Lionel Asbo El estado de Inglaterra, Martin Amis
Perros y diamantes
Hace unos meses, en su reseña para la
revista Interruptor de Lionel Asbo el estado de Inglaterra, de Martin Amis, Amir Hamed llamó la
atención sobre la referencia, en el libro en cuestión, a la comercialización de
madera proveniente de las “selvas del Uruguay”.
El dislate –en tanto Amis vivió en Uruguay
no pocos años– cabría ser leído en clave irónica o juguetona o, como señala
Hamed, se puede pensar que responde a “una acrobática contorsión del discurso,
por el cual la responsabilidad del habla haya sido transferida, en un muy
disimulado discurso indirecto, del narrador en tercera persona al protagonista,
un marginal llamado a la celebridad”.
La hipótesis rinde, o rendiría, pero en
rigor las “selvas uruguayas” remiten también a otra posible ironía o ignorancia,
que acaso cancela la de Amis, en tanto en inglés el fragmento en cuestión habla
de “half a dozen forests’ worth of Uruguayan timber”, que podría traducirse un
poco descuidadamente como “madera uruguaya por el valor de media docena de
bosques” o “doce bosques de madera uruguaya”.
La ignorancia, o chapucería descuidada
–ahora la del traductor y no la complicada o fingida de Amis– va por partida
doble: además del error climático o geográfico, el equivalente anglo del
termino castellano “selva” es más bien “rainforest” (que a veces se hace
equivaler también a “selva tropical”), y no “forest”, que usualmente es
traducido como “bosque”. A Hamed, que comienza su reseña hablando de un
encuentro que sostuvo años atrás con Amis en Punta del Este, podría interesarle
sin lugar a dudas también la discusión sobre las políticas de traducción que
manejan ciertas multinacionales –en este caso la catalana Anagrama–. Acaso para
ciertos lectores no importa, no añade sentido, que se hable de “selvas
uruguayas” incluso cuando el texto en su lengua original (y que no se entienda
acá una defensa purista del “texto original” contra la “traicionera traducción”)
no comete ese error. Pero cabe pensar que en el no selvático Uruguay también se
distribuyen los libros de la editorial en cuestión y que a los lectores que saben que por acá no
tenemos selvas no tiene por qué pasárseles por alto el asunto y, acaso, además
de generar hipótesis de lectura, se les podría ocurrir que faltó un nivel de
exigencia un poco más fuerte para el traductor y que, en ese sentido, a nivel
editorial, la versión castellana de Lionel
Asbo es una propuesta torpe y descuidada.
En cualquier caso, tanto la hipótesis sobre
el discurso indirecto libre que propone Hamed como las posibles conclusiones
sobre la política editorial de Anagrama que podamos imaginar son, en sí mismas,
interesantes. De la mala lectura (y mala escritura) del traductor, para jugar
con ideas de Ricardo Piglia, surge un pequeño mundo de sentido.
Grotesco
británico
Lo de Hamed, en cualquier caso, iba en
dirección de incrementar el detalle del entramado lingüístico con el que Amis trabajó
al personaje central de su libro. La novela, sí, trata mayoritariamente de las
aventuras y desventuras del Lionel del título (lo de ASBO tiene que ver con una
clasificación de delincuentes, término que el personaje adopta como apellido),
una suerte de lumpen casi-psicópata propenso a actos terribles de violencia y
dedicado a varios tipos de fechorías de poca monta.
