China Miéville
Weird fiction, socialismo y libertad
China Miéville: el penúltimo reciclaje de la ciencia-ficción.
Si se buscan sus libros en uno de los muchos sitios web de textos
gratuitos -no es piratería, por lo menos para él- aparece, además de sus
novelas, una tesis sobre teoría marxista del derecho internacional: el
cosmopolita China Miéville se formó en esa área y es un nada discreto
militante político. Como muestra, un comentario de su última obra
editada en español, y un extracto de uno de sus tantos manifiestos
artístico-políticos.
Entre las nuevas tendencias o subgéneros derivados de la ciencia-ficción, la fantasía y el horror sobrenatural, a menudo se hace referencia al new weird (“nuevo extraño”, “nuevo raro”), cuya fecha de nacimiento se ubicaría hacia el final de la década de 1990. Las definiciones de esta corriente generalmente apelan a presentarla como una zona intermedia entre la ciencia-ficción y la fantasía, de manera que, por ejemplo, podamos encontrar tramas como la del dibujo animado japonés Full Metal Alchemist, en la que la ciencia ha avanzado al lado de la alquimia y existen máquinas gigantescas capaces de crear piedras filosofales.
Lo de “weird” es también una marca de filiación literaria, en tanto se trata de una referencia a la mítica revista estadounidense Weird Tales (1924-1953), que publicó a HP Lovecraft, Robert Howard y Clark Ashton Smith, entre otros. Es interesante traer a colación la suerte de trabajo intersticial de género que opera en las obras del primero de los escritores mencionados; algunos de los textos de Lovecraft, de hecho, pueden incorporarse a la ciencia-ficción (especialmente los de su etapa tardía, como "En las montañas de la locura" o "La sombra más allá del tiempo") o a la fantasía (los de la llamada “etapa onírica”, por ejemplo, entre ellos el dunsaniano "En busca de la ciudad del sol poniente"), a la vez que buena parte de ellos funcionan también como horror. Por supuesto, aquí operan dos maneras diferentes de pensar los géneros: la temática (aliens para la ciencia-ficción, demonios o elfos o trasgos para la fantasía) y la más orientada al efecto buscado en el lector (asustarlo). El “territorio Lovecraft”, entonces, puede pensarse como parte de la intersección de esas zonas.
A la vez, en tanto la ciencia-ficción muchas veces es presentada como una suerte de literatura especulativa de lo posible (especialmente si nos atenemos a su definición “dura” o clásica, la de Asimov, Clarke, Heinlein, en la que hay un énfasis en la plausibilidad científica), y la fantasía suele trabajar más bien sobre “otros mundos” enteramente desligados del nuestro y con sus propias reglas, extrañas o ajenas, el posible territorio “intermedio” entre ambas puede pensarse como una suerte de desafío a los códigos con los que concebimos lo real y lo plausible. Se ha hablado entonces de la “disonancia cognitiva” (la coexistencia de ideas o creencias contradictorias) como un rasgo central al new weird.
Fantasía de izquierda
Entre los escritores más a menudo citados en relación a esta corriente está el británico China Miéville
(Norwich, 1972), que, además de escritor, es antropólogo social, guionista de historietas y juegos de rol, y activista de izquierda. Está, de hecho, afiliado al Socialist Workers Party (Partido Socialista Obrero), desde el que se candidateó en 2001 -sin suerte- para la Cámara de los Comunes.
Su obra más claramente new weird es, para muchos críticos, la trilogía de novelas ambientadas en el mundo ficticio de Bas-Lag, en el que la magia (conocida como “taumaturgia”) es real y varias especies inteligentes coexisten. Los tres libros que la integran han sido editados en español por la editorial La Factoría de Ideas, y con un poco de paciencia se encuentran en Montevideo. Son La estación de la calle Perdido (2000), La cicatriz (2002) y El concilio de hierro (2004). La tecnología “victoriana” -máquinas de vapor, autómatas, etcétera- lo acerca al steampunk, otro subgénero de la ciencia-ficción reciente, al que se le agrega el recurso más clásico de la convivencia de diferentes especies inteligentes. Si bien es mejor leerlas en el orden en que fueron escritas, es posible disfrutar de cualquiera de ellas por separado; recorrerlas es, además, una excelente introducción a la narrativa de Miéville.
Otra de las maneras de acercarse a la obra de este escritor es a través de una reflexión sobre los géneros o subgéneros en la narrativa; en una entrevista de 2005 declaró, de hecho, que está interesado en escribir “una novela de cada género”, y que los géneros, a su vez, han tenido una importancia decisiva en su formación como lector y escritor.
Esta posición es similar a la del estadounidense Michael Chabon, quien en su ensayo “The editor’s notebook” (2002) escribió que gran parte de la ficción contemporánea consistía en “el tipo de historia cotidiana, sin argumento y del tipo revelación-del-momento-de-la-verdad, salpicada con rocío epifánico”, frente al que la ficción de género ofrecía una alternativa más fértil e interesante, que él mismo exploró en novelas como El sindicato de policía Yiddish (2007) y Gentlemen of the road (2007). La primera mencionada puede ser leída tanto como novela negra o como ciencia-ficción de historia alternativa o ucronía.
