Muerte y vida del sargento poeta, Martín Bentancor
Hasta hace no mucho tiempo Martín Bentancor
(Canelones, 1979) podía ser pensado como uno de los secretos mejor guardados de
la nueva narrativa uruguaya. Una serie de publicaciones recientes, sin embargo,
han permitido vislumbrar ciertas líneas de su proyecto literario, que ha tocado
un momento de especial visibilidad en los últimos meses gracias a su novela Muerte y vida del sargento poeta,
distinguida con el vigésimo premio nacional de narrativa “Narradores de la
Banda Oriental”.
Bentancor había publicado previamente dos
novelas policiales en coautoría con Rodolfo Santullo; tanto en Las otras caras del verano (Amuleto,
2008) como en Aquel viejo tango (Estuario,
2011) era apreciable un importante conocimiento del género policial y la novela
negra, dedicado al rescate y articulación de lo que cabría llamar un
vocabulario de lugares comunes. Ese trabajo sobre los tópicos del género, en
las dos novelas mencionadas, estaba puesto al servicio de tramas más bien
simples, con algo de cuentos extendidos más que de novelas propiamente dichas,
pero, en cualquier caso, siempre elaboradas con una soltura narrativa que
contribuía a convertir a estos trabajos en textos si bien no especialmente
memorables sí legibles y disfrutables. Pero si a partir de estas publicaciones
se volvía tentador arrimar a Bentancor la etiqueta de autor de género (tan
complicada en Uruguay), especializado particularmente en policial y novela
negra, otro par de libros de su autoría, publicados por editoriales de menor
visibilidad y potencia, al menos en Montevideo, sirvieron para desmentir esa
clasificación.
Así, La
redacción (Sudestada, 2010), si bien preserva el estilo ágil y dinámico,
enfocado ante todo a la exposición de la trama, se aleja de las coordenadas más
eminentemente “de género” y construye una suerte de realismo –al decir de
Alicia Torres en el prólogo a Muerte y
vida del sargento poeta– más o menos tributario de Graham Greene. Pero
todavía otro polo de la narrativa de Bentancor fue propuesto por la colección
de relatos y viñetas Procesión (Sudestada,
2009), que, quizá con menor éxito, articulaba un universo de referencias
campestres que podría sonar un poco a contrapelo de la tendencia
mayoritariamente urbana de sus compañeros de promoción (cabría pensar, por
ejemplo, en el Jorge Alfonso de Porrovideo,
el Andrés Ressia de Parir e incluso
el Rodolfo Santullo de Cementerio norte)
a la vez que, un poco a consecuencia de esto último, perfilaba el lugar más
bien singular de Bentancor en el mapa de la literatura uruguaya más reciente.
En cualquier caso, uno de sus mejores
trabajos hasta el momento, la nouvelle El
despenador (La Propia Cartonera, 2010) aportaba todavía una faceta
más, en
tanto nos muestra a un Bentancor capaz de inscribirse con soltura y
lucidez en
los territorios de la narrativa de corte histórico, con algún giño al
policial
y un más interesante aún trabajo sobre el lenguaje. El trabajo sobre y
desde la narrativa histórica es especialmente visible en la novela
gráfica Cardal, dibujada por Dante Ginevra a partir del guión escrito por Bentancor, así como también en el cuento "Los huesos", de la muestra De acá! (Rebeca
Linke, 2008). En el libro, compilado por Pablo Trochón, también fue
incluido "Obituario", uno de los relatos breves más interesante de
Bentancor y retomado -junto a tres cuentos más, entre ellos también
"Huesos"- en El aire de Sodoma (La Propia Cartonera,
2012); tanto este volumen como el relato largo Montevideo (Trópico
Sur, 2012), a su vez, retomaban algunas de las líneas anteriormente mencionadas
y establecían con mayor intensidad aún la atención de Bentancor a la
construcción de la trama y lo que podríamos llamar la “narrativa propiamente
dicha”, también notoriamente visible en “Dominación”, el cuento que aportara a
la muestra Sobrenatural (Estuario,
2012), sin lugar a dudas de lo mejor del volumen, en gran medida por su afinada
lectura de los modos de ser de lo fantástico y la fantasía.
