Resaca, Nelson Díaz
Máquinas
blandas
Parece fácil ver un cliché en referencias
acumuladas a “almas sensibles en franca extinción”, a “…las hipillas [que]
entran en la categoría progres/ambientalistas/salvemos a las ballenas”, a ser
“un náufrago analógico en un mundo digital” y a “…los culos enfundados en
calzas que salían a hacer footing y que, de paso, demostraban que aún tenían
algo tangible para mostrar, además de la estupidez”; lo llamativo es que Resaca, reciente novela de Nelson Díaz,
se las arregla para ser uno de los libros más interesantes de la narrativa
uruguaya reciente, pese a las citas recién reproducidas.
Una de las razones por las que la novela
interesa –e incluso, en sus mejores momentos, fascina– tiene que ver,
precisamente, con esos lugares comunes de cierta contracultura contestataria,
desencantada, acaso cínica… o, mejor dicho, con el tratamiento de esos lugares
comunes que encontramos en sus páginas. Felipe Polleri, por ejemplo, se refiere
a Nelson Díaz –en su blurb de
contraportada– como “el último dark”, y por ahí aparece una clarísima lectura
posible. Porque los clichés de cierta visión del mundo vinculada o vinculable a
cierta música, a ropa negra, esmalte de uñas negro y delineador de ojos negro,
en rigor, pueden articularse también como una tradición, un lugar desde el que
hablar y una manera de dar cuenta de una serie literaria, musical, artística o
filosófica. Y Nelson Díaz hace precisamente eso. Su personaje (acaso podría
hablarse de un alter ego, acaso de autoficción) se viste de negro, rumia todo
el tiempo su visión sombría de la existencia, apunta y dispara contra lo masivo
y lo pop, contra lo que considera
intrascendente y vano, desprovisto de una suerte de espíritu que notoriamente
no deja de buscar y encontrar, sí, pero también se integra a una muy bien
tramada relación de escrituras e imágenes, de una tradición. Allí están
entonces William S. Burroughs, Antonin Artaud, Boris Vian, Alfred Jarry, Arthur
Rimbaud, Nick Cave, Jean Genet, Patti Smith, Lautréamont, Tom Waits y François
Villon, entre otros, y allí aparecen también Felipe Polleri y Mario Levrero, en
una clara propuesta de lectura, de asimilación de las obras de los mencionados
uruguayos a la línea de los “malditos”.
A la vez, no se trata simplemente de name-dropping; esa línea o tradición
está incorporada hábil y sugestivamente a la ficción. El protagonista-narrador,
entonces, continuando lo narrado en Corporación
medusa –novela publicada por Díaz en
2007, que integra junto a Resaca y la
futura Metástasis el proyecto de
trilogía Terminal Moëbius [sic]– se
enfrenta a la eterna sospecha de que algo manipula o parasita a la humanidad,
en gran medida siguiendo al Burroughs de Expreso
nova y El ticket que explotó, textos
citados y retomados en estos textos de Díaz, particularmente en Corporación medusa, aunque buena parte
del tono de ciertos textos burroughsianos (la primera sección de Nova express, por ejemplo, o también
textos ensayísticos como los reunidos en La
revolución electrónica) emerge también en Resaca. En la lucha contra esa entidad controladora (“La
corporación” y sus agentes, los “Largactiles”, a la que se oponen los “Perros
Terrestres”) a Roger, el protagonista y narrador, se le ofrece una pauta de
progreso basada en enigmas a resolver –o, de hecho, en textos literarios a
interpretar– llamada el “Ludo Biológico”, integrado por siete “Dados Flotantes”
entregados por figuras señeras de la tradición estipulada por Díaz. Así, la novela
avanza siguiendo al protagonista-narrador en sus encuentros con esas siete
figuras, en orden de aparición: Antonin Artaud (p.37, a través básicamente de
la célebre “Carta a los poderes”), Boris Vian (p.64, incorporado bajo la persona de Vernon Sullivan, el
pseudónimo con el que Vian firmó sus novelas policiales), Jean Cocteau (p.71, a
través de una cita de Opio), Henri de
Toulouse-Lautrec (p.78), François Villon (p.84, donde se vinculan los “Perros
Terrestres” a los goliardos y se cita la Ballade
des pendus), Jacques Rigaut (p.94) y, finalmente, Jean Genet (p.101).
