Pablo Dobrinin, Colores Peligrosos


Fantasía peligrosa


En su prólogo a Colores peligrosos, el compilado de cuentos de Pablo Dobrinin (1970), Elvio Gandolfo reflexiona sobre las circunstancias del medio editorial local que ocasionaron que el primer libro de este autor se hiciese esperar tanto tiempo. “Estas líneas tendrían que ser, a esta altura, el prólogo al tercer o cuarto libro de Pablo Dobrin”, escribe, y es fácil estar de acuerdo con sus palabras. Porque Dobrinin comenzó a publicar en 1995, en la revista Diaspar, y a lo largo de la década y media que media desde que aquella revista (proyecto personal de Roberto Bayeto y Zalozábal originalmente, y luego de Bayeto y Claudio Pastrana) trató de convertirse en el momento fundacional del género en Uruguay, Dobrinin publicaría sus ficciones en revistas y antologías argentinas, españolas, francesas e italianas, en las que su nombre comenzó a resonar como uno de los practicantes más destacados de la ciencia ficción, la fantasía y la literatura fantástica en el Río de la Plata. El que en un contexto local su nombre fuese prácticamente desconocido (de hecho Dobrinin alcanzó un nivel más alto de visibilidad a principios de los dosmiles gracias a su participación en el comic pulp Balazo) podría, de todas formas, no sorprender. Y no sólo por las razones sugeridas por Gandolfo en su prólogo, sino, además, por la conocida actitud refractaria a la CF (especialmente a la CF que rehúye los modelos clásicos) y la fantasía de muchas editoriales locales, que todavía parecen incapaces de leer el género sin apoyarse en aparatos anquilosados de validaje como la apelación a lo alegórico –y en este sentido es memorable, por lo miope, el juicio del jurado en ocasión a la entrega del Premio Narradores de la Banda Oriental 2006, que obtuviera Pedro Peña con su compilado de cuentos Eldor. Es curioso, entonces (o no lo es para nada) que Dobrinin tuviese que publicar su libro en Reina Negra, una editorial de La Plata, Argentina, que trabaja con tiradas reducidas y mantiene una línea combativa e independiente, como si quedara claro que sin un discurso militante en pro de cierta manera de entender la literatura (y especialmente la literatura contemporánea) no pudiese ser viable la publicación de un libro con las características del de Dobrinin.
En Colores peligrosos hay ciencia ficción, hay fantasía y hay literatura fantástica, –entendiendo a la primera como la literatura de lo especulativo-posible, a la segunda como la literatura de los mundos ajenos al nuestro y a la tercera como la de las irrupciones de lo imposible o ajeno en el ámbito cotidiano–, pero a ciencia ficción de Dobrinin no se parece, por ejemplo, a la de Asimov, la de Philip K. Dick o la de William Gibson, su fantasía tiene poco que ver con Tolkien, LeGuin o Neil Gaiman y su literatura fantástica no sigue las pautas locales, sean felisbertianas o levrerianas –y en ese sentido quizá podría pensarse que se acerca más a la obra de Tarik Carson. Las fuentes de Dobrinin por momentos parecen configurarse alrededor del surrealismo o de cierto surrealismo, más los híbridos de ciencia ficción y fantasía practicados por autores como Gene Wolfe, Roger Zelazny o Lucius Shepard; una región importante de su escritura, además, se vincula íntimamente al cine de ciencia ficción de los años 70 y 80, al cómic, a la narrativa pulp y al gótico-bizarro, muchas veces filtrado por una cierta vocación autoficcional o memorialista, como en el cuento “El Regreso del Capitán Rayo”, por ejemplo, que se instala en un área intermedia entre la ficción pulp propiamente dicha y una lectura de esa tradición narrativa.

