Sobrenatural, varios autores
Sobrenatural es la primera entrega
de la serie Cuadernos de ficción, que
–como cuenta Daniel Mella en el prólogo– tendrá una frecuencia
anual e incluirá trabajos narrativos de este grupo de autores. El tema elegido
para el número inaugural es, entonces, lo sobrenatural, y después de leer los
once cuentos llama la atención las diversas estrategias por las que lo
fantástico –o la fantasía, y en esta distinción se abre una línea de lectura
posible para el volumen– es incorporada a las ficciones.
A la vez, cabe señalar que buena parte de
los cuentos sorprende por la escasa imaginación volcada hacia el trabajo con la
trama; en una muestra de cuentos fantásticos o sobrenaturales es fácil esperar
que los tópicos del género (fantasmas, el doble, pactos con el diablo, poderes
mágicos o maravillosos, etc) reciban un tratamiento que los desarrolle, por así decirlo, que los
desplace así sea mínimamente en relación al lugar común y nos asombre. Eso,
lamentablemente, no ocurre en Sobrenatural,
casi como norma general o, mejor dicho, con un puñado de interesantes
excepciones.
Una de ellas es la del mejor –o más
interesante, o ambas cosas– texto del libro, “Algunas notas sueltas sobre el
país de los gigantes”, del cordobés Luciano Lamberti. Publicado además en el
libro El loro que podía adivinar el
futuro (Editorial Nudista, Córdoba, 2012), este trabajo recuerda al Ballard
de La exhibición de atrocidades en la
manera en que están organizadas sus secciones, en las que se presentan varias
facetas de una exploración a un mundo extraterrestre habitado por gigantes. Se
podría pensar en este relato como lo más cercano a la ciencia ficción que
podemos encontrar en Sobrenatural; en
ese sentido su contraste con el resto de los textos presentados es marcado.
También es interesante la construcción de
lo fantástico que aparece en “Dominación”, de Martín Bentancor, un cuento de
ambiente “campero” que comienza con tonos propios de la literatura fantástica
–en tanto algo en apariencia incomprensible “irrumpe” en un mundo ordenado y en
un relato costumbrista– pero pronto deviene en fantasía, en tanto esa
“irrupción” termina por entenderse como parte de un mundo más complejo que el
que damos por real y con sus propias reglas –hasta el punto en que es la
intervención de un hombre que conoce esas reglas lo que “resuelve” la trama. El
cuento de Bentancor está sin dudas entre los mejores del libro, narrado como está con buen pulso y haciendo gala de un buen manejo del lenguaje, sin fisuras en ese
sentido con el resto de su producción (en particular la nouvelle El despenador, publicada por Editorial
La Propia Cartonera).
Esto contrasta marcadamente con el primer
cuento de la selección, “Los muertos tienen derecho a un abogado”, de Daniel
Baldi, que está resuelto con notoria torpeza y trabaja un tópico consabido
(casa embrujada o lugar maldito por un hecho de violencia en el pasado) sin
ofrecer derivaciones interesantes. Además de un reiterado uso de lugares
comunes (“bucólico paisaje”, “se enamoró perdidamente”, “dantesco escenario”),
la prosa recae en algunas ocasiones en construcciones que se vuelven risibles
por su solemnidad hueca (“haciendo caso omiso de su desgastada racionalidad”,
“miró su reloj y notó que el maldito se había detenido”); pese a esto, el
cuento puede resultar más o menos entretenido, y no es el nadir del libro.
Si hubiera que buscar candidatos para ese
punto quizá “Un rabdomante”, de Valentín Trujillo, sería el más adecuado. Las
fallas visibles en la escritura de Baldi aparecen aquí con todavía mayor
frecuencia, casi como si el autor no hubiese dado una segunda leída a su texto.
“Algún impromptu de la brisa veraniega”, “determinadas vidas caducan veloces
como el fósforo”, “hasta que un momento equis…”, “el otro, de quien no se sabía
a ciencia cierta si se daba cuenta de la indiferencia del otro”, “las drogas
fueron un puerto seguro para ese velero desnorteado” son ejemplos del tipo de
chapucería que abunda en este texto, cuyo asunto –un cuidacoches que detecta
corrientes de agua subterráneas y es usado por el protagonista para sus
propósitos– apenas resulta interesante.
“Lo predicadores”, el cuento de Rodolfo
Santullo, ofrece, en cambio, una narración mucho más competente y segura.
Presentado como un relato policial, el hecho sobrenatural (la irrupción o
invasión, digamos, que cancela la realidad a la que estamos acostumbrados) se
convierte en la solución al caso investigado por los protagonistas. De todas
formas, ese final “sobrenatural” se siente un poco apresurado, artificial,
quizá desproporcionado con el resto del cuento. Eso no compromete, de todas
formas, a la primera mitad del texto,
que desarrolla con pericia una intriga atrapante.