Es cierto que esta tradición (a la que cabe
agregar a Charles Bukowski, quien si bien no es nombrado explícitamente sí es
aludido, en particular a través de su libro Música
para cañerías) es notoriamente mainstream y hasta canónica, pero Nelson
Díaz también propone una continuación de esta línea “maldita” en la literatura
de nuestro país, a través de Herrera y Reissig, Roberto de las Carreras,
Humberto Megget, José Parrilla, Julio Inverso y los ya mencionados Polleri y
Levrero. Es posible que ciertas opciones estéticas o incluso ideológicas
aparten a Díaz, por otra parte, de ficciones como Matrix, en la que fácilmente puede leerse una metáfora del control
y un sucedáneo de la “corporación” aludida en Resaca, o de la obra de Philip K. Dick o Robert Anton Wilson, por
proponer escritores que, de maneras diferentes, trabajaron la noción de
conspiración a escala global a la vez que retomaron ciertas tradiciones de
corte gnóstico (especialmente visibles en Artaud, cierto Rimbaud y el recién
mencionado Philip Dick).
Patchwork
Resaca puede vincularse también a una serie de prácticas literarias del
siglo XX (con predecesores más remotos, por supuesto) y del siglo XXI, en
particular la fragmentación y el uso de bloques de texto tomados de géneros y
escrituras completamente diferentes. En la novela de Díaz, entonces, siguiendo
uno de los gestos más visibles de la trilogía Proyecto Nocilla (2006, 2008, 2009), del escritor español Agustín
Fernández Mallo, aparecen citas de entrevistas a figuras de la cultura
pop/rock/dark seleccionadas de acuerdo a su cercanía con la línea principal de
alusiones; encontramos así palabras de Tom Waits, Patti Smith, Tim Burton y
Nick Cave, pero también citas de artículos periodísticos ficticios en plan
bizarro o absurdo, crónica policial, páginas de “textura” diferente conformadas
por poemas o prosas poéticas atribuibles al narrador y presentadas en una
tipografía distinta a la del resto de la novela, así como también fotografías y
dibujos asimilados a la ficción, un gesto consagrado, cabe recordar en virtud
de la filiación surrealista de la novela de Díaz, por el André Breton de Nadja (1928).
Esta manera de conformación del texto, de
hecho, está prefigurada dentro de la ficción, en tanto el narrador le cuenta
(p.29) a su editor (“Maca”, versión ficcionalizada de Gustavo “Maca”
Wojciechowksi, editor “real” de Resaca)
que está continuando “la saga” y que el texto “viene de primera persona. La
idea es una especie de patchwork, de los que tanto te gustan. Pienso incluir
poemas, monólogos y cartas que intercambié con algunos amigos”.
Este procedimiento de autorreferencia y
juegos de corte realidad/ficción se suma al tratamiento de la tradición artística
y literaria ya mencionada para conformar una propuesta compleja e interesante,
en la que también abundan diferentes niveles de alusión (por ejemplo a
Burroughs se lo nombra explícitamente en varias ocasiones, pero también se
incorpora un personaje maligno llamado “Bengoa”, que remite al siniestro doctor
“Benway” de El almuerzo desnudo y
otras ficciones , entre ellas la película dirigida por Cronemberg) y no pocas
apelaciones al humor.
Volviendo entonces a lo del principio: es
fácil para cualquier lector fruncir el ceño ante ciertos clichés de Resaca; sin embargo, nadie o casi nadie
escribe como Nelson Díaz en ese conjunto de variaciones grises que podemos
llamar “literatura uruguaya”, con sus charlatanes y mediocres. Así, donde otros
contemporáneos suyos se esfuerzan por ser incorporados al palacio (?) de las
bellas letras, Díaz simplemente arma su verdad, su mentira y su ficción
atendiendo a sus pasiones, sus ideas, sus obsesiones, sus vísceras. Y eso, ese
gesto en última instancia de valentía e independencia, hace que Resaca valga la pena y se convierta en
uno de los libros más sugestivos publicados por acá en los últimos años.
Publicada en La Diaria el 23 de abril de 2015
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