Entintalo, varios autores



Tangos, Onetti, fracasos, memoria…
 
El volumen Entintalo reúne los diez trabajos premiados en la convocatoria de narrativa joven lanzada este año por el Centro Cultural de España; de los escritores y escritoras distinguidos, cinco (Agustín Acevedo Kanopa, Martín Bentancor, Horacio Cavallo, Rosario Lázaro y Marcelo Silveira) han figurado ya en muestras, publicaciones de concursos literarios y colectivos de narrativa –Cavallo, de hecho, aportó trabajos a virtualmente todas las muestras publicadas desde 2008 hasta la fecha (con la evidente excepción de 22 mujeres), es decir a El descontento y la promesa (Trilce, 2008), Esto no es una antología (MRREE-UTU, 2008), De acá! (Rebeca Linke, 2008) y Sobrenatural (Estuario, 2012), además de al número especial (#6) dedicado a nueva narrativa uruguaya de la revista argentina online Otro Cielo (2010)–, mientras que los demás, entre los que se cuenta además de a José Luis “Hoski” Gadea, un poeta especialmente inquieto en el under y autor de un poemario y un relato (Poemas de amor, 2010, y Hacia Ítaca, 2011), a María Noel Gazzano, Sebastián Míguez Conde (de quien se nos dice que “publicó su primer cuento a los once años”, aunque no se aportan referencias precisas), la jovencísima (17 años) Mariana Lluch y Gastón Fernández Arricar, ocupan el lugar que el acta de jurado (compuesto por Andrea Blanqué, Carlos Couto y José Gabriel Lagos) llama de los “debutantes”.
Los cuentos van presentados según el orden alfabético de sus autores, por lo que el libro comienza con una suerte de ABC de la nueva narrativa nacional, Acevedo, Bentancor y Cavallo, con tres propuestas sólidas e interesantes, indudablemente una inauguración más que auspiciosa para el libro.
Quizá el mejor cuento de este trio sea “El pequeño bardo”, de Bentancor, que construye minuciosamente un clima opresivo en torno a los recuerdos y las relaciones entre un grupo de compañeros de liceo de Canelones, tres de ellos apostados en una estación de tren en espera de la visita del “bardo” del título, el único que, aparentemente, alcanzó ciertos sueños de juventud. En cualquier caso, tanto “Cucharas”, de Agustín Acevedo Kanopa, como “El olor de la madre”, de Horacio Cavallo, ofrecen trabajos a todas luces bien logrados. Cavallo construye una muy convincente voz femenina en un cuento que toca el tema de los desaparecidos y la identidad, mientras que Acevedo Kanopa ofrece un relato por momentos inquietante sobre el intento de recuperar destellos del pasado, de un amor ya perdido.
La cosa decae un poco con los dos cuentos que siguen. Así, “El destino a la vuelta de la esquina”, de Gastón Fernández Arricar, parece hundirse por el peso de sus frases en general ampulosas que no logran proyectar (acaso sí en la última página, de todas formas) un asunto interesante en sí mismo y que terminan configurando apenas un clima reiterativo de lugar común onettiano (“Se complacía en aquella tertulia con su soledad, donde cabía el cinismo y sus vergüenzas. Otros cerraban los ojos cuando querían pensar. Él los mantenía tan abiertos como lo era posible”; “¿Cuánto más le quedaba por recordar? Quizás lo suficiente para morirse de pena y nostalgia. Sobrevivir no era más que un acto mecánico que no podía evitar”).
“Del otro lado del espejo”, de María Noel Gazzano, por su parte, da la sensación de estar apostando más de lo que tiene en sus bolsillos y desilusiona en las últimas páginas, además de trabajar en base a recursos quizá demasiado visibles (como un anagrama con el nombre del protagonista) y a un tono que por momentos parece demasiado ligero para el tema abordado, sin que ese contraste parezca deliberado o aprovechado. Llama un poco la atención, demás, que tanto Fernández Arricar como Gazzano fallan en los diálogos, que suenan acartonados y artificiales, en particular los propuestos por el primero.
El cuento de Hoski, “Valpo”, una suerte de crónica o autoficción sobre un viaje a Chile, levanta el nivel del libro y aporta una buena dosis de humor y lo que se siente por momentos como la performance febril pero también brillante de un enterteiner, un showman que saca conejos de galeras y reserva siempre una nueva sorpresa para la página siguiente. Se trata, quizá, del relato más llamativo de la muestra, en las antípodas (pero igualmente efectivo) del tono austero y “maduro” de Bentancor y Cavallo.
