Cómete a ti mismo, Nicolás Méndez

Quizá el mayor logro estético de Cómete a ti mismo, la reciente novela de Nicolás Méndez (Buenos Aires, 1972) ganadora del Premio Equis de novela 2014, está en la primera mitad del libro. Allí seguimos algo así como la educación sentimental del narrador y protagonista, entre el heavy metal ochentero de su hermano mayor y el catolicismo impuesto desde el colegio y la familia, entre el mindset de clase media alta y sus propias exploraciones sexuales. Y hay momentos realmente fascinantes; la voz construye un extrañamiento por momentos perturbador, muchas veces hilarante y escatológico, siempre efectivo, y va alineando el relato hacia una suerte de conciencia de clase exacerbada, que termina de alguna manera embalsada en la segunda mitad del libro, donde nos encontramos con algo así como un fanatismo o extremismo en las opiniones del protagonista, con todos los lugares comunes de una generación acunada por cierta literatura y filosofía que se leyó como extrema o maldita (Artaud, Rimbaud, los surrealistas, Nietzsche, el anarquismo) y por el rechazo a veces visceral y a veces impostado a la burguesía en la que se formó.
 
A la vez, el ansia de "originalidad", de "no parecerse a nadie" atraviesa la novela, primero desde los consejos de uno de los hermanos (le señala que hay que destacar, que no hay que seguir lo que hace todo el mundo, para así "tener personalidad") hasta algo así como el referente permanente del destino del otro, del mayor, que logró escapar del mundo familiar y emigró a Estados Unidos. En ese país, por cierto, las cosas se complican, y pronto el narrador deja de dar cuenta de la vida de su hermano: ha encontrado la maquinaria de su propia personalidad "original" al extremo y sólo le queda asegurarse de su funcionamiento.
 
Es curioso que esa originalidad buscada por el personaje pueda encontrar algo así como un eco en cierta extrañeza del libro. ¿Podemos leerlo como una forma curiosa de autobiografía o testimonio, y por tanto a su narrador y protagonista como un remedo, un alter-ego del autor, con quien comparte coordenadas etarias y probablemente también cierta sensibilidad, además de la dedicación a la música, en particular la batería? Es cierto que el desempeño como músico -así como también su trabajo como periodista- va y viene del foco de atención de la novela; por momentos se dispersa y por momentos cristaliza, pero la novela, curiosamente, no sigue esas lineas, no continua esa manera de armar un bildungsroman. Por el contrario, la sensación que genera es la de una circulación permanente, una suerte de agotamiento, de maquinaria exacerbada, como si se quisiera decir que la vida del protagonista está en algo así como un estancamiento que a su vez no deja de circular, de orbitar a un centro inmutable. Esa suerte de exacerbación del yo o la personalidad en tanto singularidad -que va siendo construida minuciosamente en la primera parte de la noveña- parece agotarse de inmediato: la vida del protagonista, hasta el punto final de la novela, parece desaprovechar todas las posibilidades de ruptura, de apertura y renovación. Si las vidas "reales" son notoriamente amorfas, mutantes y mutables, de caminos ramificados y dispersos, la vida literaria de esta novela es minuciosamente coherente, como un láser. Y la novela no rompe ese molde, el personaje no cambia, digamos, sino que la última página lo encuentra al borde del agotamiento, casi como si se tratara de un abismo que solo podrá sortearse con la muerte.
 
El libro de Nicolás Méndez, entonces, se vuelve inquietante, incómodo. Es fácil terminar por preguntarse ¿qué quiso decir, qué quiso hacer?, y está claro que no puede haber una respuesta satisfactoria; incluso si Méndez lo dijera, al "esclarecerlo" estaría de algún modo continuando la novela, extendiendo su ficción, generando un discurso subsiguiente, casi una secuela. Cómete a ti mismo sólo puede terminar -como lo hace- en el límite mismo del solipsismo o, mejor, en justamente esa autofagia inevitable que terminará por abolir todo lo que existe, como quiso Mallarmé en alguna de sus cartas. Pero si el poeta francés buscó "despersonalizarse" para atrapar la "nada que es la verdad", el narrador y protagonista de Cómete a ti mismo cree que él debe definitivamente ser alguien especial, sobresaliente y nítido, una aglomeración de cualidades siempre en oposición a lo que lo rodea. Entonces, ese protagonista que se dice sensibilizado por todos los males del mundo, la opresión, el capitalismo, el consumismo, el desastre ecológico, parece no reconocer -y por tanto no establecer un nexo empático- más seres vivientes y pensantes que él mismo; incluso su extraña relación romántica se vuelve extraña, tenue en su relato, como si pudiéramos adivinar que las cosas no han sido como se nos contó, que el narrador no es confiable, que quizá distorsiona terrible(¿patológica?)mente su realidad. Así, como el androide "hormiga eléctrica" del cuento de Dick, la realidad -su realidad- terminará disolviéndose. El corte abrupto de la novela quizá nos señala ese final.
La lectura autobiográfica quizá remita a esa suerte de "muerte" de quien se fue en los primeros años de la juventud, dejando paso a alguien más. Como en I'm not there, la maravillosa película de Todd Haynes sobre las muchas vidas de Bob Dylan, Nicolás Méndez acaso deba invocar un nuevo personaje para proseguir su historia; el de su primera novela, de hecho, se pierde en el vacío, en su muerte inevitable.


Comentarios

  1. Habrá que leerla. De entrada me gusta el protagonista antihéroe.

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  2. ¡Hola!
    La verdad es que me parece un libro muy interesante. Lo apunto para darle una oportunidad.
    Gracias por la reseña. Es estupenda.
    ¡Nos leemos! :)

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