Applied Ballardianism, Simon Sellars (reseña en español)
El
desierto ballardiano
Por
los tiempos de J.G.Ballard. Tanto Realismo Capitalista y Los fantasmas de mi vida, de Mark
Fisher, como Retromania, de Simon
Reynolds, ensayan variaciones sobre el tema del agotamiento del futuro en el
capitalismo tardío. Habría que retroceder hasta 1997, 98 o 99 (y quizás Matrix, con su “pico de la civilización
humana” clavado en 1999 fue una buena pista en su momento) para encontrar los
últimos ejemplos de teoría cultural tan deslumbrante como preocupada por el
futuro, y ahí sobresale, qué duda cabe, Más
brillante que el sol, de Kodwo Eshun, con sus interés en reescritura
posible de la historia de la música orientada hacia adelante. Es posible, por otro lado, que haya que pensar en
contextos como el afrofuturismo (incluso en su variante pop wakandista) para
encontrar cierta progenie de ya no tanto las ideas como el clima o la atmósfera
conceptual y reflexiva de los textos de Eshun; sin embargo, para buena parte
del mainstream y a modo de una descripción más o menos general de la cultura
globalizada del siglo XXI, el futuro se disolvió en un presente inmapeable y un
pasado de parque temático al mejor estilo Stranger
Things. Y lo más curioso: nada de esto debería sorprender, porque
J.G.Ballard convirtió esa idea en el núcleo de su obra cuarenta años atrás. Al
principio lo hizo desde un molde catastrofista o postapocalíptico (El mundo sumergido, La sequía, El mundo de
cristal), pero pronto hasta esa apelación
al futuro fue innecesaria y las catástrofes quedaron instaladas en el presente
o en algún tenue mundo apenas paralelo, como el de Vermilion Sands. En gran medida, a través del mapeo de nuestros
tiempos a través de Fisher y Reynolds, vivimos en tiempos ballardianos.
No
future. Ya lo decía Pablo Capanna en El tiempo desolado: “tiempo” es una de
las palabras que aparecen con más frecuencia en los textos de Ballard, mucho
más, al menos, que “espacio”. Y Capanna escribió su libro en un momento en que
era posible leer los escritos de Ballard a modo de advertencia. Quizá, incluso,
había algo de utopía para una cultura cansada en aquellos veranos al sol de
Vermilion Sands, con sus torres de coral, sus casas sensibles y sus escultores
de nubes. Era, para Ballard, el mundo de La
persistencia de la memoria y Las
musas inquietantes vuelto real. Nosotros, ahora, podríamos pensar que
vivimos en un mundo donde por todas partes se repite la autopsia al futuro
practicada en La exhibición de atrocidades
y Vermilion Sands: allí está
nuestra realidad cotidiana, y si en algún momento pudo ser fascinante, ahora no
es más que una forma última –terminal, diría
Ballard– del ennui.
Orbis
Tertius. O, al menos, podríamos preguntarnos qué
pasaría si leyéramos el mundo que nos rodea como se lee una novela de Ballard.
Una manera de pensar Applied
Ballardianism, la reciente novela de Simon Sellars, pasa precisamente por
ahí: agentes ballardianos invadieron la Tierra en algún momento de la década
del setenta y, cuarenta años después, el mundo se volvió no Tlön sino Vermilion
Sands.
Prognosis
negative. Es decir: Ballard como virus, Ballard
como código invasivo en la matrix de nuestra realidad. ¿Qué pasaría si alguien en verdad asumiera tal cosa como
estrictamente cierta, real? La novela
rastrea la experiencia de un aspirante a crítico académico que asume la
ballardianidad del mundo que lo rodea: lee a Ballard como la clave del tiempo
que le tocó vivir y al mundo que le tocó vivir como una extensión de las playas
terminales e islas de cemento de Ballard.
Bello
como el reactor fundido de Chernobyl. Es fácil
ponerse en ese lugar y aplicar el ballardianismo. ¿Por qué nos fascinan, desde
series como Dark Tourism, en Netflix,
las excursiones e incursiones por sitios de pruebas nucleares soviéticas en
Kazajistán, zonas de catástrofe en Pripyat y Fukushima, ciudades ersatz levantadas en antiguas dictaduras
o estados postsoviéticos como Turkmenistán? Hay allí una nueva belleza, una
belleza de lo eerie en la tipología
de Mark Fisher en su último libro, una belleza del presente inabarcable
compartimentado en imitaciones del pasado y de los futuros que soñamos
anteayer. Los mitos del futuro próximo son el parque temático de la era nuclear: postales de la “pata de elefante” de
Chernobyl en la sala de espera del dentista.