Imaginación, a secas
Quizá el mejor trabajo de este libro sea “El regreso de los pájaros”, uno de los ejemplos más claros del tratamiento particular que da Dobrinin a lo fantástico entendido como la contaminación de lo real por lo ajeno o incluso maravilloso. Este texto explora un clima gris y asfixiante, al borde del resquebrajamiento gracias a la exploración del mundo perdido de la infancia y a la irrupción en el mundo del protagonista de un extraño artista-perdedor que esconde un secreto deslumbrante o ridículo. El arte parecería obrar como mediador hacia cierta huída o apertura a lo maravilloso, idea que se reitera en “Los árboles de Isaac Levitan”, de construcción más tenue o estilizada.
Esa apelación al mundo de la infancia que mencionaba aparece con toda su potencia en el cuento “Las lombrices”, donde cierto erotismo kinky o bizarro latente en casi toda la ficción de Dobrinin se vuelve más visible. Una lectura de este cuento podría señalar que su tema es el mundo ficcional que se construye un niño jugando con tierra, lombrices y soldaditos, pero tanto ese mundo como el “real” (representado ante todo por la abuela del chico) conducen a la irrupción (quizá aquí opera otro de los principios de lo fantástico, el choque entre mundos, entre pautas de lo real) de un universo más adulto y no menos inquietante.
Dentro del área más plenamente incorporable a la fantasía quizá el trabajo más brillante del libro sea “Blue”. Ambientado en un mundo alternativo en el que el mundo está regido por una diosa viviente de miles de kilos de peso (y donde, por tanto, el ideal de belleza femenino es la obesidad), abarca varias vidas de un personaje llamado a comulgar con esa diosa en reiteradas ocasiones. Quizá lo más interesante del relato sea la manera de presentar los detalles de este mundo, con una gran economía de medios, y la facilidad con la que convence al lector de aceptar el paso de los siglos y las vidas diversas del protagonista.
El área más “inquietante” u ominosa, además de emerger en “Lombrices”, incluye al cuento “Luces del sur”, construido con una estructura similar a “El regreso de los pájaros”, es decir con una destrucción de lo real colocada a modo de explosión final o coronación al clima del relato. Los otros textos (con la excepción de “La película de Artaud”, quizá el relato más flojo del libro) pertenecen al área más asimilable a la fusión entre fantasía y ciencia ficción practicada por el mencionado Roger Zelazny. Un buen ejemplo de esa hibridación es “Los festejos del fin del mundo”, que combina una extraña tecnología destructora de mundos con faunos y mariposas que nacen de las entrañas de las mujeres. Por último, “Colores peligrosos”, la nouvelle que da título al libro, admite un buen número de lecturas, desde una extraña ucronía o mundo paralelo en el que el arte es la mejor de las armas en la revolución hasta un ajuste de cuentas con el mundo de las vanguardias y el arte contemporáneo.
Colores peligrosos se instala, entonces, en la difusa historia de la ciencia ficción y la fantasía uruguayas y se convierte en el libro más relevante que han producido hasta ahora en nuestro país esos géneros y la fusión entre ambos o los territorios intermedios que Dobrinin diseña con precisión. Pero dicho esto, es cierto también que Colores… no es un libro de ciencia ficción ni un libro de fantasía, sino de la mejor literatura especulativa o de imaginación, a secas. Y en ese sentido, será interesante a la hora de escribir una historia de esos géneros por estas partes del mundo (y Dobrinin acometió esa tarea hace unos cuantos años; el resultado puede leerse en la revista online Axxón) hacer notar como los escritores que surgieron en la década de los noventa o un poco antes (Dobrinin y Roberto Bayeto serían sin duda los dos más importantes) migraron hacia un enfoque personal, híbrido y en cierto sentido fuera de género. Colores peligrosos –armado seleccionando de un gran corpus de relatos publicados en revistas y antologías, lo cual lo convierte en el equivalente a un Greatest Hits– puede leerse como un testimonio de ese camino.

Publicada originalmente en La Diaria, miércoles 29 de junio, 2011

Comentarios

  1. Me gusta el cambio de aspecto que le has dado a este blog... Antes me gustaba, también, pero ahora resulta más cómodo a la vista.

    Interesante todo.

    Saludos,

    Sara

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  2. Gracias Sara, me alegra que te guste el nuevo look.

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