Carlos María Domínguez, Bicicletas negras

Extraña y gris


En su ensayo “Lecturas herme(neu)ticas del códice Los papeles salvajes” (contenido en Escrituras visionarias), Luis Bravo, a propósito de la poética de Marosa DiGiorgio, elabora sobre la distinción de Roger Caillois entre lo féerico y lo fantástico como subespecies de lo maravilloso, para proponer como zona híbrida (y característica de la poeta) lo maravilloso negro, donde se conjugan “lo horrible, lo exótico, lo erótico, lo sobrenatural (…), lo pagano, lo salvaje (…) (y) lo monstruoso”. La novela Bicicletas negras, de Carlos María Dominguez, publicada originalmente en 1990 y reeditada ahora por Irrupciones Grupo Editor, podría habilitarnos la idea de lo “fantástico gris”. Esta categoría funcionaría como un desarrollo de la estela de Kafka y, en la novela de Domínguez, la estrategia es proponer un clima opresivo, deprimente y de derrota (la Buenos Aires de fines de la década de 1970) en el que lo extraño (no lo maravilloso) irrumpe rompiendo lo real e instalando nuevas pautas de control. Está clara la lectura política posible (la dictadura, el quiebre de los ideales revolucionarios de los años 60, etc), pero también que es el juego elegido con lo fantástico o lo extraño lo que distingue a esta novela del típico o arquetípico (y agotado) texto de denuncia de aquellas calamidades.
Es cierto que la imaginación de Domínguez aquí es discreta y jamás desborda; ese movimiento de este lado del límite aporta también a las connotaciones de lo “gris”, pero sugiere una dosificación, la intencionalidad de un “buen hacer” novelístico que aparece (casi siempre subrayado, puesto en evidencia) en otros trabajos del autor, especialmente en La casa de papel, editado hace unos cuantos años por Banda Oriental. El lenguaje sobrio (una vez más: ¿gris?) y el clima cuasionettiano de derrota urbana contrasta suavemente con la irrupción de una realidad diferente que puede ser percibida como una vuelta más de lo absurdo: no se trata de que aquí opere el mecanismo típico de lo fantástico, que juega a abolir las pautas de lo real, sino que una realidad, un “estado de cosas” es repentinamente cancelado y sustituido por otro que, en su falta de conexiones visibles con lo que lo precede, genera un efecto análogo al de lo fantástico o lo sorprendente: Pero esa otra realidad no es presentada como maravillosa o mágica sino como un grado más de derrota para los personajes.
La novela comienza con una pareja apaleada anímica y económicamente que lleva a su hijo al hospital. Poco antes de llegar los intercepta un comando equipado con metralletas y bicicletas negras, que sugieren la existencia de un complejo sistema de control o presión sobre los habitantes de la ciudad. La revelación de ese sistema, que puede ser sentido como irreal en la lectura, no sorprende, como en las ficciones de Kafka, a los protagonistas, o los sorprende notoriamente menos que al lector. Más adelante, el padre del niño enfermo encuentra un área secreta del hospital, habitada por personajes pintorescos y a la vez un poco ominosos: Esa apertura de un espacio impensado en el paisaje consabido o cotidiano de la ciudad es también Kafkiana, y sigue propulsando el mecanismo extrañador de la novela, que avanza en dirección a una solución imposible. En ese sentido, Bicicletas negras está especialmente bien lograda: en un juego sin reglas, o con reglas que pueden cancelarse a cada momento y mutar, nadie podrá salir ganador, y, en ese sentido, la peripecia del personaje principal es una especie de salto a la nada o viaje sin destino visible.
Unas palabras más sobre la escritura: señalé el lenguaje sobrio o gris de esta novela de Domínguez; por eso llama la atención, en este contexto (y me parece interesante leerlo como un eco del resquebrajamiento de lo real en la trama), el uso de palabras extrañas al contexto lingüístico propuesto, como por ejemplo “gibosa”, “cejo” y “chiquillos”, que interrumpen por un instante la uniformidad del lenguaje propuesto y esconden abrojos o pequeñas trampas por debajo de un texto en apariencia libre de fisuras, llevado con un pulso narrador bien controlado y con un estilo que no pretende llamar la atención sobre sí mismo. Creo que, dos décadas después de su primera edición, por ahí (por estos artificios) van también los puntos de interés que pueda tener esta novela en el contexto de la narrativa local, que ya agotó hasta el cansancio las posibilidades de lo gris… o de lo gris no fantástico, al menos.

Publicada originalmente en La Diaria, miércoles 13 de julio 2011

Comentarios

Entradas populares de este blog

César Aira, El marmol

Los fantasmas de mi vida, Mark Fisher

Finnegans Wake, James Joyce (traducción de Marcelo Zabaloy)