Sigue “Chamizo”, de Rosario Lázaro, quizá el mejor cuento del libro. A diferencia del relato de Fernández Arricar, aquí la construcción de un clima sórdido y miserable (que por momentos recuerda algunos pasajes de Carlota Podrida y Las Arañas de Marte, de Gustavo Espinosa) es brillante y oportuna. La trama sigue a una prostituta joven pero decadente y sus visitas a un cliente asiduo en su rancho perdido en medio de la nada; el final, a bordo del ómnibus que conduce a la protagonista a la ciudad, es, sencillamente, una maravilla.
En el cuento de Mariana Llusch (“Dicen que estoy loco”) se adivina un talento incipiente y un buen potencial; está claro, a la vez, que su realización no está para nada a la altura de lo mejor de Entintalo, a la vez que sería muy difícil no tener en cuenta la edad de la escritora y el hecho de que, por momentos, la narración funciona bastante bien y logra interesar al lector, pese al desilusionante desenlace.
“Las mujeres del diablo”, el aporte de Sebastián Miguez Conde, está lleno de cursilerías y apelaciones al sentimentalismo más barato, además de chapucerías como “Siempre disfruté mucho del mes de marzo. Es el momento preciso en el cual el candor irrespirable deja de a poco espacio para la tibieza del aire de esa estación indefinida entre el verano y el otoño, cuando el color absoluto empieza a degradarse en el dorado que va a ocupar los siguientes tres meses”, evidente ejemplo de palabrería inútil; a la vez, curiosamente, funciona. O partes de él, o en potencia; el libro aclara en una de sus primeras páginas que “Las obras se publican tal cual fueron enviadas por los concursantes, sin que el CCE efectúe corrección alguna. Los textos son de total responsabilidad de sus autores”, y es una pena que “Las mujeres del diablo” no haya pasado por un editor o uno o dos lectores más o menos despiertos que le señalasen al autor qué pasajes eliminar, qué efervescencias de estilo eliminar para siempre y que ideas desarrollar (la de las “mujeres del diablo”, por ejemplo); es decir que hay ciertas intuiciones, ciertos buenos momentos ocultos u opacados por la prosa ramplona y la torpeza a la hora de narrar: en esta historia de un niño y su maestra abusadora, evidentemente, hay un cuento esperando a ser trabajado, cosa que, lamentablemente, Míguez Conde no logró hacer para esta ocasión.
Quizá lo opuesto sucede con “Úteros y ríos”, de Marcelo Silveira, un trabajo sólido a nivel verbal que parece diluirse finalmente en una serie de escenas, climas y clichés tangueros. En cualquier caso, además de algunas escenas que parecen remitir a cierto Cortázar (la de los personajes tratando de comunicarse con una piola tensa y dos latas, por ejemplo), es especialmente interesante la construcción por parte de Silveira de una pareja a caballo entre las dos orillas del Río de la Plata; leyendo ese elemento de su cuento en relación al trabajo de Cavallo –y mirando Bumerang, de Gandolfo, como referencia lejana– podría empezar a pensarse en la nueva representación del diálogo Montevideo-Buenos Aires en la narrativa local más reciente.
En balance, Entintalo es, como parece norma general muestras de narrativa y volúmenes derivados de concursos, un libro desigual; parte de su interés –a la vez– está en esa heterogeneidad. Quizá sea un poco apresurado pensar que –como dice el jurado– a partir de estos diez cuentos (de los cuales cuatro o cinco confirman autores cuyo buen hacer es cosa sabida, uno presenta a un poeta que tiene, parecería, mucho para decir como narrador y los otros cuatro quedan como propuestas incompletas y más o menos fallidas o más o menos prometedoras), en tanto “muestra (…) parcial (…) del estado del arte”, pueda sacarse alguna conclusión sobre el presunto “buen momento” de la narrativa joven uruguaya. Por otra parte, leyendo este libro junto a las tres muestras de 2008 y las que han aparecido en el último año, la cosa cambia: los registros de Cavallo y Acevedo Kanopa se ven ampliados de un modo muy interesante, se confirma el buen pulso como narrador de Bentancor y se convierte Rosario Lázaro en la más grata sorpresa del libro.

Publicada en La Diaria el 11 de diciembre de 2012

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