subgénero del
drum & bass como una estética de la aceleración, pero a nuestra época le
falta precisamente ese ímpetu; quizá en ciertas formas musicales relativamente
recientes que miran hacia ese momento de los noventas (el uso del footwork por
DJ Rashad, por ejemplo, pero también el gesto retro ya barroco de la vaporwave
y el hypnagogic pop, con su vínculo con la obra de proyectos como The Caretaker
o Boards of Canada) pueda delinearse una suerte de –por ahora tímido– “regreso
al futuro”.
Es que no es
posible pensar la aceleración sin pensar en el futuro; de ahí que la
representación del o los futuros posibles desde, por ejemplo, “Xenofeminismo”,
terminan por ofrecer una serie de variaciones sobre el tema de lo post-humano;
después de todo, no es difícil equiparar el posthumanismo con el “inhumanismo”
como es propuesto por Negarestani y con la defensa del prometeísmo ejercida por
Ray Brassier.
Sí, pero…
Por supuesto que
no es difícil pensar una serie de críticas al aceleracionismo en cualquiera de
sus formulaciones o incluso a lo que propuse acá como el campo o zona de
reflexión que une al aceleracionismo y otras formas de pensamiento
contemporáneo, como el realismo especulativo y la ontología orientada a objetos
o la crítica cultural. Es concebible que ciertas fuerzas de la vieja izquierda
pretendan desestimar, desautorizar o descalificar rápidamente los aportes de
tantos pensadores más comprometidos con el futuro que ellos (en esa línea es
interesante leer el epílogo del libro, “Academia en aceleración”, del
compilador Armen Avanessian) y no cuesta mucho imaginar desde dónde operarían
esas críticas.
Por supuesto,
insisto, no se pretende decir acá que los diversos aceleracionismos estén
libres de zonas más débiles que otras, pero si se examina la parte más crítica
del libro que nos ocupa, en particular el artículo de Franco “Bifo” Berardi
(“El aceleracionismo cuestionado desde el punto de vista del cuerpo”, de 2013),
las objeciones allí planteadas parecen insuficientes y, además, están
contestadas desde otros lugares del libro. La idea de que la “aceleración es la
forma esencial del crecimiento capitalista” (p.69), por ejemplo, parece caer en
el mismo error que Williams y Srcniek le señalan a Nick Land, es decir la
confusión entre una “velocidad” (“puede que nos estemos moviendo rápidamente,
pero es solo dentro de una serie estrictamente definida de parámetros
capitalistas que, por su parte, no vacilan nunca”, p.37) entendida como un proceso
de cambio estructural y esencial del capitalismo –lo cual explicaría por qué,
si Marx tenía razón, el capitalismo no se ha desmoronado por sí mismo– y la
“aceleración” (“un proceso experimental de descubrimiento dentro de un espacio
universal de posibilidades”, idem) que más que seguir una lógica inmanentista
desterritorializa las fuerzas en operación y recontextualiza la máquina
capitalista, reinventándola una y otra vez como un virus que muta para adaptarse.
Pero pensando
ahora en Aceleracionismo, estrategias
para una transición al capitalismo en tanto libro, cabe preguntarse qué le
falta a su esmeradísima compilación, si es que le falta algo. Propongo apenas
una respuesta: quizá un artículo que enfocado especialmente en el lado
ecológico de la cuestión. Es posible que el capitalismo no se autodestruya si
lo aceleramos, pero sin duda la biósfera no podrá resistir su agresión por
mucho más tiempo. ¿O podrá adaptarse el capitalismo a la desaparición de la
naturaleza y, por lo tanto, también del “hombre” entendido en oposición (como
agente de lo artificial, digamos), un poco en la línea de lo señalado por Nick
Land en la sección “el riesgo biológico” (p.62) de “Colapso”? Desde la noción
del aceleracionismo como campo teórico podría pensarse, entonces, que al libro
compilado por Avanessian y Reis lo completaría, por ejemplo, un texto de
Timothy Morton (autor de Ecology without
nature, Dark ecology, Hyperobjects y
Humankind: solidarity with
non-human people).
En cualquier
caso, digámoslo de una buena vez, Aceleracionismo
es una lectura obligada. La imagen tan manida del soplo de aire fresco no
podría ser mejor utilizada que en relación a este libro y su tema de estudio, a
la vez que también cabe pensar que los artículos reunidos (y la vasta
constelación de textos a la que remiten al lector) aceleran el proceso de
desaparición de esa vieja e incómoda izquierda incapaz de ofrecer una
resistencia efectiva a los avances de la derecha.
Pubicada en La Diaria el 27 de febrero de 2018
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