El cuento de Horacio Cavallo, “La niña que
convocaba a las gaviotas” está en las antípodas de la torpeza evidente en los
trabajos de Baldi y Trujillo; a la vez, su asunto (una chica muda que puede
sanar a las personas) no llama especialmente la atención. Se trata,
indudablemente, de un buen cuento; leído como un cuento fantástico, sin
embargo, no resulta especialmente interesante (en tanto su tema apenas se mueve milímetros desde el tópico) –y, cabe pensar, en una muestra
reunida bajo el título Sobrenatural,
la lectura desde la fantasía o lo fantástico es ineludible.
“El viaje hacia el Charlie”, de Ignacio
Fernández de Palleja, toma el tema del doble y lo trabaja con cierta
competencia, logrando un relato por momentos enigmático e interesante, que en
otras ocasiones –las menos, cabe aclarar– sucumbe bajo el peso de una prosa un
poco opresiva y –lo que es peor– gris. También en este texto es verdad que el
tópico es apenas trabajado –en rigor se va hacia
el doble en lugar de desde el doble–,
pero eso no va en detrimento de la efectividad de la narración.
Otro de los momentos altos del libro es “Un
encuentro anterior”, de Germán Videla, que construye una posible visión del
infierno con tonos inquietantes y logra el cuento más perturbador de la muestra
(junto al de Lamberti). “Primus inter pares”, de Albérico Tajamares, en cambio,
propuesto más como un relato humorístico –cabe suponer–, parece querer
acercarse a cuentos de Roberto Bolaño como “Una aventura literaria” (de Llamadas telefónicas) y, para lograrlo,
no encuentra otro camino más que apelar a cliché tras cliché sobre el mundo
literario. Lo sobrenatural, aquí, parece completamente secundario; incluso si
se pensara que se trata de un buen cuento –cosa que, cabe suponer, pueden
concluir algunos lectores–, lo cierto es que habría que haberle pedido a
Tajamares que buscara en su producción un texto en el que lo “sobrenatural”
fuera más relevante, al menos lo suficiente como para que la muestra a la que
sumarse resultase más sólida.
“El fantasma”, de Pablo Makovski, está
entre los más sugestivos de la muestra, y funciona especialmente bien a la hora
de decir poco y trabajar el terror (o la angustia, o la desolación) a través de
sugerencias. “No dejes que te toque”, de Manuel Soriano, en cambio, ejemplifica
claramente esa falta de imaginación que sobrevuela el libro y se convierte en
uno de los textos menos interesantes. Escrito con evidente competencia, sin embargo,
encontraría mejor lugar en una compilación de relatos sin un tema o un género
en común.
En cuanto al prólogo de Mella, es
interesante –por decirlo de alguna manera– que el prologuista admita
gustosamente no haber leído los cuentos, que incluso advierta que hay que
mantener las expectativas bajas (bueno, es verdad que, en relación a buena
parte de los cuentos, su consejo está bastante bien encaminado) y que se limite
a contar un par de anécdotas sobre asuntos “sobrenaturales” que ha
experimentado. Es decir: quizá Daniel Mella podría haber aportado un buen
cuento para este libro –su buen hacer como escritor convierte a esa posibilidad
en una apuesta fácil–, pero en tanto prologuista su aporte fue mínimo,
innecesario de hecho.
En general, la primera entrega de Cuadernos de ficción parece llevarnos a
la conclusión de que si esto es lo mejor que pueden hacer los escritores
convocados con la propuesta de escribir sobre hechos “sobrenaturales”, sería
preferible que se dedicaran a otros temas u otros géneros (en el caso de
Santullo la opción del policial es la más clara, sin lugar a dudas). A la vez, ciertos
cuentos –“Algunas notas sobre el país de los gigantes”, “Dominación” y “Un
encuentro anterior”– justifican plenamente la compra del volumen.
Un detalle especialmente disfrutable es la
incorporación de once ilustradores; así, Sole Otero aporta una portadilla para
el cuento de Baldi, Dante Ginevra para Bentancor, Jok para Cavallo (una de las
mejores ilustraciones del libro, además), Elián Stolarsky para Fernández de
Palleja, Leo Sandler para Lamberti, Fernando Ramos para Makovski, Matías
Bergara (un poco por debajo de su probado talento) para Santullo, Alejandro
Rodríguez Juele (también entre las más interesantes) para Soriano, Mr. Exes
para Tajamares, Fer Calvi para Trujillo y Nicolás Brondo para Videla. Es una
lástima que ninguno de estos excelentes ilustradores aportara también sus
lápices para la portada del libro.
Publicada en La Diaria el 2 de noviembre de 2012
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