Hágase usted mismo, Enzo Maqueira


El infierno y las otras historias

 
  
Hágase a usted mismo, la nueva novela de Enzo Maqueira, parece engañosamente simple. Desde su trama, al menos: un aspirante a cineasta deja atrás una relación de pareja y se refugia en una remota casa familiar en la Patagonia. Allí lidiará con los recuerdos de sus abuelos y con un presente extraño y tenue que parece escupido por el tiempo. Poco a poco esa tarea va volviéndose más difícil: finalmente las cosas se complican demasiado. Relato de un hombre en problemas. El muchachito que vivía al final de la cuadra.

Aventuras por paisajes en miniatura. Pero hay más. De hecho, las brevísimas e intensas 118 páginas de la novela se despliegan y desarticulan pacientemente para el lector, como si más que una novela esta fuese un striptease o la grabación en reversa de la construcción de un hermoso diorama. Como se nos aparecen los personajes con los que se encuentra el protagonista, hay algo fantasmal en la velocidad a la que parece posible leer Hágase usted mismo: la novela pasa ante nuestra mirada como si a cada momento no estuviera realmente allí, como si el impulso de lectura se pensara en relación a una cosa más sólida y más real que está por llegar y cuya gravedad se siente. Pero llegado eso, que puede ser, por qué no, el verdadero climax de la novela, sentimos que algo nos ha sido escamoteado o, mejor, que algo se desliza fuera de nuestra percepción. La novela pasó y no nos dimos cuenta; entonces, miramos hacia adentro y empezamos a descubrir sus huellas. Hay un rastro. Esas huellas denotan un peso, una materia, una realidad. Quizá debamos leerla una vez más.

Retrolectura. Está claro que todas las buenas novelas toleran, permiten y hasta reclaman la relectura, pero quizá habría que ponerse a pensar qué hace una relectura por una novela, cómo la cambia, cómo la espesa o subraya. En el caso de Hágase usted mismo el repaso no obedece a la necesidad de descifrar una prosa trabada y compleja, porque Maqueira escribe con una fluidez que parece libre de esfuerzo, natural por decirlo así, y hay incluso una gracia especial en la voz narradora elegida, una liviandad de scherzo que sugiere de inmediato dos hipótesis: una, la más simple y poco interesante, que esa liviandad trasunta una sustancia menos densa; dos, que esa liviandad trasunta huecos, túneles. Y por eso el final devuelve al principio y debemos releer: porque allí, en ese pliegue del contar, está el asunto: hay que volver. La primera hipótesis, entonces, es la de los fantasmas: la novela como pueblo abandonado en el fin del mundo, en un lugar no del todo real, un lugar hecho del pasado no del todo digerido o comprendido, algo que se vuelve infierno al momento en que volvemos (porque debemos volver); la segunda es la de los misterios: algo que no se nos dice, caminos no vistos que conectan las superficies. En Ciclonopedia, su magistral y fundante ejercicio de teoría-ficción, el filósofo iraní Reza Negarestani habla de la relación entre los subterráneos y las superficies, de los signos de los primeros legibles en las segundas, de los agujeros y su conexión, de los agujeros en las tramas o de las tramas con agujeros que, al unirse en túneles, constituyen una secreta, verdadera trama. Sin jugar tan notoriamente ese juego de los enigmas (esa cosa que Lynch hizo mejor que nadie en Twin Peaks, o que constituía el alma de Lost), Hágase usted mismo monta un holograma para ocultar un fantasma, y cuando todo eso se precipita hacia la realidad, las cosas estallan y el libro termina. Leamos de nuevo, entonces.

Sobre una mesa de disección. Como dijera Homero Simpson, hay cosas que “funcionan en varios niveles”, y es, de hecho, un lugar común de casi toda reseña o crítica ofrecer o querer ofrecer un esbozo de anatomía de esos niveles. Y esta no será una excepción, porque parte de ese recurso de Hágase usted mismo a la hora de llevarnos a recomenzarla tiene que ver con la facilidad con la que de su tallo principal van abriéndose ramas y hojas, hasta el punto que, finalmente, lo que queda en nuestras manos no es tanto el consabido árbol cuidadosamente ramificado sino una estructura asimétrica, más compleja, hecha de varios núcleos. Uno podría pensarse como la trama de la memoria, la vuelta al pueblo que fue escenario de momentos en la infancia: es un arquetipo narrativo, una de las matrices posibles de historias. Otro (y ambos atraviesan el título, expresión que el protagonista rastrea hasta los dichos de su abuelo) es el de la construcción de la identidad en relación a la idea de masculinidad, el “hombre” en que debimos convertirnos los nacidos bajo nuestros patriarcados y en nuestros machismos y homofobias propios de fines de los setenta y comienzos de los ochenta. El protagonista parece haber logrado despegarse de esas cáscaras (por ejemplo como queda narrado en los pasajes que aluden al dildo bautizado “Moe”), pero la tarea no es tan sencilla y los fantasmas –otra vez la trama de fantasmas– lo asedian. Vuelven.

La fábrica de sueños. Y después está el cine; Mallarmé dijo alguna vez que el mundo existe para llegar a un libro, y en el caso de Hágase usted mismo parece que todo lo convocado está allí para llegar a una película, o a varias, o a esquivarlas. Contar una vez más la historia que queremos pensar como nuestra, de modo que esa suerte de irrealidad fantasmal de la novela parece replegarse hacia la luz proyectada sobre una pantalla, hacia un ejercicio narrativo que expande una de las tantas ideas para películas que baraja el protagonista y anota en su cuaderno. El protagonista en tanto sujeto disperso, atomizado y multiplicado en clones, en variantes, en caminos no tomados, siempre estilizados por el cine en tanto lenguaje, por la escritura de guiones y el pensamiento de tomas y encuadres. Hay tramas posibles, entonces, que atraviesan la principal; tramas que confluyen, que ensayan un juego de variaciones, tramas que se pasean como una vez más fantasmas en un pueblo desierto en el culo del mundo o en el pasado más remoto o el infierno tan temido. Así, la novela de Maqueira parece a punto de deshacerse en una constelación de historias posibles, sólo para que descubramos, al final, que había un eje más tenso que mantenía esa dispersión en raya.



Publicada en La Diaria en noviembre de 2018

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