The Idiot, Lust for Life, David Bowie, Iggy Pop, Berlin
La vida no era fácil para Iggy Pop en 1974 y
1975. La grabación de Raw Power, un
álbum gestionado por David Bowie después de que ambos cantantes se conocieran
en 1971, había sido especialmente complicada; Iggy y el guitarrista James
Williamson habían viajado a Inglaterra para componer y grabar, pero todos los
músicos de sesión puestos a su disposición no lograron sonar como ellos
esperaban. Así, a la hora de armar una sección rítmica adecuada, no hubo más
remedio que acudir a los hermanos Ron y Scott Asheton, que habían integrado
junto a Iggy y el bajista Dave Alexander los míticos Stooges, la primera gran
banda de Iggy. Pero a Ron Asheton nunca le gustó que lo ficharan como bajista,
y sus tensiones con Williamson fueron legendarias; sin embargo, en algún
momento las canciones aparecieron y fueron registradas. Todo parecía haber
empezado a encauzarse y, por fin, se vislumbraba esperanzadamente ese tan
ansiado éxito comercial que discos como The
Stooges (1969) y el asombroso Fun
House (1970), absolutamente clásicos e indispensables en la educación
sentimental de cualquier interesado en el rock, no habían llegado siquiera a
arañar. Pero todo se desmoronó una vez más: Iggy y Williamson arruinaron toda
posibilidad de producir una mezcla viable del álbum, llegando a usar apenas
tres pistas de las veinticuatro disponibles para comprimir instrumentos, voces
y arreglos agregados en una suerte de sopa sónica virtualmente insalvable.
Bowie, que en ese entonces era el principal promotor y defensor de Iggy ante la
discográfica y la productora Main Man, que corría con los gastos del álbum, fue
convocado en calidad de mezclador para ver qué podía rescatarse de los restos
del naufragio.
–Iggy –dicen que dijo después de escuchar el
resultado de las sesiones de grabación– acá no hay nada que mezclar.
Sin embargo no hubo más remedio que
arremangarse y hacer el trabajo sucio. Bowie, entonces, asistido por su amigo y
productor Tony Visconti, se encargó de subir la voz de volumen aquí y allá y de
separar un poco los instrumentos en la mezcla estéreo, a la vez que aprovechar
los defectos ineludibles para ofrecer lo que podía pensarse como un poco de
caos deliberado. Lamentablemente, esto enfureció a Iggy, quien llegó a decir
que su benefactor inglés había arruinado el disco y no descansó (por decirlo de
alguna manera) hasta que en 1997 se distribuyó oficialmente su propia (y
horrible) mezcla del álbum.
Distanciado de Bowie, Pop volvió a Estados
Unidos para promocionar el álbum, pero su adicción a la heroína y uno de sus
más marcados brotes autodestructivos llevó a la debacle del 9 de febrero de
1974 en el Michigan Palace. La audiencia, compuesta casi exclusivamente por
motoqueros, detestaba a la banda y su sonido garage o protopunk, por lo que los
niveles de hostilidad contra los músicos fueron extremos. Iggy, como no podía
ser de otra manera, procedió a apagar el fuego con gasolina, en lo que terminó
como una verdadera batalla campal entre los Stooges y su público.
Y ese fue el fin de Iggy y los Stooges, al
menos hasta 2003, cuando los hermanos Asheton e Iggy se reunieron (sin
Williamson) para grabar algunas canciones del álbum Skull Ring; siguieron algunos recitales (ahora sí con Williamson
reintegrado a la banda) y, en 2007, un disco completo de composiciones nuevas, The Weirdness, muy maltratado por la
crítica. Tras la muerte de los hermanos (Ron en 2009, Scott en 2014), James
Williamson disolvió la banda: “después de todo”, dijo, “están todos muertos
menos Iggy y yo”.
Pero de vuelta en 1974 lo que encontramos es
que a Iggy Pop no le quedaba nada. Ni éxito, ni banda, ni salud, ni capacidad
de componer, ni dinero (trató de desempeñarse como díler, pero no tuvo la
disciplina necesaria) ni techo (vivía en casas de amigos hasta que lo echaban y
no tenía más remedio que pasar la noche en alguna plaza), a la vez que entraba
y salía de prisión (una de las historias de esa época incluye un arresto por vestirse
de mujer en público, lo cual era un delito) y su adicción a la heroína tocaba
fondo. La única manera de hacer algo al respecto era internarse en un hospital
psiquiátrico, y eso fue lo que hizo Iggy, dicen que aceptando la “amable
sugerencia” de la policía.