En el caso de Miéville cabe leer ficción western en la ya mencionada El concilio de hierro, que por su mezcla de new weird, steampunk y western tiene bastantes puntos en común con Contraluz (2006), la monumental novela de Thomas Pynchon, pero también aventuras marítimas en La cicatriz y en Kraken (2010), todavía no traducida al español. En cuanto a la ciencia-ficción de corte más clásico, quizá la mejor representante de esa línea en la bibliografía novelística de Miéville sea la reciente Embassytown (2011), que se centra en las relaciones -especialmente las lingüísticas- entre humanos y alienígenas en un planeta distante.
Vecinos enfrentados
Esa preocupación narrativa por el lenguaje aparece con especial claridad en La ciudad y la ciudad (2009), que podría ser la mejor novela de Miéville hasta la fecha. Aquí la matriz de género es la novela negra, pero el contexto de la ficción aporta un elemento new weird en cuanto a que determinados acontecimientos nunca son del todo asimilables a una hipótesis de tipo “lo que estamos leyendo es narrativa realista” o “esta novela pertenece a la literatura fantástica”.
La trama transcurre en las ciudades-estado vecinas de Beszél y Ul Qoma, y un detective de la primera debe resolver el asesinato de una mujer que vivía en la segunda, aunque su cadáver fue encontrado en Beszél. A medida que avanzamos en el primer cuarto del libro vamos entendiendo que, en rigor, ambas ciudades son la misma o, mejor dicho, que comparten el mismo espacio físico. Los habitantes de Beszél, entonces, están entrenados para no ver (en inglés Miéville crea el término to unsee, que podría equivaler también a “desver”) los edificios de Ul Qoma, y los habitantes de esta última no-ven los de Beszél; cualquier caso de fortuito contacto visual entre la gente de ambas ciudades es considerado una “breach” (ruptura), y es penado por la ley, como también el pasaje de cualquier objeto de una ciudad a otra. Las ciudades, además, son extremadamente diferentes, arquitectónica y culturalmente.
A medida que el protagonista investiga el caso va surgiendo la necesidad de trasladarse a Ul Qoma; una vez allí -hay, por supuesto, maneras “legales” de hacerlo-, debe acostumbrarse a no-ver su ciudad natal. Pronto entra en acción una Policía especial -llamada The Breach- que investiga, precisamente, los delitos que involucran la comunicación ilegal entre las ciudades, y el protagonista entiende que esa Policía, de alguna manera, actúa tanto en las dos ciudades a la vez (en tanto pueden moverse libremente de una a otra) como en una tercera, invisible tanto para los habitantes de Ul Qoma como para los de Beszél (que en rigor sólo pueden ver a estos policías cuando entran a su ciudad, de modo que sus movimientos permanecen en todo momento invisibles para un grupo de gente).
La lógica del libro, entonces, avanza de un modo implacable: pronto nos preguntamos qué pasaría si existieran edificios que la gente de Ul Qoma no-ve -por atribuirlos al paisaje de Beszél- pero que, a su vez, tampoco son vistos por los habitantes de esa ciudad, que los estiman parte de Ul Qoma. ¿Podría pensarse, entonces, en una cuarta ciudad que no es las dos a la vez (como podríamos pensar en los movimientos de los miembros de The Breach) sino, por el contrario, ninguna de las dos? Esa sospecha forma una suerte de eje de la segunda mitad de la novela, y su resolución -junto a la posible interpretación de corte fantástico de algunos hechos- queda en suspenso.
Quizá uno de sus mayores aciertos de La ciudad y la ciudad sea el minucioso trabajo sobre el lenguaje, del que son ejemplos brillantes la creación de verbos como to unsee y los juegos sobre breach (tomado como sustantivo es el ámbito de la Policía que actúa sobre conexiones ilegales entre las ciudades, pero como verbo es también la acción de traspasar de una ciudad a otra), o la invención de términos necesarios -incluso indispensables- en este contexto ficcional (como grosstopically, que refiere al sustrato físico de ambas ciudades, el sentido en el que, en rigor, las dos ocupan el mismo espacio geográfico).
Miéville, en cualquier caso, deja claro que esa compleja situación política (dos ciudades enfrentadas que son de alguna manera la misma) sólo puede sostenerse en el lenguaje, la única manera en que esa realidad (que cabe pensar como una suerte de simulación o realidad virtual impuesta al contexto “físico” de las ciudades) pueda de alguna manera funcionar, con todas las dificultades implicadas en el caso. Esa “disonancia cognitiva” de la que hablábamos en relación al new weird, entonces, encuentra en esta novela un ejemplo sorprendente
Publicado en La Diaria el viernes 9 de noviembre de 2012
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