Los animales de Montevideo, Felipe Polleri
Una menos
Una de las particularidades de la obra
narrativa de Felipe Polleri es su carácter iterativo o recursivo. Cada libro
puede pensarse no sólo como una variación más sobre ciertos temas sino, además,
como una manera de recomenzar la obra, como si quedara habilitada una lectura
posible en la que todas las novelas precedentes pudieran ser descartadas y la
más reciente se ofreciera como una suerte de “versión definitiva” del conjunto.
Esto, a veces, resulta especialmente satisfactorio: es el caso de ¡Alemania, Alemania!, que por momentos
parece la versión en HD de la película que antes habíamos visto en mera calidad
DVD (o VHS); en otros, la “última destilación” de la serie de sustancias que
hacen a la obra de Polleri resulta de menor calidad y termina generando el
efecto –un poco incómodo– de restar más que sumar. Es el caso de Los animales de Montevideo, la más
reciente de sus novelas.
Sin embargo, el libro ofrece al menos dos
focos de atención. El primero pasa por la recurrencia (a modo de versión
extendida, si se quiere) de la noción de “personalidades múltiples” entendida
como un recurso narrativo.
Hay algo así como una historia ilustre de
la relación entre esa idea y la literatura, desde el “yo es otro” rimbaldiano y
la obra de Pessoa y Borges hasta la fascinante La afirmación, de Christopher Priest; en el caso de Los animales de Montevideo, buena parte
del texto puede ser leído como un catálogo detallado de esos “otros yo” que
hacen al sujeto, que lo conforman y lo (des)integran. Polleri ya había indagado
por ahí en El pincel y el cuchillo, donde
se ofrece un catálogo de “11 personalidades completamente distintas: 1) El
Jorobadito, 2) Roberto, 3) Shirley Temple, 4) Yo mismo, ligeramente distinto,
5) El Rata, 6) Quique, 7) Antonio, 8) Gabriel, 9) Felipe, 10) El Mutilador, 11)
Un cuchillo, 12) El Hombrecito de las Hormigas, 13) Etcétera”, que, además de
los muy visibles y básicos juegos de enumeración (la inclusión de los
supernumerarios #12 y #13 y el chiste de “yo mismo, ligeramente distinto” que
parece hacerse eco del “que de lejos parecen moscas” borgesiano) remite a otros
momentos de la obra de Polleri, como el “Quique” de Carnaval, el “Gabriel” de Vidas
de los artistas y el “Antonio” de Colores.
Es cierto que en Los animales de Montevideo no hay un mayor desarrollo narrativo del
asunto y que la cosa queda en un catálogo (o bestiario, precisión que hace, de
alguna manera, a un elemento más de interés) expandido a decenas de páginas,
pero lo que en una novela digamos “aislada” pasaría por un manierismo
especialmente vacío, en relación a las no pocas novelas precedentes el juego adquiere otros significados
más fértiles.
Otro asunto llamativo es la incorporación,
a modo de sección o capítulo, de la novela Amanecer
en Lisboa, publicada en 1998. El recurso –que trasciende los límites
físicos del libro, digamos, y se convierte en algo más parecido a una
performance o al pasaje a un nuevo nivel de esa cualidad iterativa y recurrente
de la obra polleriana– termina por cuestionar la naturaleza de “novela” del
libro y se abre a una gama de posibilidades de estructura para la serie de
textos de su autor, que empieza a parecerse no sólo a un conjunto de temas que
recurren en variaciones sino, también, a un conjunto de textos que sirven a
modo de piezas y, en su articulación o juego combinatorio, logran generar
nuevos significados.
Es interesante, además, que en la
información bibliográfica de la solapa, Amanecer
en Lisboa no aparezca listada como una novela independiente; una manera
simple de leer el acto de Polleri es pensarlo como una “corrección” de su
bibliografía: Amanecer… ahora es un
“capítulo” y no una “novela”. Hay, sin embargo, maneras más interesantes de
pensar el gesto.
Estas notas funcionan como llamadores de
atención sobre lo que podría ser lo más interesante de Los animales de Montevideo, y eso opera siempre en relación a la
obra previa de Polleri. Lo menos
interesante, lo “peor”, sería material para una reseña un poco diferente. Lo
curioso es que el lado negativo de la novela, digamos, aparece también en
relación a sus predecesoras, en particular a su predecesora inmediata, la ya
mencionada ¡Alemania, Alemania! (acaso
el mejor libro de Polleri). En ese sentido, la nueva de Polleri no ofrece ese
efecto de quintaesencia o de subida de nivel en cuanto a resolución o detalles;
de hecho, parece retroceder, como si dijera que, una vez leída, se parece
demasiado a haber leído una menos.
Publicada en La Diaria el 9 de diciembre de 2015
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