Los visitantes no abundaron, pero dos de ellos
fueron de importancia clave. Uno fue James Williamson, quien se encargó de que
las autoridades del hospital dejaran salir a Iggy un fin de semana para grabar
un demo (que se convertiría en el álbum Kill
City, de 1977), y el otro fue David Bowie, que apareció con un ramo de
flores, ideas nuevas y ganas de reconciliarse. En la carrera de Iggy Pop,
comenzaban los Años Bowie.
Claro que Bowie tampoco estaba pasando por un
buen momento. Más allá de que había alcanzado en 1975 su mayor éxito en
términos comerciales con el álbum Young
Americans, actuado en la película The
Man Who Fell To Earth, y grabado entre septiembre y noviembre de ese año Station to Station, uno de sus mejores
álbumes, el cantante llegó a pesar poco más de 45 quilos y a “subsistir” en
base a una dieta de pimientos rojos, leche y cocaína, por no mencionar sus
obsesiones con la parafernalia esotérica nazi y sus altercados con brujos,
brujas, fantasmas y OVNIs. Por esas fechas Bowie vivía en Los Ángeles, pero la
gira promocional de Station to Station le
dio el pretexto perfecto para dejar atrás Estados Unidos y las montañas de
cocaína que compartía con músicos como Glenn Hughes y Ron Wood.
Iggy dejó su internación psiquiátrica y se sumó
a la gira, que recorrió buena parte del hemisferio norte e incluyó un viaje a
bordo del Transiberiano. El contacto con Europa del Este, y en particular con
el paisaje de Berlín oriental, animó a Bowie a seguir explorando su curiosidad
por una sensibilidad avant garde
experimental europea, centrada ante todo en el sonido de bandas krautrock como Can, Neu! y el
prototechno de Kraftwerk. A la hora de volcar estas nuevas influencias a su
propia música, sin embargo, hacía falta un laboratorio adecuado, e Iggy, quien
naturalmente no tenía nada que perder, fue el conejillo de indias ideal.
Contra la opinión más generalizada, las
sesiones para lo que serían los primeros dos discos solistas de Iggy (The Idiot y Lust for Life) y la trilogía de álbumes de Bowie junto a Brian Eno
(Low, “Heroes” y Lodger) no comenzaron en Berlín, donde ambos músicos alquilarían un
apartamento encima de un almacén, sino en Suiza, en el Château d’Hérouville,
donde Bowie había grabado su disco de versiones Pin Ups tres años atrás. Se convino una estética más cabaretera que
punk, un sonido más industrial que garage, y se dio rienda suelta a la
experimentación con loops e incluso
formas primitivas de sampleo. El resultado fue, para muchos (incluyéndome) nada
más y nada menos que el mejor álbum de Iggy Pop.
Bowie compuso casi todas las músicas de lo que
sería The Idiot, a la vez que Pop se
encargó de las letras y de algunos riffs y arreglos. Iggy después describiría
el esfuerzo en equipo como una combinación perfecta de elementos en los que
Bowie era especialmente competente (como una sensibilidad artística europea y
una suerte de intelectualización del proceso que no daba la espalda al rock
puro y duro), pero muchos de los fans originales de Iggy Pop y sus Stooges
acusaron a Bowie de vampirismo y de usar
la credibilidad callejera de Pop en plena eclosión del punk; Lester Bangs
(quien, leído en retrospectiva, deja bastante claro que de música entendía más
bien poco), por ejemplo, llegó a afirmar que The Idiot era “mierda inauténtica”.
En cualquier caso, algunas de las sesiones en
Suiza, y las subsiguientes en Berlín, trabajan a la vez canciones de The Idiot y de Low, y van ensamblando las que integrarían Lust for Life. Por ejemplo, “Sister Midnight”, elegida para abrir
el lado A del disco de Iggy (una suerte de versión industrial y minimalista de
la pesadilla edípica del “The End” de los Doors), había sido tocada por Bowie
con su banda durante los conciertos de la gira de Station to Station, mientras que “What in the World”, del lado A de
Low, había sido considerada
originalmente para el disco de Iggy.
