Ciencias ocultas, Mike Wilson
Ambient Music
Un año
después de la muerte de Stéphane Mallarmé apareció publicado su libro Poésies, que incluía el llamado “soneto
en x”. El poema es una de las cumbres del arte verbal de su autor, lo que
equivale a decirlo una de las cumbres de la poesía occidental, y podría
resumirse (hasta donde se pueda “resumir” un poema) como la descripción de un
cuarto con una ventana abierta. Cerca de la ventana hay una cómoda y un espejo
decorado con ninfas y unicornios, y en el espejo se refleja la ventana y, más
allá, la noche, o, más específicamente, la parte de la noche en que brilla la
Osa Mayor. Entonces, además del convocado por su maravilla verbal (está basado
en dos variantes de la rima que Mallarmé juzgó la más extrema de la lengua
francesa y se deja leer como un encantamiento antiguo, además de incluir el
insuperable alejandrino aboli bibelot
d’inanité sonore), al misterio del poema es esencial su ambient music de quietud sobrenatural o
naturaleza muerta. Quizá se ha terminado el mundo y brilla, al final, la
constelación; quizá alguien ha muerto o ha culminado un ritual para invocar a
los Grandes Antiguos. Se trata, en última instancia, de un instante fijo en el
tiempo, de una descripción minuciosa extendida a lo largo de los catorce versos
del soneto, que lo dice todo y no dice suficiente, o dice lo que necesitamos
para pensar que se ha dicho todo y no entendimos nada.
No sé,
ni importa, si Mike Wilson tuvo en mente este poema cuando concibió y escribió Ciencias Ocultas, su sexta y más
reciente novela, que coincide con el soneto en x en tratarse, por decirlo así,
de una larga descripción, 117 páginas en el caso de la novela. Hay una
habitación con ventanal, alfombra y biblioteca en la que dos mujeres, un hombre
y un perro contemplan un cadáver, y hay un narrador fantasmal que repasa
minuciosamente todo lo que rodea a
estos protagonistas. Dicho así podrá producir el retroceso espantado de más de
un lector, pero lo cierto es que Ciencias
Ocultas es también un thriller, o
una forma muy peculiar de thriller, que
lleva al lector a través de una ansiedad y una tensión capaces de descargarse
en cualquier momento bajo la forma de una tormenta eléctrica o, mejor, un nuevo
Big Bang, por mencionar dos imágenes –o dos catástrofes– convocadas en más de
una ocasión por el texto, que abunda en naufragios, calamidades y acontecimientos
extraordinarios, acaso como contrapeso de la casi inmovilidad de la imagen fundamental,
de la que aquí y allá, a medida que avanzamos en la novela, vamos obteniendo un
nuevo pliegue, un nuevo movimiento que quizá no conduzca a ninguna parte pero,
misteriosamente, lo contiene todo: lo que hay dentro de la habitación y todo un
mundo cuya historia, en última instancia, es lo que Ciencias Ocultas, con una magia análoga a la del poema de Mallarmé,
logra convocar.
Si bien
no se trata de una pauta verbal en modo alguno incomprensible o ilegible, ya
que la lógica de la descripción minuciosa es evidente desde las primeras
páginas, la ilusión que crea la novela de Wilson es colocar al lector en la
frontera tensísima entre entenderlo todo y no entenderlo nada (o no entender el
por qué y el para qué, el borde télico del concepto del libro), sensación que
no puede resolverse en otra cosa que avance y, por eso, la novela se lee para
saber qué está pasando; y si se dijo alguna vez que las
novelas se leen para saber qué va a pasar y las nouvelles para saber qué pasó,
o al revés (según quién proponga la fórmula), de alguna manera Mike Wilson
se instala en un género posible (no me animo a decir nuevo, pero sí novedoso)
en el que leemos preguntándonos qué está
pasando y por qué se nos está
contando esto. Eso que pasa, entonces, es el hilo doble que conecta todo lo
que se nos cuenta y describe: la manera en que cada cosa en la habitación (que
es, como en el momento basal del relato policial, la de un misterio de cuarto
cerrado) nos lleva tanto a una apertura expansiva hacia el afuera (con sus
referencias a los sentineleses aislados, a los shakers del siglo XVIII y a los tapices medievales rastreados al
menos hasta 1680, en la residencia parisina de la familia de la Rochefoucauld,
por nombrar solo tres) como a la conexión misteriosa del adentro, el enigma
final de quién mató, de quién es el muerto, de quienes lo contemplan y, en
última instancia, quién narra. De lo que podemos saber y lo que queda más allá:
de las ciencias que invocamos para saberlo.
Parece
inevitable buscar el amparo de ciertas analogías para anclar el vértigo que
produce un texto de la intensidad de Ciencias
Ocultas, y así es posible, por ejemplo, pensar que la novela de Wilson,
como aquel cuento de Borges ambientado en el interior profundo de la República
Oriental, es una metáfora del insomnio, de la minuciosidad que da el insomnio a
la percepción de los ambientes. En última instancia, este insomnio no es
arbitrario en modo alguno, ya que lo retoma una de las líneas argumentales más
claras (y más desoladoras) del libro, y remite, a su vez, a la manera en que,
como lectores, hemos de abordarlo. Como las variaciones compuestas por Bach
para el conde Hermann Carl von Keyserlingk, la novela de Wilson es música para
insomnes: ya Joyce había dicho de su Finnegans
Wake, una obra acaso sí de alguna manera ilegible, que había sido compuesto
para un “lector ideal que sufre de un insomnio ideal”.
Algún
lector habrá recordado también La vida,
instrucciones de uso, que prolifera como la larga (larguísima) descripción
de un edificio de apartamentos; lo más interesante de Ciencias Ocultas en este sentido no es su manera minuciosa (como
las miniaturas de los manuscritos medievales a los que remite cuando refiere al
mencionado tapiz de La caza del unicornio)
o su producción a escala de lo que hizo Perec en más de 600 páginas, sino la
modulación hacia el weird propuesta
por uno de los términos a los que tienden tantas descripciones y relatos
derivados de éstas: historias de dioses antiguos que esperan en las
profundidades del mar, durmiendo y no-muertos, alargando sus tentáculos para
enroscarlos alrededor de los mástiles de tantos barcos entre incautos y
fascinados por el llamado ineludible (y no sigo porque está claro a dónde voy).
Este costado enciclopédico del weird (casi
total, diría, dado el espectro enorme
de referencias y conexiones temáticas que hace la novela) es quizá la propuesta
conceptual más importante del libro, que le da un lugar singular y
destacadísimo en el panorama de la literatura latinoamericana contemporánea.
Precisamente,
es una serie de modulaciones específicas del weird (es decir de lo inquietante sin ser del todo de horror, de la
especulación con la maravilla que no es del todo ciencia ficción, del relato
alucinante o mágico que no es del todo fantasía) lo que late en el corazón de
la narrativa latinoamericana más reciente, y lo viene siendo, además, desde
hace ya cierto tiempo, aunque sólo en el último par de años esto ha terminado
de salir a la luz. Y lo ha hecho con la obra de Mike Wilson, pero también con
la del colombiano Luis Carlos Barragán, la ecuatoriana Solange Rodríguez Pappe,
el uruguayo Pablo Dobrinin, los chilenos Jorge Baradit y Álvaro Bisama y la
boliviana Liliana Colanzi, por nombrar solo a un puñado.
Publicada en La Diaria el 16 de agosto de 2019
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