El
llamado del que acecha en el umbral de la locura que cayó del espacio
(interior). Pero hay más en Applied Ballardianism. No sólo porque pensado desde la idea de
crítica-ficción aporta abundantes líneas de lectura desde la última parte del
binomio y no sólo porque, desde su pertenencia genérica a la novela, es fácil
rastrearle ejes para la construcción de un personaje arrojado a una espiral
descendente como un Quijote o una Madame Bovary presos de su relación con la
letra impresa, sino porque en los pliegues del mundo ballardiano propuesto por
Sellars a través de su narrador y protagonista hay algo más. Aquí y allá, a
través de avistamientos OVNI, leyendas urbanas, mundos paralelos que amenazan
con irrumpir, fantasmas y personajes misteriosos, se asoma un mundo weird.
Después
de la singularidad. Porque si es verdad que algo
huele a podrido en Vermilion Sands, si es cierto que el futuro llegará podamos
pensarlo o no –y nos tomará por sorpresa y nos aterrará–, bajo las grietas que
se abren en el mundo ballardiano y el presente permanente del realismo
capitalista asoman los monstruos de H.P.Lovecraft devueltos a su esencia más
pura: aquello que no puede ser, aquello que no podemos pensar. El
ballardianismo aplicado del capitalismo global y tardío drenó nuestra capacidad
de pensar el futuro, por eso todo lo que vendrá pertenece al campo de lo
impensable, lo weird. Y en los
intersticios de Applied Ballardianism aparecen
las amenazas de un futuro tan inhumano como incomprensible, como si en última
instancia la salida al parque temático ballardiano al que nos hemos mudado (o
en el que nos han encerrado, como se prefiera) estuviese esperándonos en textos
de Nick Land como “Meltdown” y “Circuitries”.
Noches
de cocaína. Applied
Ballardianism, como cabe esperar, abunda en
referencias y alusiones a Ballard y en lecturas de los libros de Ballard (no en
vano su protagonista intenta a lo largo del libro terminar su doctorado con una
tesis sobre las obras en cuestión); de hecho, el proceso por el que el mundo se
ballardifica es vivido y comentado por el protagonista y narrador en un gesto
claramente autorreferencial y meta(meta)literario, que aporta niveles de
complejidad a la novela y vuelve obligada la relectura. A la vez, la peripecia
vital del narrador no sólo es altamente novelística en sí (“protagonista pierde
noción de la realidad por sumergirse demasiado en sus lecturas” o “protagonista
hace lo imposible por dar sentido a sus delirios”, como en una escritura en
clave ballardiana de VALIS, de Philip
K. Dick) sino que en los esfuerzos del protagonista por distanciarse y
racionalizar sus experiencias (que van desde relaciones fallidas de pareja y de
amistad hasta los problemas consabidos de un aspirante a académico, pasando por
trabajos mediocres, drogas y viajes) se ata un nudo más sobre el tópico de un
mundo ballardiano, como si la realidad del virus Ballard fuera tan innegable
que todo intento de volver a entender el mundo con las pautas anteriores a Crash estuvieran destinadas al
fracaso.
El
hombre sobrecargado. El protagonista, entonces, es
prisionero de una serie de círculos viciosos; ha caído en todas las trampas
ballardianas y ya es incapaz de hacer otra cosa que circular por su espiran
concéntrica, hacia un mundo cada vez más mezquino y desolado. Otra línea
posible de lectura, entonces, es la de su proceso en tanto sujeto en un mundo que
multiplica y dispersa las viejas nociones de subjetividad, de persona, y multiplica los doppelgängers, los clones, los tulpas y
las múltiples versiones de cada fantasma.
Aplicar
Lovecraft, aplicar Lynch. Applied Ballardianism es, entonces, un
libro urgente: parece instarnos a concebir esa salida inconcebible, a abrir las
grietas para que salgan los tentáculos. Como en los escritos de Land, el futuro
vendrá, pero no para nuestra manera de (todavía) entendernos como humanos. Si
el personaje de la novela de Simon Sellars se adentra en un mundo ballardizado
para ballardizarse igualmente él mismo, o para entender que no hay diferencia
entre el mundo y nosotros, quizá nos corresponda ahora encontrar la manera de weirdizarnos, de pensar lo impensable
al instante en que ello nos devora.
Comentarios
Publicar un comentario