Algunos biógrafos y comentaristas de Bowie
(Chris O’Leary y Hugo Wilcken, por ejemplo, en sus libros Ashes to Ashes, del primero, y Low,
del segundo) sostienen que la estética de Low –y por extensión la acaso todavía más experimental de The Idiot– fue pensada por Bowie como
una suerte de maniobra anticomercial para distanciarse de su éxito con el funk
y el soul de los discos precedentes; sea como fuere, Bowie prefirió no
promocionar su creación en una gira, y optó más bien por sumarse a Iggy (desde
su lugar como tecladista, casi al margen del escenario) en una serie de
conciertos en los que tocarían tanto canciones de The Idiot como versiones reimaginadas de clásicos de los Stooges.
Después, de retorno de la gira, ambos volverían al estudio y grabarían otras
dos piezas fundamentales de sus discografías: Iggy el disco Lust for Life, en el que la influencia
europeizante y experimental de Bowie retrocede un poco, y este último “Heroes”, un disco mucho más “punk”, a
su manera, que el melancólico Low.
Y eso fue todo. Iggy tuvo cierto éxito con
algunas canciones (no mucho), lanzó su ya mencionado disco de demos con James
Williamson y, de alguna manera, volvió al sonido rockero agresivo de los
Stooges con su excelente álbum New
Values, de 1979, grabado ya lejos de Bowie. En cualquier caso, si bien los
dos músicos volverían a colaborar (primero con la canción “Play it safe”, de
1980, y después en el álbum más pop de la carrera de Iggy, Blah Blah Blah, de 1986), los Años Bowie habían terminado, y
también la promesa de éxito comercial. Pronto Iggy volvió a pasarla mal (hay
historias de problemas con sacerdotes vudú haitianos) y a quedarse virtualmente
sin un centavo, por lo que una vez más Bowie vino al rescate y grabó su versión
de “China Girl”, cuyas regalías permitieron una vez más salir a flote al
compositor original de su letra.
Quizá (es una hipótesis simplificadora, pero no
del todo desencaminada) Iggy pasaría el resto de su carrera oscilando entre la
fidelidad al sonido de los stooges y al de sus dos discos de los Años Bowie; su
trabajo de 2016 junto a Josh Homme, Post
Pop Depression, por ejemplo, no sólo revisita el sonido industrial de The Idiot sino que incluye una canción
titulada “German Days” (“días alemanes”) cuya letra, si bien ambigua en
relación a Bowie, puede ser leída como un comentario de la sensibilidad
estética de aquellos años compartidos en un apartamento berlinés. En el otro
extremo del espectro sónico podríamos ubicar el ya mencionado Skull Ring, de 2003, para el que Iggy
reunió una nueva generación punk y tocó junto a Sum 41 y Green Day.
Más recientemente, la muerte de Bowie ha
despertado interés por canciones inéditas y grabaciones en vivo. No es de
extrañar, por tanto, que Iggy haya lanzado hace escasas semanas un box set de CDs dedicado a su música de
fines de la década del setenta. Así, The
Bowie Years reúne remasterizaciones digitales de The Idiot y Lust for Life
(ambas con un sonido cuidado y evocador del vinilo original, con algo más de
definición quizá y un poco de énfasis en los graves) y cuatro discos en vivo,
uno de ellos una reedición de TV Eye
Live, lanzado originalmente en 1978 para liquidar el contrato de Iggy con
su discográfica desilusionada por las escasas ventas, y los otros
“oficializaciones” de bootlegs que
venían circulando hace tiempo en vinilo y en CD, incluyendo los conciertos de
1977 en el Rainbow Theatre de Londres y el Agora Ballroom de Cleveland, y una
transmisión radial llevada a cabo el 28 de marzo desde los estudios Mantra, en
Chicago. En todos estos discos Bowie acompaña a Iggy desde los teclados y
haciendo coros, y si bien el setlist es
más o menos siempre el mismo, las variantes de emisión vocal y las
improvisaciones hacen que la escucha de estas performances valga la pena, al menos para los fans más acérrimos de
Iggy Pop y David Bowie.
En cualquier caso, The Bowie Years ofrece una excelente oportunidad para volver a
escuchar The Idiot y Lust for Life, dos de los mejores discos
de los setenta, creado por dos de las mejores mentes de esa generación,
destruidas por la fama, la cocaína y la heroína y vueltas a ensamblar por el krautrock, el cabaret, la Berlín
dividida y la música industrial.
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