Lionel es un ignorante, como es fácil (y
cliché) presuponer, y su uso del inglés es terrible, casi ininteligible (son
enternecedores los esfuerzos del pobre traductor para, selvas uruguayas aparte,
hacer algo de sentido con los juegos fonéticos del habla del personaje). Lo que
percibimos de Lionel muchas veces viene filtrado por cierto foco narrativo
puesto en su sobrino Desmond, algo así como su opuesto, un chico bastante más
joven (Lionel anda por los veintipico y Desmond arranca en la novela con quince
años y medio), amante de la literatura y del uso correcto del inglés hasta el
punto que su libro favorito, nos enteramos por ahí, es el Concise Oxford Dictionary. El aparente abismo entre estos dos
personajes y la vocación de incorporar detalles grotescos o hiperbólicos (como
los relativos a los precoces delitos de Lionel y sus fechorías en la infancia),
eso sí, dinamita cualquier pretensión realista de la novela; quien busque en
sus páginas, entonces, un análisis “serio” del “estado de Inglaterra” al que
alude el título, no va a tener mucha suerte. Sí la va a pasar bien, claro, a
divertirse con una novela limpiamente cincelada y rebosante de humor, pero a no
confundirse: lo que dice Amis de su país tiene más que ver con el horror de un
intelectual ante los reality shows y
la TV basura (o ante las atrocidades que hace un iletrado con la lengua de
Shakespeare y Milton) que con una verdadera lucidez a la J.G.Ballard, por poner
un ejemplo de algún modo vinculado al universo biográfico de Martin Amis.
Claro está que en rigor nada indica que
Amis se haya propuesto hablar en serio
del estado de Inglaterra. Lo que sí hizo fue escribir ficción, escribir una
novela, y la que nos propone comienza con un adolescente –Desmond– que coge
todas las noches con su propia abuela (una mujer que aún no ha cumplido los
cuarenta años) y termina con los primeros meses de vida de un bebé. En el medio
hay perros asesinos, humanos asesinos, mediáticas que escriben poesía de
pacotilla, tabloides, temporadas en la cárcel y escenas que fácilmente hacen
desear que Guy Ritchie consiga los derechos de esta novela y la lleve al cine.
También está el momento en que Lionel Asbo gana la lotería y su vida se va al
demonio, y es especialmente maravillosa la escena en que lo vemos tratando de
comer langosta en un restaurante carísimo, pero, a la vez, la novela terminada
deja un poco de gusto a poco, sobre todo para quienes esperaban un libro más al
nivel de La información u otras de
las novelas más interesantes de Martin Amis.
Es un libro divertido, sí, pero también es
cierto que el humor es, en el fondo, un poco básico y que su andamiaje de
observación social está un poco cerca del cliché (en última instancia podemos
postular acá otra capa de ironía: el estado de la reflexión sobre el estado de
Inglaterra). Es un libro disfrutable, claro que sí, pero más allá de un
personaje detestable (Desmond, por su parte, nunca termina de cuajar del todo,
y si leemos a la novela desde la perspectiva del tipo de ficciones que apuestan
firmemente a la construcción de personajes, casi podría pensarse que a Amis no
le salió del todo bien) y de una serie de afirmaciones sobre algo que ya
sabemos (la sociedad y los medios, la ostentación del dinero, la fama fugaz)
porque podemos verlo en la TV todos los días o porque nos lo vienen repitiendo
desde todas partes, no hay mucho más. O, en todo caso, lo que hay es una novela
entretenida, llevadera, y escrita al nivel que cabe esperar de un profesional
como Amis.
La traducción parece reconocer su derrota
desde la primera nota a pie de página destinada a aclarar un juego de palabras
“intraducible” o, mejor, parece abrir el paraguas desde el texto preliminar, en
el que el traductor habla de sí mismo en tercera persona y señala qué cosas ha
obviado y en qué cosas se ha esforzado un poco más. Lamentablemente sus
esfuerzos, en este caso, seguramente van en detrimento del disfrute del libro.
Estoy seguro de que hay traducciones que mejoran al original (o que al menos no
lo afean): esta, eso está claro, no es una de ellas.
Publicada en La Diaria el 21 de agosto de 2014
En realidad, half a dozen es media docena, no una.
ResponderEliminarjeje, tenés razón, qué despiste! gracias por señalármelo, ya lo corrijo
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