Muerte
y vida del sargento poeta, a su manera, también se
nutre de diversas fuentes distinguibles en la obra previa de su autor. Está,
por ejemplo, el trabajo policial en pueblos olvidados del interior del país, un
poco a la manera de Las otras caras del
verano; está el rescate de la tradición más rural de la literatura uruguaya
–a través de un sentido homenaje al –y compentente reconstrucción del– trabajo de
los payadores; y está el buen hacer narrativo, especialmente visible en la
minuciosa primera parte del libro, que expone una muerte y plantea un par de
enigmas cuya resolución –o falta de–, en lugar de convertirse en el fin último
de la narrativa (a la manera de las novelas-problema de la tradición policial
más clásica) articula más bien una línea interpretativa o de lectura que
atiende a la desolación de ciertas vidas en lugares olvidados, al olvido y a la
mínima persistencia de la palabra o de ciertas palabras.
Quizá cierta vocación de “rescate”,
entonces, de dar una voz a quienes la perdieron en el abismo del tiempo, anima
al Bentencor de Muerte y vida del
sargento poeta. En esta novela, como en tantos relatos de Roberto Bolaño,
el desamparo esencial de los escritores y la literatura es arrojado al primer
plano: el sargento poeta del título es un policía del interior aficionado al
verso octosílabo y en décima de las payadas; encontrado muerto en una vivienda
miserable en las primeras páginas, su muerte –que podría, a través del
mecanismo del misterio, cargarse de drama y significado–, terminado el libro,
deviene ausencia, vacío: no pasó nada de importancia, cabría señalar: el hombre
murió y su cadáver, ineludiblemente, se descompuso entre pulgas y larvas, no
muy lejos de la guitarra abandonada y la obra transcripta por otro. No hay,
entonces, en Muerte y vida del sargento
poeta una vocación de generar misterios, de armar una trama que se resuelva
en una revelación de crímenes y culpables; de hecho, ni siquiera accedemos a lo
que cantó el sargento poeta sino a través de esas notas tomadas por otro (otro
muerto, en circunstancias quizá más tensas pero no más terribles, no más
memorables) y del poema (que se apropia de las décimas de los payadores)
escrito por un “escribiente” al servicio de la policía, único conmovido –por
decirlo de alguna manera– con la muerte y la vida del sargento y quien, de
hecho, al nombrarla, le da esa tenue, precaria y efímera realidad de la
literatura.
Este poema (que ocupa la segunda y más
extensa porción de la novela) narra esquemáticamente la vida del sargento, e
incluye algunos versos de una payada que enfrenta al sargento con un tambero y
resulta “vencida” por este último. Bentancor reconstruye con soltura (más allá
de alguna que otra caída del ritmo octosilábico, apenas apreciable) la forma
trabajada por los payadores; sus décimas son límpidas, creíbles, y se permiten
no sólo algunos versos especialmente destacables sino, además, una narrativa sólida.
En ningún momento, de todas formas, se pierde de vista cierta impostura, cierto
artificio: lo que leemos no es la obra de un payador sino la reconstrucción de
esta obra creada por un aspirante a literato, el “escribiente” al servicio de
la poesía, que acomete la tarea de versificar para, a su manera, preservar la
memoria del poeta desvanecido de la historia. Es evidente que aquí caben no
pocas interpretaciones del posible “propósito” de Bentancor; cierta vocación de
homenaje es, digamos, indudable, pero en ese pliegue de artificio (se citan
–novelísticamente– diálogos incorporados a la forma de la décima, se citan
otros versos “encajados” en el esquema de rimas, se reproducen payadas perdidas
en el tiempo) habita algo que cabría calificar ante todo de “literario” (de
exposición de eso que es la literatura, digamos) y que ofrece una dimensión
extra al trabajo de Bentancor. Más allá de los homenajes, más allá del juego
con la memoria (el prólogo deja claros los tintes digamos autobiográficos de la
novela, hasta el punto de identificar al tambero de la payada citada como el
padre del autor real Martín Bentancor), Muerte
y vida del sargento poeta trama un juego de naturaleza literaria, no muy lejos
(al menos en espíritu) del Nabokov de Pálido
fuego. Bentancor, entonces, escenifica en su nueva novela una lectura: la
de cierta tradición poética local, la de la narrativa policial y la del
discurso autobiográfico. Eso la convierte en un libro especialmente atendible y
en una apuesta llevada a cabo con pericia y una dosis para nada deleznable de
virtuosismo.
Publicada en La Diaria el 9 de septiembre de 2013.
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